Obama, Geiorge W. Bush, Clinton y George Bush, cuatro de los cinco expresidentes vivos REUTERS

El presidente saliente de EE.UU. aspira a ser modelo para los «jóvenes progresistas»

Obama vivirá al menos dos años más en Washington D.C. hasta que su hija menor termine el instituto

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Estados Unidos respeta, aprovecha y valora a sus expresidentes. Incluso cuando su salida del poder es contestada y las encuestas ofrecen el sombrío panorama a alguien que estuvo menos a la altura de lo que esperaba la opinión pública.

Ocurrió recientemente con George W. Bush, quien apenas alcanzaba el 30 por ciento de aprobación al dejar la Casa Blanca. Su impecable traspaso de poderes a Obama y su carácter amistoso sirvieron al menos para paliar algo su deteriorada imagen. Aunque su contribución como expresidente haya sido después muy modesta.

Fue Herbert Clark Hoover (1929-33) la primera gran referencia de un presidente mal valorado durante su gestión que después es capaz de recomponer su imagen. Con una notable proyección personal y política, que atesoró con destacados servicios a otros presidentes, sobre todo en política exterior, Hoover está considerado el creador de lo que hoy se conoce como «etapa pospresidencial», en la que todos aquellos que dejan la Casa Blanca ponen su experiencia al servicio de su país.

Aunque en ocasiones algunos lo aprovechen también en su propio beneficio.

Con una valoración claramente superior, por encima del 50 por ciento, el presidente número 44 de Estados Unidos, Barack Obama (2009-2017), conformará con otros cuatro el mayor número de expresidentes vivos de la historia: cinco.

Las prioridades

Barack Obama creía tenerlo todo atado y bien atado, pero la política es imprevisible. Su plan de dejar los ocho años de legado político en manos de la finalmente derrotada Hillary Clinton se fue el traste en la pasada elección, y con él los primeros años de tranquilidad que había imaginado. «Mi intención es dormir y disfrutar con mi mujer de unas plácidas vacaciones», había confesado días antes de uno de los peores días electorales para la causa demócrata.

Se tome o no esas vacaciones, Obama empezó a ser consciente el 9 de noviembre de que su etapa pospresidencial, esa que se aprovecha para saborear su gran carencia, el tiempo, va a estar mucho más ligada al activismo político de lo que esperaba.

Llamado a reconstruir la depauperada estructura de poder demócrata, el presidente saliente confiesa que sus prioridades están en los «milennials», como se conoce a los nacidos a partir de 1980, las nuevas generaciones de veinte y treinta años. Obama quiere centrar su trabajo, y el de la fundación que llevará su nombre, en los futuros líderes, a quienes «les veo llenos de talento e idealismo». Y se compromete a que su futuro centro presidencial «sea un mecanismo de desarrollo» de esas virtudes.

En sus primeros años después de la presidencia, Barack Obama y la todavía Primera Dama, Michelle, van a ser coherentes con el proyecto de familia en el que siempre han creído. La familia permanecerá dos años en Washington DC, a la espera de que su hija menor, Sasha, termine los estudios de instituto, que imparte en el Sidwell Friends School. Un tiempo en el que la mayor, Malia, acudirá a la universidad. En este tiempo, los Obama vivirán en la elitista zona de Kalorama, al norte de Washington DC, donde curiosamente tendrán como vecinos al matrimonio formado por Ivanka Trump, la hija mayor del nuevo presidente, y su marido, el promotor inmobiliario Jared Kushner. Pasados los dos años, el matrimonio Obama se trasladará a su Chicago natal, donde ya han anunciado que quieren vivir.

La labor que emprenderá en unos días el presidente Obama estará muy pegado al día a día demócrata por necesidades del guión, pero también empezará a volcarse con el futuro proyecto de preservar ocho años de obra al frente de la presidencia de Estados Unidos. Para ello, está a punto de empezar la construcción del Centro Presidencial Barack Obama, que por elección personal se instalará en el campus de la Universidad de Chicago, en el multicultural barrio de South Side.

Su apertura está prevista para 2021. Dotada de una biblioteca y un museo, como corresponde a los centros que se dedican a los expresidentes, la designación de su director general, David Simas, da una idea muy aproximada de lo que Obama pretende que sea el centro.

La Fundación

Experto en demoscopias y campañas electorales, Simas fue además director de Proyección y Estrategia Política en la Casa Blanca con el presidente ahora saliente. Es evidente que Obama no ha pensado en el futuro centro como un mausoleo político, sino más bien como una institución que promueva y difunda ideas, con la suficiente eficacia, y que forje nuevos responsables políticos. En sus propias palabras, «un lugar que dé cabida a las nuevas voces que un día dirigirán el país».

Anthony Clark, autor de «La Última Campaña: Cómo los Presidentes Reescriben la Historia», sitúa la labor pospresidencial de Obama más cerca de la labor del centro de Ronald Reagan que del de Jimmy Carter, y lo argumenta de esta manera: «Antes de la elección presidencial, mi idea era que invertiría más tiempo en la fundación que en la biblioteca, pero ahora veo la tarea más cercana a la del Centro Presidencial Ronald Reagan, que es el altar al que las nuevas estrellas conservadoras deben acudir para ser bautizadas». En la práctica, la realidad ha querido que Obama pueda ser la gran referencia demócrata de las próximas décadas.

Bien por su estimable tirón personal o porque la referencia anterior estaba llamada a cubrir muchas menos expectativas, la realidad es que la Fundación Obama ha mostrado una salud de hierro a la hora de recaudar fondos, lo que le augura una labor destacada. Entre 2014 y 2015, ha acumulado más de siete millones de dólares, frente al apenas medio millón que había logrado recaudar Bush cuando terminó su mandato en 2009.

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