Boris Johnson, con una cerveza, en un acto de campaña en Chester -le- Street (Durham, Inglaterra)
Boris Johnson, con una cerveza, en un acto de campaña en Chester -le- Street (Durham, Inglaterra) - Reuters

REINO UNIDOLa campaña del Brexit mina la autoridad de Cameron

Boris Johnson y el ministro de Justicia traspasan una línea roja y ya cuestionan abiertamente cómo gobierna

Corresponsal en Londres Actualizado: Guardar
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Ay, ¡aquella ensalada! El 24 de marzo de 2015, David Cameron, un político que prepara cada aparición pública al detalle, cometió un error de pipiolo. En pleno fragor de la campaña electoral, concedió un reportaje de color humano a James Landale, un periodista de la BBC con cara de no haber roto un plato. Las cámaras grabaron un fin de semana del premier en su casa de campo de Oxfordshire, su bucólica circunscripción electoral. Cameron, en mangas de camisa y muy afable para arañar votos, preparó una ensalada ante las cámaras, mano a mano con Landale. En su bonita cocina rural, mientras tronzaban tomates, el periodista le preguntó al descuido si aspiraría a un tercer mandato en 2020.

Cameron soltó la bomba: «No». Y hasta especuló con quienes podrían ser sus sucesores:George Osborne, su ministro de Economía y amigo personal; Theresa May, la recia titular de Interior, y el carismático Boris Johnson, por entonces alcalde de Londres.

Improvisada o premeditada, la confesión de la ensalada destapó el aroma de la sangre, la batalla sucesoria. En la acrisolada democracia estadounidense denominan «pato cojo» a un presidente de salida. Cameron empieza a acumular los síntomas de tal síndrome. Michel Gove, su inteligente e intrigante ministro de Justicia, y Boris Johnson, el tory más querido por la militancia, por su carácter cachondo y original, saben que en el referéndum se juega también la carrera por la sucesión y han lanzado un órdago a la mayor. Han cruzado la barrera de la lealtad y han cuestionado abiertamente la autoridad del primer ministro de su partido. En un artículo conjunto criticaron cómo está gobernando Cameron. Lo acusaron de «minar la confianza del público en la democracia», por haber incumplido su promesa electoral de bajar la cifra anual de inmigrantes a 100.000. También dieron su propia receta para limitar la inmigración: un sistema de puntos a la Australiana (que en realidad Australia implantó para atraer a foráneos, pero en la guerra dialéctica todo vale).

«No estamos presentando un Gobierno alternativo, lo que hacemos es presentar alternativas de gobierno»

Boris, al que el círculo íntimo de Cameron tacha de «profundamente cínico», niega que él y Gove estén apuñalando al César: «No estamos presentando un Gobierno alternativo, lo que hacemos es presentar alternativas de gobierno».

La semana pasada se reveló que en 2015 llegaron 330.000 extranjeros al Reino Unido, el triple de lo prometido por Cameron. Gove y Boris, cuya campaña por el Brexit iba por detrás, volcaron todo su arsenal en el debate migratorio, incluso con soniquetes no lejanos a la xenofobia. Les ha funcionado, porque la campaña va en gran medida de pulsiones nacionalistas. «The Guardian», laborista y euroescéptico, asegura que han dado la vuelta a la situación y ahora gozan de cuatro puntos de ventaja. De todas formas, el resumen de sondeos de «Financial Times» mantiene por delante a «Remain», con tres puntos. En las casas de apuestas, los europeístas arrollan: 73% de posibilidades para «Remain» y solo 27% para «Leave», según Ladbrokes.

El uso que hace Vote Leave de las consecuencias de la inmigración es discutible. De los 270.000 ciudadanos de la UE que llegaron el año pasado, 200.000 lo hicieron con contratos de trabajo. Los inmigrantes de la UE suponen el 2,5% de las ayudas públicas por empleo y pensiones. En 2013-14, los inmigrantes aportaron a Hacienda 3.100 millones de libras en impuestos. ¡Cinco veces más de lo que recibieron del erario público! Pero esos datos, recogidos hasta por el euroescéptico «The Times», no llegan al gran público, que se queda en la brocha gorda del efectismo de Boris.

El Partido Conservador es una olla a presión. Cuatro de sus diputados han dicho que promoverán una moción de confianza para remover a Cameron a menos que logre una victoria de más de 20 puntos. No son actores de primera fila. Pero van indicando por donde abrir la vía de agua. Más de la mitad de la bancada tory está por el Brexit. Cameron cometió su segundo error cuando dio libertad a los suyos para hacer campaña en uno u otro sentido, pese a que la permanencia es la postura oficial del Gobierno. El respeto al primer ministro se está erosionando, asunto mayor en un país que ya vio caer por golpes palaciegos a dos figuras de tanto peso como Thatcher y Blair, quien tuvo que renunciar por las intrigas de Gordon Brown.

Ian Duncan Smith, que dimitió de la cartera de Trabajo en marzo dando un estruendoso portazo y sí es un peso pesado, llamó directamente «Pinocho» a Cameron. Johnson ha llegado a acusar a su jefe de filas de «alarmismo demente». La prensa conservadora es bulliciosamente antieuropea, con un nacionalismo desatado en los casos del «Telegraph», periódico conservador de referencia, y el amarillo «Daily Mail».

Apuros en televisión

En la noche del jueves, Cameron afrontó su primera gran entrevista de la campaña. Fue en Sky, la televisión de Murdoch, con preguntas del público. El presentador se mofó directamente de sus amenazas: «Dígame: ¿Qué va a ser primero? ¿La recesión por el Brexit o la Tercera Guerra Mundial?». El público, que se carcajeaba, le llamó «alarmista», «charlatán» e «hipócrita». El premier sudó para no perder el temple, algo insólito en un político que tiene las tablas escénicas por divisa.

Cameron ha afirmado que quiere seguir en el cargo incluso si pierde el día 23. Pero la brecha en su partido es tan honda que a día de hoy se duda que pueda continuar en el Número 10 incluso si gana por poco. En las casas de apuestas ya es posible jugarse unas libras a quién será su sucesor.

Su encrucijada es espectacular. Si gana con claridad el referéndum será el primer ministro más exitoso de la posguerra: el triunfador de tres consultas (la de las reformas electorales, la de Escocia y la de la UE) y el líder que firmó en 2015 la primera mayoría absoluta de los tories en veinte años. Pero si se impone el Brexit, Cameron tendrá que irse a casa, diga lo que diga, haga lo que haga. Tendrá donde elegir: su piso de Notting Hill, su casa de Oxfordshire, o el latifundio que heredó su mujer en el Suroeste de Inglaterra.

Todo el establisment lo apoya, también la lógica económica y hasta los artistas. Pero el fantasma del populismo recorre Europa. Incluso la muy insular y que conduce por el carril contrario.

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