La primera ministra británica, Theresa May, este jueves durante su reunión con emir de Catar, Sheikh Tamim bin Hamad Al Thani, en el número 10 de Downing Street en Londres
La primera ministra británica, Theresa May, este jueves durante su reunión con emir de Catar, Sheikh Tamim bin Hamad Al Thani, en el número 10 de Downing Street en Londres - EFE

May se pliega a China y le abre las puertas de su industria nuclear

Tras frenar dos meses una gran planta atómica con inversión asiática, le da luz verde para no enturbiar las relaciones comerciales

CORRESPONSAL EN LONDRES Actualizado: Guardar
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Para saber cómo respira Theresa May conviene leer a Nick Timothy, un conservador de provincias, con ínfulas de filósofo, que era su «asesor especial» en sus seis años de ministra del Interior y que ahora la sigue aconsejando en Downing Street. Algunos observadores llaman a Timothy el Rasputín de May, y aseguran que influye enormemente en ella. Cuando David Cameron y Osborne, su ministro de Economía, autorizaron la entrada del capital chino en lo que será en el futuro la mayor planta nuclear del país, Hinckley Point C, a orillas del mar en el Suroeste de Inglaterra, Timothy los acusó de «vender la seguridad nacional a China».

El pasado octubre fue todavía más explícito en un artículo en el que hablaba de la futuro planta nuclear: «Los expertos en seguridad, de dentro y fuera del Gobierno, están preocupados porque los chinos podrían utilizar su posición para abrir debilidades dentro del sistema informático que les podrían permitir cortar a voluntad el suministro de energía en Gran Bretaña.

El MI5 cree que ‘los servicios de inteligencia de China continúan trabajando contra los intereses británicos aquí y en el extranjero’».

El párrafo parece sacado de un texto de la era de la Guerra Fría, pero May concordaba con la tesis. En su etapa de ministra de Interior ya había presentado objeciones de seguridad al proyecto de Hinkley Point. El pasado julio, nada más llegar al poder, dio la sorpresa y congeló el esperado permiso para construir la central atómica, promovida por la compañía energética del Estado francés, EDF, pero con una tercera parte de capital chino.

Cambio de postura

Dos meses después de su alarde patriótico, la realidad del peso del Reino Unido y China ha obligado a la primera ministra a rectificar por todo lo alto y dar luz verde a Hinkley y a la entrada de los chinos en el sensible negocio de la industria nuclear británica.

Los asiáticos, amigos de la diplomacia sutil, habían enviado mensajes velados de que el frenazo a Hinkley les resultaba ofensivo y podía poner entredicho la relación comercial entre los dos países, que en teoría había iniciado una «edad de oro» tras el viaje del presidente chino Xi Jinping a Londres el pasado octubre. Durante aquella visita de Estado, los británicos le prodigaron una adulación nunca vista ante la llegada de un mandatario extranjero.

La rectificación de May llega una semana después de su debut internacional, en la cumbre del G20, precisamente en China. Allí recibió dos importantes reveses sobre el futuro económico de Gran Bretaña tras el Brexit, uno de Obama y otro de Japón, y también se entrevistó con Xi Jinping. El plan del gobierno tory pasa por romper con la UE y buscar acuerdos comerciales alternativos y ahí china es vital, aunque la realidad es que a día de hoy el Reino Unido vende más a la pequeña Irlanda que al gigante asiático. May sobrevaloró sus fuerzas cuando sopesó parar Hinkley, porque en realidad no se podía permitir enojar a los chinos, y ha dado marcha atrás. China impone su poder blando. Con sus dudas sobre la nueva central había irritado además al Gobierno francés, propietario de la firma promotora de la planta, EDF, en la que ostenta el 80% del capital.

Cifras millonarias

Hinkley es un proyecto muy controvertido. No porque se trate de una planta nuclear, un debate ya superado en el Reino Unido, donde el 18,5% de la energía es atómica y funcionan quince reactores ubicados en siete plantas. Las críticas se basan en que el Gobierno ha garantizado a EDF un precio de 92,5 libras por megavatio producido en Hinkley, lo que duplica la tarifa actual. Además la apuesta por esta gran planta, que en el mejor pronóstico podría abrirse en 2025, podría convertirse en una opción obsoleta ante la cristalización de nuevas vías para producir energía de un modo más limpio y barato.

Hinkley Point C costará 21.204 millones de euros, de los que los chinos aportarán 7.100, a través de China General Nuclear, controlada por el Gobierno. El grueso vendrá de EDF. La construcción de la central atómica creará 25.000 puestos de trabajo, y cuando se concluya aportará 900. Se espera que genere el 7% de la demanda energética del Reino Unido.

Para justificar su luz verde tras haber expresado serios reparos, el Gobierno británico ha dicho que ha incorporado al proyecto «nuevas y significativas salvaguardas», como una especie de acción de oro que le permitiría vetar cambios en el accionariado si percibe riesgos para el interés nacional. También asegura que endurecerá el control de la inversión extranjera en sectores claves del país.

Los laboristas y los ecologistas responden que las garantías que ha presentado May suponen solo lavado de cara y señalan que algunas ya las recogía la legislación actual y no aportan nada nuevo.

Los chinos son los ganadores del pulso, porque tras abrírseles la puerta del mercado de la energía nuclear en el Reino Unido aspiran a construir en Bradwell, en el Sureste de Inglaterra, una central dotada con su tecnología y plenamente controlada por ellos. Ese proyecto les serviría de carta de presentación para demostrar al resto del mundo que pueden exportar este tipo de instalaciones de alta tecnología, toda vez que lo han hecho ya en una nación occidental puntera.

Tras la polémica por la participación china en la central nuclear, el diario «The Times» trata de iniciar una nueva. Según una información que publica hoy, Hikvision, una empresa controlada por el Gobierno chino, se está haciendo fuerte en el Reino Unido en el negocio de la vigilancia por videocámaras, la CCTV. En solo cuatro años, ha conquistado el 14% del mercado británico del sector, gracias a sus bajos precios. Hoy operan en el país 1,2 millones de cámaras de vigilancia de la firma china, presentes en aeropuertos, edificios públicos, estadios y estaciones de metro, puntos delicados para el orden público. El periódico señala, citando a expertos en seguridad, que las cámaras «podrían ser pirateadas desde Pekín».

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