El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante su visita a Escocia
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante su visita a Escocia - EFE

El Parlamento británico debatió en enero prohibir la entrada de Trump

Cameron, Boris Johnson y May criticaban con dureza hace unos meses al ahora presidente de los Estados Unidos

CORRESPONSAL EN LONDRES Actualizado: Guardar
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«La única razón por la que no voy a algunas partes de Nueva York es por el riesgo real de encontrarme a Donald Trump», bromeaba a comienzos de año el por entonces alcalde de Londres, Boris Johnson. También calificaba de «sinsentido» la propuesta de Trump de prohibir la entrada de los musulmanes en EE.UU., medida que anunció tras el atentado islamista en San Bernardino, California. Además, el hoy presidente de EE.UU. declaró que era peligroso entrar en algunos barrios londinenses de mayoría musulmana.

Boris es ahora ministro de Exteriores y ayer su tono cambió por completo: «Mucha felicidades para Donald Trump. Estamos deseando trabajar con él para la prosperidad y estabilidad global».

Trump no gustaba al establishment político británico.

El pasado 18 de enero, una comisión de la Cámara de los Comunes debatió si se debía prohibir o no su entrada en el Reino Unido. El Parlamento atendía a una petición popular para vetar su visita a Gran Bretaña por incitar «el discurso del odio». La había puesto en marcha una periodista escocesa, Suzanne Kelly, y reunión rápidamente 580.000 firmas.

Todas las iniciativas que superan las cien mil rúbricas deben ser atendidas por la Cámara, aunque son debates consultivos, que no concluyen con una votación sobre el tema planteado.

El debate sobre Trump en los Comunes duró tres horas y fue acalorado. En general, sus señorías lo pusieron verde, pero desestimaron recomendar que se prohibiese su entrada, algo para lo que el Parlamento tampoco tiene competencias, pues está en manos del ministro del Interior, con potestad para vetar el viaje al Reino Unido de criminales convictos, inmigrantes ilegales o personas cuya presencia pueda resultar «contraproducente para el bien público». Bajo ese paraguas se impidió en su día un viaje de Terry Jones, el predicador estadounidense que quemó el Corán, de un abogado de Hamás y de un antiguo líder del Ku Klus Klan.

En el debate parlamentario se acumularon las críticas a Trump. «Sus palabras son venenosas. No es gracioso. Envenena las relaciones entre las comunidades», expresó un diputado laborista. Pero en otros casos asomó una cierta comprensión, por ejemplo en la intervención del tory Philip Davies: «Trump habla directo y como hombre de York yo lo aplaudo. De hecho creo que en nuestro país debería haber menos corrección política y más claridad».

Antes del debate, David Cameron, entonces primer ministro, se opuso a prohibir la visita de Trump. Sin embargo se cuidó de mostrar que el magnate republicano no le agradaba y tachó su propuesta de vetar la entrada de musulmanes de «estúpida, divisiva y equivocada».

Theresa May, hoy premier y entonces ministra de Interior, también se mostró crítica, aunque con más cautela: «Todos estamos de acuerdo en que su discurso es divisivo, equivocado y no ayuda. Creo que no entiende el Reino Unido y lo que pasa aquí». May le envió nada más conocerse su victoria un mensaje de felicitación, donde recuerda los valores que comparten y expresa su deseo de verlo pronto.

La primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, todavía seguía atacándolo con dureza el mes pasado. A raíz de la grabación soez de Trump sobre las mujeres, Sturgeon declaró que «es el peor tipo de misógino y espero que la gente de Estados Unidos tenga el buen juicio de no votarle». El alcalde de Londres, el laborista de fe islámica Sadiq Khan, llegó a viajar a Estados Unidos para apoyar la campaña de Hillary.

Finalmente, Trump sí viajó al Reino Unido. En junio, poco antes del referéndum, desembarcó en Escocia, donde visitó su resort de golf de lujo y apoyó el Brexit. «Personalmente soy más partidario de salir, por muchos motivos, como ahorrarse un montón de burocracia». De todas formas, añadió un cauto «no me hagan mucho caso, porque no estoy muy centrado en esto».

La madre de Trump es de ancestros escoceses e italianos. En 2014 compró el resort de golf Turnberry, en Ayrshire, al suroeste de Escocia. Invirtió unos 290 millones de euros en rehabilitarlo y en junio lo reinauguró. También posee un campo de golf al Norte de Aberdeenshire.

Cuando arreciaron las críticas contra él a comienzos de año, la directora de su compañía Trump International Golf Links amenazó con paralizar una inversión de 700 millones de dólares prevista en Escocia si se prohibía al empresario y político visitar Gran Bretaña. La compañía ha mantenido también un largo e infructuoso pleito para evitar que se levanten parques eólicos al lado de sus hoteles escoceses, que se saldó con tres derrotas en los tribunales.

Pero hoy el panorama ha cambiado. Trump ya es una realidad con la que todos tendrán que convivir. Una realidad inesperada: la portada de «The Sun» de este jueves muestra una escena de los Simpson, un chiste de hace 16 años, en el que Hoomer Simpson observa perplejo que Trump es el presidente de EE.UU. Una humorada. Hasta este miércoles.

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