Juan Manuel Santos celebra el Nobel de la Paz con sus colaboradores en las negociaciones con la guerrilla, este viernes en el Palacio de Nariño, Bogotá
Juan Manuel Santos celebra el Nobel de la Paz con sus colaboradores en las negociaciones con la guerrilla, este viernes en el Palacio de Nariño, Bogotá - Reuters

Santos recibe el Nobel de la Paz para «llegar al fin de la guerra» en Colombia

El presidente cree que fue premiado para impulsar la reapertura del diálogo, tras el triunfo del «no» a los acuerdos de paz en el plebiscito

Corresponsal en Latinoamérica Actualizado: Guardar
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La paz es un largo camino que Juan Manuel Santos empezó a empedrar hace más de cuatro años. En ese tiempo, el presidente de Colombia vio cómo su proyecto pasaba por los cuatro estadios que, según Winston Churchill, conducen al logro de los grandes objetivos: sangre, sudor, lágrimas y esfuerzo. El último término es el que suelen olvidar los poco memoriosos al citar a un hombre que de guerras (mundiales) sabía todo. Y es esa la palabra que ha inclinado la balanza a favor de Santos en Oslo al concederle el Nobel de la Paz: su esfuerzo, sin descanso, en busca de una paz con las FARC.

Al presidente Santos le sacaron de la cama para comunicarle una noticia con la que había soñado, probablemente, tantas veces como había imaginado una Colombia sin ejércitos de guerrilleros, con colombianos libres, sin secuestros ni torturas, con la selva limpia de minas antipersona y de narcotraficantes, y con los niños soldados con otro uniforme: el del colegio.

El hombre escuchó el mensaje y le faltó tiempo para dar las gracias y recibirlo en nombre de «todos los colombianos… de los millones de víctimas que han sufrido por esta guerra».

«El mensaje es perseverar y llegar al final de la guerra. Estamos muy cerca, solo necesitamos empujar un poquito más»
Juan Manuel Santos

Con inesperada y «gran emoción», con «humildad» pensó en voz alta: «El mensaje es perseverar y llegar al final de la guerra. Estamos muy cerca, solo necesitamos empujar un poquito más». Santos vivía su sueño a medio desperezar y entendía que «los dos grupos con los que estamos negociando recibirán esto como un estímulo del mundo entero… Hay personas que no han apoyado al Gobierno, estamos hablando con ellos… Espero que entiendan lo importante que es contribuir y aportar a este proceso de paz para que sea más fuerte y duradero».

La guerrilla terrorista más antigua del continente, la otra parte de esta negociación eterna que terminó su primera fase en las urnas y que tiene en lista de espera al Ejército Nacional de Liberación (ELN) reaccionó rápida al anuncio de Oslo. «El único premio al que aspiramos es el de la paz con justicia social para Colombia, sin paramilitarismos, sin retaliaciones ni mentiras», escribió en su cuenta de Twitter, quizás dolido por no compartir cartel de Nobel, Rodrigo Londoño, alias «Timochenko».

Hace menos de una semana, Santos rozó, con las balas de los votos, su objetivo de desarmar y reintegrar en la vida civil a las FARC. Falló frente a la voz del pueblo que, cuando conviene, resulta ser la voz de Dios y cuando no, la de la ignorancia.

El presidente al que sus adversarios reprochaban trabajar más para ganar el galardón que para conquistar la paz, la noche del plebiscito, tras conocer los resultados, dio por terminada su carrera al Nobel (equivocado) pero no la del proceso de paz.

Aturdido tras estrellarse contra el «no» de los colombianos y la indiferencia del 62 por ciento de los que podían ir a votar y no lo hicieron, Santos resurgió esta semana de su amargura para anunciar que insistiría «hasta el último minuto» en la senda que condujera al principio del fin de la violencia. Porque, en definitiva, eso era y es lo que representaban los acuerdos finales con las FARC.

«Felicito el Nobel para el presidente, deseo que conduzca a cambiar acuerdos dañinos para la democracia»
Álvaro Uribe

Juan Manuel Santos cumplió en eso. Abrió las puertas de la Casa de Nariño (sede del Ejecutivo) y, después de seis años, estrechó manos con Álvaro Uribe, su antecesor en el cargo y principal abanderado del «no» en el plebiscito. El hombre fuerte del Centro Democrático aceptó estos días designar una delegación de su partido para colaborar con el Gobierno, y revisar y reconducir el proceso de paz. Uribe le demostró este viernes que tiene memoria, quizás algo de rencor, pero que no olvida, «Felicito el Nobel para el presidente Santos, deseo que conduzca a cambiar acuerdos dañinos para la democracia».

Andrés Pastrana, el otro expresidente que defendió el «no» y se dejó la piel en uno de los seis procesos de paz de la historia de Colombia que nunca llegaron a buen puerto, fue más sobrio: «Felicito a Juan Manuel Santos por el Nobel de la Paz. Otra razón para avanzar en el acuerdo de unidad nacional».

Michelle Bachelet, en nombre de Chile, país facilitador en el proceso de paz, expresó su deseo de que con el galardón se de «el impulso final para el reencuentro en Colombia». Presidentes del continente y del resto del planeta felicitaban al hombre que, con torpeza, les invitó un par de semanas antes a Cartagena de Indias a celebrar un acuerdo que el pueblo no consumó. Pero ahora eso no importa.

Tenacidad

El hoy premio Nobel de la Paz, periodista y político de raza, está más convencido que nunca de que «la paz -en un país con más de doscientos mil muertos por la guerra- es posible». La tenacidad de Juan Manuel Santos es su seña de identidad y el desconsuelo, un estado del que, después de mucho sudor, sangre, lágrimas y esfuerzo, salió este viernes al recibir el galardón más importante que puede tener una persona de bien.

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