Borja Bergareche

La «nakba» de Trump, o el precio de romper consensos

La decisión de Trump favorece la ingeniería diplomático-militar con la que el gobierno Netanyahu modifica de facto las condiciones de la (no) negociación

BORJA BERGARECHE

Vimos en una era de fragmentación de las corrientes sociales, de polarización de la vida política y de ruptura de consensos. Triunfan los «contrarians», los líderes políticos o cívicos que se atreven a decir lo que nadie dice, o lo contrario de lo que todos dicen. La revolución cultural que alberga el movimiento #MeToo sería un ejemplo. En política, el Brexit, Viktor Orban, o Macron son especímenes «contrarian«, aupados a la cima por unas democracias electorales que parecen primar, en estos momentos, la ruptura. Y Donald Trump, el magnate patoso catapultado al Despacho Oval por este «zeitgeist« antitodo, es el ejemplar más representativo del momento.

Su visión del mundo se caracteriza por la simplicidad. «Si tenemos que restringir las armas para prevenir los ataques con armas, tendríamos que prohibir también los camiones y las furgonetas para evitar ataques con vehículos», dijo, con su habitual y vacua sorna hiriente, en la reciente asamblea de la Asociación Nacional del Rifle (la NRA por sus siglas en inglés). Y su instinto ideológico es el de borrar el legado de su antecesor, Barack Obama, por el mero placer «contrarian» de hacerlo. Con estos ingredientes, era de esperar que ese afán adanista de romper de un manotazo lo que no le gusta se reflejara también en el ámbito de la política internacional. El abandono del acuerdo nuclear con Irán o el inminente encuentro con el líder norcoreano son actos del mismo drama.

Con su decisión de llevar la embajada de Estados Unidos a Jerusalén, Trump ha roto con uno de esos consensos de la «realpolitik» que son muy fáciles de ridiculizar en una tertulia, pero muy difíciles de sustituir -por algo mejor- en la realidad. La noción de una ciudad con un estatus especial que sirviera de capital a dos estados, uno judío y otro palestino, conformaba uno de los ingredientes básicos, sagrado para muchos, de la fórmula de «dos estados». Era el escenario aspiracional que alimentaba las frágiles constantes vitales de la esperanza de convivencia pacificada en la región.

Desde el punto de vista de la política doméstica norteamericana, era una reivindicación histórica del movimiento conservador pro-israelí que sus antecesores en la Presidencia habían bloqueado para evitar abrir la caja de Pandora. Trump, claro, no ha podido resistir abrirla. Su decisión favorece la ingeniería diplomático-militar con la que el gobierno Netanyahu modifica de facto las condiciones de la (no) negociación; enardece a Hamás con nuevas víctimas mortales en esta tierra santa tan profanada; y genera, de rebote, un efecto llamada en los «contrarian» europeos que, como los gobiernos de Hungría, Chequia o Rumanía, han enviado representantes a la inauguración, en contra de la postura oficial de la UE.

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