«La libertad guiando al pueblo», pintura de Delacroix
«La libertad guiando al pueblo», pintura de Delacroix

La Marsellesa, emblema de la lucha de la libertad contra la tiranía

El misterioso atractivo del himno compuesto en 1792 por el militar y compositor Rouget de Lisle como canto patriótico de la Francia revolucionaria en su guerra contra Austria

Madrid Actualizado: Guardar
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¿Qué tiene La Marsellesa que escucharla nos provoca siempre esa oleada de emoción? Creada por Rouget de Lisle en 1792 como canto patriótico de la guerra contra Austria, pronto se convirtió en himno nacional y aparece, a partir de entonces, asociada con la lucha contra la tiranía. En el Imperio se prohibió, y más tarde sucedió lo mismo en la Restauración y en la ocupación alemana. Es entonces cuando hace una de sus más famosas apariciones, en la película «Casablanca», como himno de la resistencia contra los nazis. Humphrey Bogart no la canta, es americano, pero autoriza que se cante en su local. Ingrid Bergman no la canta, es sueca, pero le brillan los ojos de admiración. Al escuchar La Marsellesa es imposible no pensar, por otra parte, en el cuadro de Delacroix «La libertad guiando al pueblo», como si esa mujer de pecho desnudo que avanza entre las barricadas fuera la propia melodía que se abre paso. Es imposible no pensar, también, en Berlioz, que fue el autor (¡no podía ser otro!) del arreglo orquestal y coral que todavía hoy en día suele interpretarse.

Es una versión totalmente berlioziana, con líneas de los violines que se entrecruzan con la melodía principal y poderosas fanfarrias.

Pero ¿por qué nos impresiona tanto? ¿Porque siempre ha sido el canto de los que se oponen a la tiranía? ¿por la letra? ¿por la música? Seguramente los himnos nacionales dicen más sobre un país de lo que suponemos. El himno inglés está enteramente dedicado a la salud de la reina. La Star Spangled Banner americana elogia «el hogar de los valientes y la tierra de la libertad» y afirma que «conquistar debemos si nuestra causa es justa». El de Japón sueña con un gobierno de diez mil años, hasta que las piedras se cubran de musgo.

Casi todos están llenos de violencia y de sangre, de venganza, de espadas, de muerte y de horror: en el de Grecia se habla de una temible espada; en el de Bélgica, de dar la sangre por la patria; en el de China, de formar una nueva Gran Muralla de carne y sangre; en el de Uruguay se nos da a elegir entre la patria o la tumba; en el de Portugal se anima a la multitud a correr contra los cañones (no parece una buena idea); en el de Polonia, a luchar contra los enemigos; el de México es un grito de guerra contra el invasor (¿cuál?).

Los nórdicos son más apacibles: el de Finlandia habla de la naturaleza; el de Suecia dice: «quiero vivir y morir en el norte»; el de Dinamarca, el más dulce de todos, habla de las hayas reflejadas en las olas.

Himnos al optimismo

¿Cuáles son los himnos más bellos? El ruso, que es el más lírico; el italiano, totalmente operístico (muy verdiano, de hecho); el alemán, cuya música proviene de un cuarteto de Haydn; el brasileño, también operístico (rossiniano en este caso); el americano; el polaco... Pero todos tienen algo en común: triunfales como el español o elegíacos como el austríaco, monocordes como el indio o hímnicos como el griego, todos están en modo mayor, el modo del optimismo, la luz y la alegría.

Hay excepciones: el de Israel, por ejemplo, está en modo menor porque es un canto de nostalgia para una patria añorada. También los de Bulgaria y de Turquía están en modo menor, el modo de la solemnidad y la melancolía. Pero ¿y La Marsellesa? Se eleva al principio como un canto triunfal y heroico, pero enseguida la orquestación de Berlioz introduce sombras e inquietud. Y luego aparece un pasaje en modo menor, trágico y sombrío: «¡Vienen hasta vuestros mismos brazos a degollar a vuestros hijos y esposas!». A continuación reaparece el modo mayor, en la forma de una llamada: «¡A las armas, ciudadanos, formad vuestros batallones!».

Es este pasaje en modo menor lo que da a este himno algo, quizá, que no tiene ningún otro: la alternancia de luz y sombra, de heroísmo y tristeza. Aunque sea el triunfo lo que prima al final, el reconocimiento de la existencia del dolor y del sufrimiento humanos. La Marsellesa es como un poema sinfónico en miniatura.

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