El primer ministro de China, Li Keqiang
El primer ministro de China, Li Keqiang - AFP

«No queremos una guerra comercial con EE.UU.», clama el primer ministro chino

En la clausura de la Asamblea Nacional, Li Keqiang promete abrir la economía, defiende la globalización frente a Trump y pide rebajar la tensión militar en Asia

MADRID Actualizado: Guardar
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Como todos los años, el primer ministro de China, Li Keqiang, ha comparecido este miércoles ante la Prensa tras la clausura de la Asamblea Nacional Popular, el Parlamento orgánico del autoritario régimen chino. Como todos los años, se trata de la única ocasión en que un dirigente chino se somete a las preguntas de los periodistas nacionales y corresponsales extranjeros, en una multitudinaria rueda de prensa que se emite en directo por la televisión estatal y cuenta con su traducción del mandarín al inglés. Y, como todo los años, dichas cuestiones están pactadas de antemano para no incomodar al «premier». Como consecuencia lógica de este control, las preguntas más interesantes son, precisamente, las que no se pueden hacer: falta de democracia, violación de derechos humanos, abusos de las autoridades, acoso a los disidentes, corrupción, represión en el Tíbet y Xinjiang, censura, libertad de expresión, persecución de Falun Gong y un largo etcétera de temas más que espinosos para el régimen.

Ganada esta batalla de imagen, para Li Keqiang es arroz comido responder ante las cámaras unas cuestiones que conoce previamente. Así puede dar ante los telespectadores chinos, que ignoran tan importante detalle, una falsa sensación de solvencia y capacidad para desenvolverse frente a los medios y, de paso, volver a soltar sus habituales soflamas propagandísticas.

Como si fuera el paradigma filosófico del «eterno retorno», o un «déjà vu» que se repite año tras año, el primer ministro volvió a prometer la progresiva apertura de la economía china frente a las crecientes quejas de las empresas extranjeras, que cada vez tienen más complicado hacer negocios en este país. «China está comprometida con la apertura porque mantener una política de puertas cerradas no beneficiará a nadie», proclamó Li Keqiang, quien se ufanó de que su economía fue el año pasado «la principal receptora de inversión directa extranjera dentro de los países en vías de desarrollo». Tras recordar las medidas puestas en marcha para agilizar los negocios en China, como las once zonas de libre comercio ya en funcionamiento o la próxima Cumbre de la Ruta de la Seda, el «premier» abogó por «la liberalización del comercio global».

Frente al proteccionismo que defienden el nuevo presidente de Estados Unidos y su cohorte de asesores nacionalista-económicos, que amenazan con una guerra comercial, Li Keqiang insistió de nuevo en la globalización por motivos obvios. Mientras la clase media en EE.UU. y Europa se queja de su empobrecimiento por la deslocalización que ha traído el traslado de las fábricas occidentales a los baratos países asiáticos, China ha registrado durante las tres últimas décadas un crecimiento espectacular que ha provocado la mayor transformación de su historia. «No queremos ver una guerra comercial entre nuestros dos países», clamó el primer ministro. Defendiéndose de las acusaciones de Trump, que ha invitado al presidente chino, Xi Jinping, a un encuentro privado en su mansión de Florida el próximo mes, aseguró que el comercio y las inversiones entre ambos países han generado más de un millón de empleos en suelo estadounidense. «Todas las partes se han beneficiado de la globalización, pero es cierto que han surgido fricciones», admitió el primer ministro. Sin embargo, matizó que «dichos problemas no son el resultado de la globalización por sí misma» y se ofreció «a caminar junto a otros países en el perfeccionamiento de este modelo». Además de respaldar «una Unión Europea fuerte e integrada», señaló que «la tendencia hacia la paz, el desarrollo, la cooperación y la globalización son indivisibles y representan nuestra época».

Para ello, garantizó que China seguirá siendo «uno de los motores del desarrollo global» con «un crecimiento del 6,5 por ciento, que no es lento ni será fácil de conseguir», ya que significa un Producto Interior Bruto (PIB) de 74 billones de yuanes (10 billones de euros) y la creación de once millones de empleos.

En el aspecto político, Li Keqiang se mostró conciliador sobre las disputas territoriales en el Mar del Sur de China, que enfrentan a Pekín con todos sus vecinos y han involucrado también a la flota estadounidense. «China y EE.UU. no deberían forzar a los países de Asia-Pacífico a elegir un bando como si fuera la Guerra Fría», aseguró el «premier», quien insistió en la colaboración pese a que se acaban de difundir nuevas imágenes por satélite de su expansión militar por los islotes artificiales y arrecifes que ya controla en dichas aguas.

De igual modo, Li apoyó la desnuclearización de la Península Coreana, constante foco de tensión por los ensayos atómicos y de misiles del régimen estalinista dirigido con puño de hierro por el joven dictador Kim Jong-un. Precisamente, el despliegue por parte del Pentágono de un escudo antimisiles en Corea del Sur, que podría afectar a la capacidad militar china, ha enrarecido las relaciones entre Pekín y Seúl. Impulsado por la propaganda del régimen, los consumidores chinos ya están protagonizando un boicot contra los productos surcoreanos que ha llevado al cierre de varios supermercados de la cadena Lotte tras el destrozo de algunos artículos. A modo de protesta contra dicho escudo antimisiles, aún más gregaria ha sido la negativa de 3.300 turistas chinos a desembarcar de un crucero en la turística isla surcoreana de Jeju, aterrador ejemplo del poder de movilización social que tiene el Partido Comunista.

Además de insistir en las reformas administrativas para avanzar hacia la liberalización de la economía, Li Keqiang recordó la necesidad de reducir la sobrecapacidad productiva de sectores como el carbón y el acero, donde se perderán un millón de empleos, y de luchar contra la contaminación.

Frente al creciente independentismo en Hong Kong, que a finales de mes elige a su jefe ejecutivo entre tres candidatos bendecidos por el régimen, el primer ministro prometió a la antigua colonia británica mayor integración económica bajo el modelo de «un país, dos sistemas». Y a los empresarios de Taiwán, la isla que permanece separada de China y cuya soberanía es reclamada por Pekín, les ofreció un trato preferencial en sus inversiones porque «somos familia» y «la sangre es más espesa que el agua» que les separa del continente en el Estrecho de Formosa. Otro «déjà vu» que suena de citas anteriores y, al igual que las preguntas pactadas, no podía faltar en este «eterno retorno» en que se ha convertido la rueda de prensa anual del primer ministro Li Keqiang.

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