Huelga de profesores y estudiantes en noviembre de 2015
Huelga de profesores y estudiantes en noviembre de 2015

Renzi perdió por enfrentarse a los sectores más poderosos de la sociedad italiana

Renzi aprobó leyes que que fueron duramente criticadas por los sindicatos, los profesores o la Iglesia

CORRESPONSAL EN ROMA Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Era una derrota anunciada. El pueblo italiano se ha revuelto y ha votado para echar al «césar». La causa no ha sido solamente el auge del populismo. Las motivaciones son bastante más complejas. Curiosamente, el jefe de Gobierno que seguramente ha hecho más reformas en menos tiempo que nadie en un país tradicionalmente inmovilista ha sido obligado a dimitir por un resultado desastroso, superior incluso al que habían previsto las encuestas más negativas. Esas reformas no han calado, creándose un sentimiento transversal que ha dado lugar al «antirenzismo»: una muy heterogénea mezcla de derecha, «grillini», izquierda de su propio partido, sindicatos, sectores ultracatólicos y profesores votaron contra el primer ministro.

Lo sorprendente es que el 25 mayo del 2014, en las elecciones europeas, llevó a su Partido Democrático a obtener el 40,8%, cifra que nunca había logrado un partido de izquierda.

Algunas de sus reformas crearon esperanza, como la del «Desbloqueo Italia», para agilizar las obras públicas; la ley «Después de nosotros», para no dejar desamparados a los hijos discapacitados que pierden su padres; la abolición de las provincias, el «divorcio breve», frente a la eterna burocracia italiana... También quitó el impuesto a la primera casa y bajó otros impuestos. Su hiperactividad despertó simpatías, en un país acostumbrado a la lentitud, burocracia y el reenvío permanente de las reformas. Pero otros cambios comenzaron a levantar ampollas, como la reforma laboral «Jobs Act», para desarrollar el mercado del trabajo con el despido libre, lo que le enfrentó a los sindicatos, a los que subestimó en sus declaraciones. Su reforma de la escuela le enemistó con el profesorado, que se puso en pie de guerra, con huelga incluida, al no aceptar entre otras cosas que al director del colegio se le diera una gran autonomía para adoptar decisiones. Bastaba hablar con un profesor para comprender el odio que comenzaba a germinar contra Renzi.

Otra de sus reformas, la ley de «Uniones civiles», el matrimonio homosexual, le granjeó la animadversión de los integristas católicos, que le organizaron un fin de semana el «Family Day» con el mensaje: Renzi ha traicionado la moral católica, nos acordaremos de ello en el día del referéndum sobre la reforma constitucional. Se la tenían jurada y esa ocasión dorada llegó ayer.

Sin escuchar a nadie

Pero la opinión pública comenzó a percatarse de que muchas de sus promesas no se cumplían, no había crecimiento económico y la crisis seguía

Frente a las protestas y voces discordantes, él seguía conduciendo a mil por hora su locomotora, sin escuchar a casi nadie. Renzi siguió siempre con una frenética actividad, sin darse un respiro. Pero la opinión pública comenzó a percatarse de que muchas de sus promesas no se cumplían, no había crecimiento económico y la crisis seguía. La gente percibió que a menudo Renzi se comprometía a una cosa y hacía otra. Por ejemplo, había prometido una reforma de la RAI (Radiotelevisión pública italiana), para hacerla independiente del gobierno de turno, siguiendo el modelo de la BBC británica. Pero acabó controlando la RAI, colocando incluso como director general a una persona de su máxima confianza, Antonio Campo Dall’ Orto.

En lugar de centrarse en estas urgencias, el primer ministro italiano se marcó como objetivo fundamental reformar la Constitución, que había entrado en vigor en 1948 para demostrar que él era capaz de encontrar una solución a un debate que Italia mantenía desde hace más de 30 años. Pero se quedó solo, porque con su arrogancia no supo conciliar voluntades, abandonando otras reformas más necesarias, imprescindibles para una reforma constitucional, cometiendo además el grave error de anunciar hace un año que si la reforma no se aprobaba, él se marchaba a casa. Desde ese momento, toda la oposición, incluido la izquierda de su propio partido, luchó para desgastarlo y causar la caída del Gobierno.

Solo tres regiones

Encerrado en su mundo, ni siquiera supo escuchar la voz de alarma de personas de su confianza. Por ejemplo, un famoso empresario italiano, Oscar Farinetti, amigo de Renzi, le advirtió el 6 de noviembre: «Estamos volviéndonos antipáticos. Hay que ser de nuevo simpáticos y admitir alguna vez que también nosotros tenemos miedo». La alarma del amigo tampoco fue escuchada. Era demasiado tarde. El voto del «no» ya estaba en la mente de muchas familias de una clase media destruida por la crisis, sin esperanza de futuro para sus hijos y nietos. Los jóvenes sin trabajo (35 %) ya no creían en sus promesas, los salarios no llegan a final de mes y muchos trabajadores se sienten amenazados por la inmigración (más de 170.000 inmigrantes han llegado en lo que llevamos de año), una bandera enarbolada por los populistas. Han sido estas clases más desfavorecidas, las que viven en el sur, las que han hecho aumentar la afluencia y han dado el empujón definitivo para echar a Renzi. Solo en tres regiones del Norte, entre las más ricas, lo han apoyado: Trentino-Alto Adige, Emilia-Romagna y su propia región, Toscana. En las otras 17 se impuso el «no».

Hoy la pregunta que se hace Italia es ¿qué hará Renzi?. Dada su ambición, su horizonte no es el de expremier David Cameron, inmortalizado sentado en un banco comiendo fish and chips.

Ver los comentarios