ELECCIONES EN ALEMANIA

La era Merkel: del déficit al superávit

Tras doce años liderando el gobierno alemán, el país se ha convertido en el motor de Europa y consolidado las relaciones con España

Merkel firma un autógrafo a una mujer que trabaja en una carnicería horas antes de que se celebren los comicios en Alemania REUTERS

ROSALÍA SÁNCHEZ

Ay, Alemania! ¡Quién te ha visto y quién te ve! En otoño de 2005 , cuando Merkel ganó sus primeras elecciones generales , el país llevaba tres años incumpliendo el Pacto de Estabilidad europeo, sobrepasando el límite de déficit del 3% del PIB y con un endeudamiento que escandalizaba a los contribuyentes. Hoy recibe reprimendas del FMI por su excesivo superávit . Los «halcones» del BCE acogotaban por entonces sin piedad a las «palomas» y todavía se leía en la prensa que la institución monetaria europea había sido creada «a imagen y semejanza» del Bundesbank, sin que ningún economista germano pudiera siquiera imaginar hasta dónde podía llegar la política monetaria expansiva de un director del BCE de procedencia italiana.

Solo un verso suelto, el socialdemócrata Thilo Sarrazin, osaba en 2005 criticar la política abierta de inmigración y subrayar sus costes para la identidad alemana, lo que le valió el ostracismo económico y político, con un altísimo precio para él y su familia. Y los berlineses todavía sonreían con condescendencia a quien se plantaba en la nueva capital alemana con intenciones de comprar un piso, en lugar de alquilarlo, y hacían cuentas sobre la servilleta de papel de la cafetería demostrando que el único que ganaría con esa operación era el banco. Hoy la prensa alemana emplea con soltura la expresión «burbuja inmobiliaria» sin que las autoridades se atrevan a reconocerla.

Durante esta era Merkel, el mundo ha cambiado también con Alemania. Facebook no era en 2005 más que un catálogo de ligues que no traspasaba las puertas de Harvard y el Smartphone estaba por inventar, mientras que hoy Merkel hace campaña con youtubers y el populismo conquista voluntades en el reino de la posverdad, las redes sociales. El teléfono ya existía, claro está, pero en Washington se seguía repitiendo esa pregunta falsamente atribuida a Henry Kissinger: «¿A quién tengo que llamar cuando quiero hablar con Europa?». Y cuando los corresponsales escribían el adjetivo «todopoderoso» en un artículo firmado desde Alemania, no estaban refiriéndose precisamente al inquilino de la Cancillería de Berlín, recién mudada desde Bonn y cuyas obras todavía estaban en los últimos remates, sino a menudo al sindicato de la metalurgia, IG Metall.

De Aznar a Rajoy

¿Las relaciones por entonces entre Alemania y España? Así, así. Schröder nos la tenía jurada después de que Aznar bloquease durante toda una noche la cumbre europea de Berlín , hasta que Alemania accedió a aumentar los fondos de cohesión para España. «Me voy a fumar un puro», dijo tras la enésima negativa y a eso de las cuatro de la mañana, cuando en la sala de prensa se hablaba ya de fracaso del encuentro. Después de eso y de la foto de las Azores, se había extinguido la relación política entre los dos gobiernos. En las imprescindibles bilaterales reinaba la tensión y el enfrentamiento. La incomunicación era total.

Desde que Merkel gobierna en Berlín, por el contrario, los dos gobiernos han estrechado relaciones hasta la amistad personal, o al menos confluencia de intereses personales, que es a lo más que se puede llegar en estos casos. No solo Merkel y Rajoy han llegado a cierta complicidad en su relación política. Muy estrechos colaboradores de ambos pasan juntos incluso vacaciones de verano con sus familias, creando vías de influencia más efectivas que las puramente institucionales. Zapatero inició el proceso, agradando en su día a la canciller con la modificación exprés de la Constitución para limitar el déficit público , cuando Alemania, convertida a la austeridad, se empleaba afondo en imponer su fe al resto de los europeos. Y Rajoy, tras un quiebro alarmante para Berlín, cuando modificó unilateralmente su objetivo de déficit, ha sabido labrarse la fama de «hombre fiable» en la Cancillería.

Decadencia socialdemócrata

Pocos elementos permanecen inmutables en la era Merkel. Uno de ellos es la decadencia del Partido Socialdemócrata (SPD). Antes de irse, Schöder legisló una serie de recortes sociales , la «Agenda 2010», que según reconoce la canciller permitieron después a Alemania capear el temporal de la crisis, pero que partieron el partido por la mitad. El número dos del gobierno Schröder, Oskar Lafontanie, dio un portazo y se marchó a Die Linke, dejando a la izquierda alemana dividida e irredenta.

Mientras tanto, Merkel ha ido superando crisis tras crisis : la financiera de 2008, colocándose del lado de los ahorradores y saliendo a garantizar «su dinero está seguro en el banco»; la del euro y los rescates, bajo el principio «no hay alternativa»; la de Fukushima, legislando el abandono exprés de la energía nuclear en Alemania; el Brexit, que «significa Brexit»; y la de los refugiados, repitiendo «podemos conseguirlo».

Alemania ha dejado de ser aquel país dividido entre los quejosos Länder orientales y los provincianos occidentales para convertirse en una potencia indiscutible en cualquier escenario global. No solo Forbes ha declarado a la canciller la mujer más poderosa del mundo , sino que un nuevo sentir alemán ha despertado, posiblemente desde que volvieron a ondear banderas alemanas en Berlín, durante el Mundial de 2006. Por eso no es de extrañar que el programa electoral de la CDU se resuma únicamente en dos palabras: Angela Merkel.

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