Rohingya

«Nos están matando en Birmania»

ABC acompaña a 70 refugiados rohingya que entran en Bangladés huyendo del Ejército birmano

Un grupo de rohingya en su huida a Bangladés P.M.DÍEZ

PABLO M. DÍEZ

Exhaustos, se desploman bajo un sombrajo para protegerse del sol que cae también a plomo. En sus caras, sobre todo en sus ojos de pena, se lee el miedo que llevan bien metido en el cuerpo. Durante una semana, y sobreviviendo a base de galletas racionadas al máximo, han caminado de noche ocultándose en la jungla para escapar del Ejército birmano .

Tres meses después de la ofensiva lanzada contra sus poblados, que ha provocado el éxodo de 620.000 personas al vecino Bangladés , los musulmanes de la etnia rohingya (pronúnciese rojinga) siguen huyendo de Myanmar (nombre oficial de la antigua Birmania) por la persecución que sufren en este país budista.

Formado en su mayoría por mujeres, ancianos y niños, este grupo de 70 personas acaba de cruzar el río Naf hasta la isla de Shapuree, donde son retenidos por los agentes de fronteras de Bangladés hasta dejarlos pasar al puesto de Sabrang.

Según cuenta Jamin Uddin , que viene de Bosidong con los nueve miembros de su familia y tiene 60 años, «en el grupo apenas hay jóvenes, porque los militares han matado o encarcelado a los hombres de entre 20 y 30 años».

Como otros muchos poblados rohingyas del estado de Rakhine (pronúnciese Rajáin), su aldea, donde vivían 800 familias, ha sido quemada por el Ejército en venganza por el ataque perpetrado por una guerrilla islámica el 25 de agosto contra una base y una treintena de puestos de control. La ofensiva de dicho grupo, el Ejército Rohingya de Salvación de Arakán , dejó una docena de muertos y provocó una represalia que ha causado una de las mayores crisis de refugiados de los últimos años.

Con lo puesto

«No sabíamos nada de ese ataque, solo que estaban arrasando los pueblos rohingyas y que debíamos huir», explica Abdullah, que se ha traído a cinco miembros de su familia pero se ha dejado atrás a un primo joven en la cárcel. Denunciando la discriminación sobre los rohingyas, que no son reconocidos por el Gobierno como ciudadanos birmanos pese a llevar varias generaciones en el país, asegura que no podían moverse libremente más allá de su pueblo y que los niños no iban a la escuela estatal. En poblados de chozas de bambú, los rohingyas viven aislados de la sociedad birmana y subsisten de la agricultura, pero Abdullah se queja de que los militares no le dejan desde hace meses recoger el arroz que planta en sus doce acres de tierra.

A la carrera, Abdullah y sus vecinos se marcharon con lo poco que pudieron salvar, como ropa y utensilios para cocinar, que cargan en fardos transportados hasta por los niños. Con el cuerpo molido y mirando hacia atrás para comprobar que ya han salido de peligro, los refugiados avanzan en sus últimos pasos hacia la libertad acompañados por ABC, un momento pleno de emoción, pero también de incertidumbre.

Agotados por su huida, deben andar todavía un par de kilómetros más hasta el punto de entrada de Sabrang, donde el Ejército de Bangladés los registra y la ONG Médicos sin Fronteras (MSF) les hace un chequeo médico y vacuna de sarampión a los niños y adolescentes.

Desde allí, son trasladados a alguno de los campos de refugiados que han proliferado en el distrito de Cox´s Bazar , famoso destino turístico de Bangladés gracias a su playa paradisíaca de 120 kilómetros de largo en plena frontera con Birmania.

Para terminar de agravar el problema entre ambos países, los más de 600.000 rohingyas que han llegado en esta última oleada se suman a los 400.000 que han huido de la persecución birmana en el pasado y llevan más de una década viviendo hacinados en los campos de refugiados. En total, un millón de personas que no tienen nada que hacer y dependen para su supervivencia de la ayuda humanitaria en Bangladés, una de las naciones más pobres del mundo.

Aunque los gobiernos de los dos países acordaron el jueves empezar la repatriación de los refugiados rohingyas en los dos próximos meses, no se sabe si Birmania les concederá la ciudadanía ni si podrán regresar a sus lugares de origen.

Lo único que está claro es que muchos no quieren volver. Porque, como dice Mohammad Javed, a cuyo hermano le pegaron un tiro los militares, «nos están matando en Birmania».

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