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Salman Abedi, el terrorista que cometió el atentado de Mánchester - AFP

El terrorista de «pocas luces» al que nadie supo parar

Criado en una familia de salafistas libios, la historia de Salman Abedi es un caso de libro de radicalización

Corresponsal en Londres Actualizado: Guardar
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El pasado lunes a las diez de la noche, Salman Abedi, hijo de refugiados libios y nacido en el hospital Withington de Mánchester hace 22 años, telefoneó a Trípoli a su hermano menor, Hashem, de 20. Era su despedida. Hashem, que ahora permanece detenido en Libia por sus conexiones con Daesh, conocía el plan letal de su hermano, aunque no sabía cuándo ni dónde desencadenaría la matanza. Hablaron unos quince minutos y Hashem le pasó la llamada a Samia Tabbal, de 50 años, la piadosa madre de ambos. «Perdóname», le dijo el terrorista desde Mánchester a modo de adiós.

Salman se encontraba en un apartamento pequeño y de sencilla decoración moderna, un tercero de Graby House, un edificio de aire victoriano de ladrillo rojo, cercano a la estación Picadilly de Mánchester, una de las de más trasiego de Inglaterra.

Lo había alquilado el miércoles 17 de mayo, cuando llegó a Mánchester procedente de Trípoli, tras hacer escala en Estambul y también en Düsseldorf, sabedor de que los pasajeros de los vuelos directos desde Turquía son chequeados por las fuerzas antiterroristas. Alquiló el apartamento para cinco días a través de una web, a 70 libras jornada.

Tras despedirse de su madre y hermano, introdujo una bomba casera de gran potencia en una mochila azul clara, que había comprado dos días antes en un enorme centro comercial acristalado de Mánchester, el Arndale. Vestido de negro y con capucha, caminó veinte minutos hasta el Manchester Arena, con aforo para 21.000 espectadores, abarrotado por el concierto de Ariana Grande, de 23 años, cantante de Florida de voz prodigiosa, un ídolo para las adolescentes.

Dejó su mochila en el suelo

Salman, delgado, con barba, de dientes prominentes muy blancos y mirada algo bovina, dejó su mochila en el suelo y la hizo estallar. Eran las diez y media de la noche. La explosión en el vestíbulo del Manchester Arena que conduce a la cercana estación de Victoria resultó brutal. El propio torso del suicida, despedazado, voló unos metros. Cuando se despejó el humo de la deflagración se hizo patente el horror: 22 muertos, entre ellos una niña de ocho años, tres de catorce y dos de quince; también 116 heridos. Cuerpos mutilados. Gente desesperada buscando a sus allegados entre la devastación. Y rasgos de heroísmo, como el de dos baqueteados homeless que se aprestaron a socorrer a niñas heridas.

Hace diez años, Salman Abedi era un niño aficionado al críquet y forofo del Manchester United, «un chico tranquilo». ¿Cómo se convirtió aquel pequeño inglés en un asesino nihilista capaz de matar a sus vecinos adolescentes? Su historia empieza a ser demasiado habitual. Entorno familiar islamista y mala integración, a caballo entre dos culturas, la de sus padres y la de su país. Un pasado de pandillero, que súbitamente da paso al rigorismo mahometano y luego al terrorismo.

A los 16 años empezó a torcerse. Trabado en sus estudios, hizo un curso para chicos rezagados en el Trafford College. «Era lento, sin educación y pasivo», resume el director. «Hay niños de once años con mejor nivel en matemáticas e inglés que el suyo. No era inteligente. Parecía pacífico, pero veías que otros podían utilizarlo».

Sus condiscípulos están de acuerdo: «No era muy listo. Era un poco lento». Recuerdan que podía resultar «muy gracioso» con sus bromas en clase y que tenía «una extraña voz chillona». Lo expulsaban constantemente y poseía carácter irascible, «saltaba a la mínima».

Pese a ser un pésimo alumno, llegó a matricularse en la Universidad de Salford para un grado de Empresariales. Según el «Telegraph», recibió un préstamo para estudiantes de 7.000 libras (8.000 euros) en 2015 y otro en 2016 del mismo importe, a pesar de que ya había plantado la carrera. Puede darse el sarcasmo de que la ayuda social le sirviese para costear el atentado, pues jamás tuvo un empleo.

Al final de su adolescencia, Salman salía con pandillas somalíes y consumía cannabis y alcohol. Hace dos años abrazó el islamismo radical, se dejó barba y se atavió al modo coránico. Se enfrentó con líderes moderados de la mezquita de Dibsbury, donde oraba su familia. Hacía gala de comportamientos excéntricos, como cantar salmos mahometanos a toda voz por la calle. Su deriva era notoria. Hasta cinco fuentes distintas alertaron sobre él al MI5, la policía del Gran Mánchester o la «línea caliente antiterrorismo». En un clamoroso fallo de seguridad, nadie escuchó. Ahora Interior pretexta que en el Reino Unido viven unos 23.000 extremistas islámicos y que solo hay medios para vigilar a 3.000.

Ramadan Abedi, de 51 años, y su esposa, Samia, llegaron a Inglaterra en 1993 y se instalaron en el barrio londinense de Portobello. Ramadan trabajaba como oficial de seguridad en el Ministerio del Interior en Trípoli, pero se exilió temeroso de una represalia del régimen de Gadafi, pues se sospechaba que prevenía a los salafistas de las redadas. Aun así fue acogido como refugiado en el Reino Unido.

La pareja se mudó pronto a la «Pequeña Libia» británica: Mánchester, donde nacieron sus tres hijos varones (todos implicados en el atentado) y su hija pequeña, Jomana, quien ha justificado la matanza en declaraciones a «The Wall Street Journal»: «Vio las bombas que arroja América sobre los niños musulmanes de Siria y quiso vengarse. Lo que haya logrado queda entre él y Alá».

Ramadan, el padre, se empleó como guardia de seguridad en el aeropuerto de Mánchester, todo un sarcasmo, pues era miembro del LIFG, el Grupo Libio de Lucha Islámica, catalogado como organización terrorista en el Reino Unido por sus vínculos con Al Qaida. Era un hombre «muy, muy religioso», de hermosa voz. En 2011, durante la hoy mal llamada «Primavera Árabe», combatió en Libia y se cree que en algún momento sus hijos adolescentes lo acompañaron.

El padre retornó a Libia a finales del año pasado y se empleó de nuevo en el Ministerio del Interior, hoy en manos de la Rada, una facción islámica que trabaja para el frágil Gobierno que apoya la ONU. En enero se le unieron en Trípoli su mujer y su hija. El pasado 18 de abril lo hicieron Salman y Hashem.

Algunos amigos sostienen que sus padres quisieron sacarlos de Mánchester por sus malas compañías yihadistas. En Libia les retiraron sus pasaportes para que no viajasen a Siria. Salman convenció a su madre para que se lo restituyese, pretextando una peregrinación a la Meca, y el miércoles de hace dos semanas aterrizó en Mánchester para ejecutar la masacre que planeó con su célula durante un año.

El patriarca del clan

El papel del patriarca del clan Abedi resulta turbio. En Inglaterra tenía amigos que resultaron ser reclutadores de Al Qaida. Cuando fue detenido el miércoles en Trípoli estaba concediendo una entrevista a Bloomberg, en la que disculpó a su hijo: «Estoy seguro de que Salman no hizo eso, hay manos escondidas detrás. No somos el tipo de gente que mata a los niños por la calle».

Todos los testigos concuerdan en algo: «Salman no era lo suficientemente inteligente para ser el cerebro de nada». La Policía lo ve igual: no pudo fabricar una bomba tan potente, lo apoyó una red y el especialista que preparó el explosivo sigue ahí fuera, tal vez con otro artefacto.

La bomba se fabricó en un piso de una sola habitación, en la planta doce de Somerton Court, unas grises torres sociales en Blackey, diez kilómetros al noroeste del centro de Mánchester. Salman lo arrendó a finales de marzo por siete semanas, pagando 700 libras en metálico a su dueño, socio de un tele-pizza.

El 18 de abril dejó el piso de Blackey precipitadamente para irse a Trípoli. El apartamento estaba destrozado, «había pasado mucha gente». Habían cortado la alarma de humos y la corriente y nunca abrieron las ventanas. «Dejaron un olor muy extraño. Pensé que habían hecho magia negra. Pero cuando vi la noticia del atentado sumé dos y dos», cuenta el casero. En aquel piso se preparó la química del artefacto, ensamblado casi un mes después en el apartamento cercano a la estación de Picadilly.

Uno de los componentes de la bomba, el peróxido de hidrógeno, se emplea en el mundo de la peluquería y lo pudo obtener en la barbería «Fade Away», de uno de sus primos, también detenido. Unas semanas antes de viajar a Libia, Salman compró la metralla (clavos, tornillos, tuercas) en dos viajes a los almacenes B&Q y Screwfix de la ciudad.

La investigación avanza a buen ritmo. Ayer, en pleno fin de semana de puente, la alerta se redujo de «crítica» -el nivel máximo (atentado inminente)- a «severa», el segundo mayor grado.

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