Interminable caravana de vehículos que llegan de la localidad de Topzawa, en el extrarradio de Mosul.
Interminable caravana de vehículos que llegan de la localidad de Topzawa, en el extrarradio de Mosul. - M. AYESTARAN

«¡Me muero por tocar de nuevo el tambor y bailar!»

La ofensiva sobre Mosul sigue adelante y ya ha conseguido liberar 90 aldeas que estaban bajo el yugo de Daesh

ENVIADO ESPECIAL A KHAZER Actualizado: Guardar
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«Después de dos días de intensos combates, nos hemos despertamos por la mañana y habían desaparecido. No quedaba un solo hombre del Daesh (acrónimo en árabe de Estado Islámico) y por eso hemos podido huir, antes no nos dejaban, éramos esclavos de ellos», cuenta Hamza Bazlan al volante de su coche, tan desvencijado que parece increíble que pueda circular. Es uno más en la interminable caravana de vehículos que llegan de la localidad de Topzawa, en el extrarradio de Mosul. Con banderas blancas, han llegado hasta las líneas iraquíes y kurdas en busca de ayuda y esperan a que les asignen un lugar en el campo para desplazados de Khazer.

Kurdos e iraquíes coordinan sus operaciones para estrechar el cerco y comenzar el asalto final

El frente este de Mosul ya se encuentra «a cinco o seis kilómetros» de la capital del «califato», según declaraciones a la agencia AFP del general Abdelghani al-Assadi, respnsable de las unidades de elite del contraterrorismo (CTS) iraquí, y este empuje de los últimos días ha obligado a los yihadistas replegarse. El número de localidades liberadas ya alcanza las 90. Kurdos e iraquíes coordinan sus operaciones para estrechar el cerco y comenzar el asalto final y entran también en escena por primera vez las Unidades de Movilización Popular (milicias chiíes), que recibieron la orden de cortar la ruta oeste de salida entre Mosul y Siria.

Los hombres se quedan en los coches y las mujeres y niños caminan hacia los autobuses que les esperan. Las familias que huyen son kurdas shabakas suníes, la otra rama de su secta, la chií, tuvo que escapar nada más llegar el «califato», pero a ellos les permitieron quedarse. «Hemos pasado dos años horribles, un régimen de terror, obligados a rezar cada día, a dejarnos barba… y yo que era poeta y músico, pero se me ha olvidado hasta escribir ¡Me muero por tocar de nuevo el tambor y bailar!», exclama Bazlan, entre los gritos de los peshmergas que tratan de poner orden en la situación. En la furgoneta siguiente, Tarek despide a su familia, que ya se dirige a los autobuses. No quiere hablar porque dice que aun le quedan parientes que no han podido salir de aldeas vecinas y tiene miedo de que les pueda pasar algo. Voces rotas y emocionadas, rostros llenos de polvo y niños desconcertados que cuelgan de los brazos de muchas madres y abuelas que, tras escapar del «califato», no han tardado ni un minuto en abandonar los niqabs, prenda obligatoria en la tierra Daesh.

«Actos bárbaros»

Según la ONU, en los últimos días 70 civiles y 50 exagentes de policía han sido ejecutados por Daesh

Los civiles que pueden huyen. Cuando se les pregunta por los yihadistas, repiten que no les conocían antes de su irrupción, que son gente de fuera de los pueblos con los que apenas han tenido contacto. Salen con lo puesto, no han tenido tiempo de recoger sus cosas y tenían pánico al regreso de los seguidores del califa a quienes la ONU volvió a acusar de cometer «actos bárbaros» durante esta ofensiva. El portavoz del Alto Comisionado para los Derechos Humanos, Rupert Colville, aseguró disponer de informes preliminares que apuntan a la ejecución en los últimos días de 70 civiles y 50 exagentes de la Policía por parte de los yihadistas, impotentes ante las milicias kurdas, el Ejército de Irak y, sobre todo, la omnipresente aviación de la coalición que lidera Estados Unidos.

Mientras los vecinos de Topzawa buscan espacio en los autobuses, parece que su antiguo califa, Abu Baker Al Bagdadi, habría optado por el camino inverso y se encontraría ya a salvo en Raqqa, capital del «califato» en Siria. El Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH) informó de la llegada de un convoy de vehículos de Daesh «con uno de sus dirigentes de primera fila», que podría ser el máximo líder, o el «ministro de Guerra» de la organización.

«No sabemos a dónde nos llevan, pero ahora nos sentimos seguros con los peshmergas», señala un anciano que no quiere dar su nombre por miedo a represalias y que mira con nostalgia al otro carril de la carretera. Por allí circulan aquellos que llevan dos años desplazados y que, tras la liberación de sus aldeas, regresan ahora para ver cómo han quedado sus casas. «Esperemos que todo vaya rápido y que podamos volver pronto a casa», apunta este anciano, que lamentan que toda su vida en Irak la ha pasado entre guerras, primero durante la era de Sadam Husein, contra Irán o Kuwait, y desde la caída del régimen con Estados Unidos, Al Qaida y ahora Daesh.

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