Trump se abona a gobernar los Estados Unidos por decreto

El presidente intenta sacar adelante sus planes más polémicos por la vía rápida

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En la primavera de 1970, en plena ola de protestas contra la guerra de Vietnam, para evitar un asalto a la Casa Blanca de Richard Nixon fue necesario improvisar una barricada con decenas de autobuses municipales. El Servicio Secreto intentaba evitar una batalla campal como la que acababa de costar la vida a cuatro jóvenes estudiantes en un campus de Ohio. Se dispuso un enorme operativo de seguridad.

Órdenes Molotov

Dos o tres generaciones después, la insurgencia vuelve a campar por sus respetos en Washington. Aunque esta vez, la tensión revolucionaria y la anarquía emanan desde dentro de la Casa Blanca, no de la calle. En sus primeros treinta días como presidente, Donald Trump se ha convertido en el agitador-en-jefe contra el status quo, tanto en la política interior como la exterior.

En su sistemática ofensiva de demolición, Trump ha emitido una letanía rompedora de memorándums y órdenes ejecutivas, decisiones con fuerza de ley que simbolizan la creciente polarización política de Washington. Con estas herramientas tan expeditivas como incendiarias, el nuevo presidente se ha lanzado contra el legado de Obama. Desde retirar a EE.UU. del acuerdo Transpacífico hasta desmantelar las regulaciones de la Dodd-Frank Act para evitar otro desastre financiero como el del 2008. Además de iniciar el desmantelamiento de la reforma sanitaria de su antecesor sin molestarse en ofrecer una alternativa.

¿Justicia para todos?

Con diferencia, la decisión más contestada ha sido el veto dictado a la entrada de personas procedentes de siete países de mayoría musulmana con la excusa de prevenir atentados terroristas. Esta orden ejecutiva, que ha generado una situación caótica con evidentes injusticias, no ha tardado en ser cuestionada ante los tribunales federales, que la han suspendido cautelarmente. En este pulso, Trump no ha dudado en desacreditar y cuestionar a la Justicia en Estados Unidos. Un espectáculo desmoralizante ante un sistema históricamente ejemplar en separación de poderes.

Anarquía planificada

En política, como decía este mes The Economist, el caos lleva al fracaso. Sin embargo, en la Casa Blanca de Trump parece parte del plan. Como él mismo avanzo durante la campaña, «los índices de audiencia son poder». En su desempeño presidencial, la bronca y la aceleración son constantes, con luchas evidentes en el seno de su equipo y enfrentamientos con los servicios de inteligencia. Además, todos sus conflictos de intereses y relaciones con Rusia suponen una fuente constante de controversias.

Un día cualquiera

El presidente organiza el trabajo diario en tres porciones destinadas a asegurarse la máxima atención mediática. La jornada empieza con un matutino fuego a discreción de tuits escandalosos y provocadores, para después realizar alguna reunión en la Casa Blanca con la idea de completar su abrumadora presencia en las redes sociales con un vídeo de las mismas. A Trump le encanta aparecer en el despacho oval por su iconografía casi totémica. Después, toca el «briefing» a cargo del parodiado secretario de Prensa, Sean Spicer, que se ha convertido en todo un beligerante espectáculo. El último tercio del ciclo informativo es más flexible y sirve para improvisar todavía más o preparar el día siguiente.

Enemigo favorito

Junto al multilateralismo, el libre comercio y el orden liberal internacional, Trump está destacando a la Prensa como su principal adversario político en Estados Unidos. Su frase para la historia en la última comparecencia ante los medios: «Las filtraciones son verdad, las noticias son falsas». A pesar de que la prensa libre, como la justicia independiente, es una pieza clave de cualquier democracia, la creciente hostilidad mediática de Trump le representa un oportunista beneficio porque su base también considera que los medios de comunicación son deshonestos y elitistas. En el fondo, la prensa no hace más que recordar a Trump su obsesión con evitar ser percibido como un presidente ilegítimo por haber perdido el voto popular. frente a Hillary Clinton. Los periodistas le recuerdan que si no fuera por cien mil papeletas en tres Estados postindustriales él no estaría en el poder.

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