poster Vídeo
Trump, durante su intervención en el congerso del Partido Republicano en Filadelfia. Al fondo el vicepresidente Mike Pence y el speaker de la Casa Blanca, Paul Ryan - REUTERS

Las medidas populistas de Trump desdibujan el Partido Republicano

La formación de Reagan abraza la dura ofensiva proteccionista y antiinmigración del presidente

Los republicanos lamentan el tono bélico de su nuevo líder, pero por ahora aceptan el cambio

CORRESPONSAL EN WASHINGTON Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El empuje de Donald Trump, el promotor inmobiliario que ha irrumpido a ritmo de una orden ejecutiva diaria, no ha recibido por ahora freno alguno por parte del Partido Republicano. Pese a que su revolución populista choca frontalmente con la esencia de la formación de Ronald Reagan, hasta ahora el referente indiscutible, los dirigentes republicanos muestran de momento una notable capacidad de adaptación al credo de su nuevo líder, Donald Trump. El agresivo proteccionismo de situar «América por delante», la política antiinmigración más radical en décadas y un ambicioso plan de infraestructuras, como modelo keynesiano de impulsar la economía y el empleo, han sido aceptados por la dirección republicana. Aunque el alcance de la transformación del partido conservador recibirá ahora la prueba del nueve de la tramitación del Congreso, el laboratorio donde la legislación resultante deberá avalar o matizar el agresivo cambio para el país que plantea el nuevo inquilino de la Casa Blanca.

La frase del speaker del Congreso, Paul Ryan, mucho más dócil que cuando ejerció de guardián del espíritu republicano frente a las promesas del entonces candidato, empieza a definir el nuevo tiempo: «Esta va a ser una presidencia poco convencional. Es algo a lo que vamos a tener que acostumbrarnos». El nuevo líder está poniendo patas arriba todos los grandes principios que han definido el Great Old Party (GOP) las últimas décadas. Y a un ritmo infernal. Con una acumulación de siete órdenes ejecutivas en la primera semana, un recurso supuestamente excepcional del presidente que supera los cinco que empleó Obama y los dos de Clinton (George W. Bush ninguna), Donald Trump actúa de ejecutivo, nunca mejor traída la palabra. El gestor acostumbrado a dirigir su imperio con agilidad y rapidez de decisiones se adapta como anillo al dedo a la fórmula legal de urgencia potestad del presidente. «Voy a gestionar el país como una empresa», prometió. Mucho más previsible de lo que ha sido definido, Trump no tiene intención de frenar su marcha. Los dirigentes pusieron al mal tiempo buena cara en su congreso del jueves en Filadelfia, donde ratificaron las decisiones del presidente, pese a que muchas de sus proclamas no fueran recibidas con entusiasmo por la flor y nata del republicanismo.

Medidas proteccionistas

Las medidas proteccionistas han sido el primer reclamo que ha desmadejado las convicciones conservadores en pro del libre comercio. Para los convencidos, la supresión del Acuerdo Transpacífico (de EE.UU. con once países de América y Asia), que sólo tenía pendiente la aprobación del Congreso, puede tener la justificación de que fue aprobada por el presidente Obama. Pero la llamada a renegociar el Nafta (con México y Canadá) topa con quien fue precisamente el impulsor del pacto: Ronald Reagan. Cuando Trump clamó ante el auditorio republicano «¿quién coño negoció esto?», la respuesta fue un clamoroso silencio. Aunque si nos atenemos al pensamiento del votante, los vientos soplan en favor de Trump. Según Pew Research Center, un 68% cree que el Nafta «no ha benficiado al país», mientras que un 24% opina que sí. En cambio, entre los votantes demócratas, los que lo apoyan son la mitad. En tiempos de zozobra, el país y el mundo parecen haberse puesto del revés.

Inmigración

Las duras medidas contra la inmigración aprobadas por Trump, el otro gran eje de su política, también contradicen el comportamiento de sus antecesores republicanos. Hace poco más de treinta años, Reagan regularizó a más de tres millones de indocumentados al firmar la Ley de Reforma y Control de la Inmigración. A principios de 2004, George W. Bush puso en marcha un sistema de permisos de trabajo que benefició a casi diez millones de inmigrantes. La decisión del nuevo presidente, y menos su enfrentamiento con México a costa del muro, no ha gustado a todos los republicanos. Charlie Dent, congresista por Pensilvania, fue una de las voces críticas: «No me gusta una medida que puede alimentar el antiamericanismo en los países de Latinoamérica». Pero la dirección en el Congreso ha asumido la propuesta. Incluso, Paul Ryan, que se desmarcó abiertamente en campaña del cierre de las fronteras a los procedentes de países musulmanes con terrorismo, la otra gran medida antiinmigración de Trump, abraza ahora la decisión «en pos de la seguridad del país».

Infraestructuras

Aunque la gran prueba de fuego para los republicanos en el Congreso puede ser el plan de infraestructuras, muy goloso para impulsar la creación de empleo, pero que puede disparar aún más la deuda pública. Los guardianes de la limitación del gasto público se debaten ahora entre contradecirse con sus ocho años anteriores de control férreo o poner freno al huracán Trump. Es el sino de este mandato.

Ver los comentarios