Un niño con una pierna amputada camina usando una prótesis en la zona rebelde Maaret al-Numan
Un niño con una pierna amputada camina usando una prótesis en la zona rebelde Maaret al-Numan - REUTERS

Los mutilados en Siria, sobrevivir a una guerra con secuelas de por vida

Khamis y Khlouf, que recorren Siria en una clínica ambulante desde hace seis meses, ya han proporcionado más de 5.000 prótesis a aproximadamente 2.500 personas

Madrid Actualizado: Guardar
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Siria lleva ya cinco años sufriendo las consecuencias de la guerra civil que enfrenta al gobierno del presidente Bashar Al-Assad con los insurgentes. Un conflicto que, desde 2011, se ha cobrado la vida de cerca de 400.000 personas, según el enviado especial para Siria de Naciones Unidas Staffan de Mistura. Pero, en la mayoría de los casos, las secuelas de un país devastado por las bombas son más duras para los que sobreviven y tienen que cargar con una pérdida, o en el peor de los casos, con heridas que les impiden escapar de un lugar del que todos quieren huir.

«La vida diaria está llena de miedo: no sabes en quién confiar, con quién puedes hablar. La vida familiar se rompe y los matrimonios discuten.

Pocos niños van al colegio, están nerviosos y asustados (...) La vida es insoportable», relata Mahmud, vecino de Al Salama (Alepo), a Médicos Sin Fronteras.

Además de los ataques que intercambian las fuerzas internacionales y locales, los habitantes del país tienen que lidiar con otro tipo de amenazas, si cabe, más peligrosas. Hay centenares de miles de minas enterradas en todo el territorio sirio; armas camufladas tiempo atrás que estallan de forma indiscriminada para quien las activa, huyendo, pastoreando, jugando.

Salma, de 9 años, pisó una de esas minas cuando acudía a visitar a su abuelo. «Me desperté en el hospital y no encontraba mi pie. Pensé: "Debo estar en el cielo"», cuenta a Reuters. «Al principio estaba deprimida, pero cuando mi padre me dijo que iba a conseguir una prótesis y volver a caminar, me puse muy contenta», confiesa.

Salma, de 9 años, pisó una de esas minas cuando acudía a visitar a su abuelo
Salma, de 9 años, pisó una de esas minas cuando acudía a visitar a su abuelo - REUTERS

Ella es una de las personas a las que Amjad Hajj Khamis, de 24 años, y Abdalrahim Khlouf, de 25, han devuelto, de alguna forma, la vida. Ambos tuvieron que abandonar sus estudios universitarios tras el agravamiento del conflicto, y decidieron dedicar su vida a ayudar a las personas que habían perdido algún miembro al verse involucrados en una guerra que ninguno quería librar.

«Me desperté en el hospital y no encontraba mi pie. Pensé: "Debo estar en el cielo"»
Salma , niña mutilada

Desde hace seis meses, Khamis y Khlouf recorren Siria en lo que parece una furgoneta blanca común, pero en realidad conducen una clínica ambulante que ya ha proporcionado más de 5.000 prótesis a aproximadamente 2.500 personas. Aunque no pueden atender a todo el mundo. Según la ONU, hay 4,6 millones de personas en el país con serias dificultades para acceder a cuidados médicos. «La escasez de equipo médico y de cuidados posoperatorios ha hecho que, en muchos casos, los médicos hayan llevado a cabo amputaciones cuando, en otras y mejores circunstancias, podrían haberse evitado», explica MsF en el informe «Vivir bajo los barriles bomba».

«Cuando pones una prótesis en un paciente, sobre todo en niños, sientes algo que es imposible describir», confiesa a la agencia británica Khamis. «Ellos adoran moverse y jugar, por eso es increíble ayudar a los niños a que vuelvan a caminar».

Eso hicieron también con Qusay, un niño de 14 años que perdió su pie y su brazo derecho cuando, pastoreando junto a su hermano gemelo Adi, entraron en un campo minado. Su hermano activó la bomba y murió al instante; Qusay todavía tiene metralla incrustada cerca del cerebro.

«Siempre juego o paseo con el rebaño de ovejas», cuenta Qusay, procedente de Abu Maki, en la provincia de Idlib, a Reuters. «No me gusta quedarme sentado en casa». Y gracias a las prótesis, ha recuperado algo de su independencia de antaño.

Khamis y Khlouf empezaron a trabajar en un hospital de campaña, donde fueron entrenados para fabricar y encajar prótesis en pacientes que habían sufrido la amputación de alguna o varias extremidades. Pasaron una temporada en la ciudad fronteriza turca de Rihaniyya y aprendiendo a distancia desde Pakistán, Reino Unido y Alemania.

«Cuando pones una prótesis en un paciente, sobre todo en niños, sientes algo que es imposible describir»
Amjad Hajj Khamis , de 24 años

Sus pacientes, la mayoría de entre 15 y 45 años, proceden de zonas controladas por la oposición, incluyendo la provincia noroccidental de Idlib, el barrio de Douma de Damasco y Alepo, la ciudad más grande de Siria hasta que el conflicto estalló en 2011. Los sirios mutilados superan con creces los servicios que la clínica móvil está capacitada para asumir, pero Khamis y Khlouf siguen intentando ayudar a todos los heridos que encuentran en su camino. Incluso cuando tienen que mantenerlos a salvo de los recurrentes bombardeos.

A veces es peor sobrevivir. Pero cuando un niño sonríe porque vuelve a caminar, o una persona se adapta a las circunstancias con las que el siempre aleatorio azar ha condicionado su vida, las dificultades se olvidan y uno vuelve a recordar el valor de la vida.

El nadador de 27 años Ibrahim Al-Hussein, que cruzó el mar Egeo desde Turquía en un bote de goma en el 2014 tras perder parte de una pierna en un bombardeo en Siria y obtuvo asilo en Grecia, portará la llama olímpica en un centro de refugiados de Atenas, aclara ACNUR. «Será todo un honor. Llevaré la antorcha por mí, pero también por los sirios, por los refugiados en todos lados, por Grecia, por el deporte», asegura, orgulloso.

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