Theresa May, la semana pasada
Theresa May, la semana pasada - REUTERS

Londres inicia hoy la negociación del Brexit con May muy frágil

Mantiene su modelo duro de salida, sin mercado único ni unión aduanera

CORRESPONSAL EN LONDRES Actualizado: Guardar
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Durante la campaña, la primera ministra Theresa May se presentaba como «el brazo fuerte y estable» para negociar el Brexit. Alertaba que si Corbyn ganaba los comicios llegaría «desnudo a la mesa de negociación de Bruselas». Los jefes negociadores, el francés Michel Barnier y el veterano ministro británico David Davis, de 68 años, inician hoy las conversaciones del divorcio y lo cierto es que el proceso pilla ahora también a May en paños menores políticos.

Está muy cuestionada en su partido, sin garra y abatida (desde las elecciones ha llorado tres veces en público). No ha cerrado todavía su acuerdo con el DUP norirlandés para mantenerse en el Gobierno y su crédito ante la sociedad británica anda por los suelos tras su pésima gestión de la catástrofe de la Torre Grenfell.

No quiso ver a las víctimas en un primer momento y careció de reflejos en la asistencia a los vecinos, que ha sido tercermundista, al albur de la buena voluntad de las iglesias y clubes del barrio.

A pesar de la fanfarria patriotera con que se disfraza todo en el Reino Unido, lo cierto es que el Gobierno británico llega hoy a la mesa de Bruselas con malas cartas, sin una estrategia clara y haciendo gala de su oportunismo habitual en el debate europeo. El Ejecutivo de May insistió ayer en que dejará el libre mercado y la unión aduanera. Pero al tiempo quiere máximo acceso a la zona comercial abierta y mínima fricción para sus bienes en las fronteras. Una vez más demandan el círculo cuadrado.

El ministro de Economía, el europeísta moderado Philip Hammond, al que May sopesaba cesar si lograba una amplia mayoría y al que prohibió hacer campaña, habló ayer por vez primera desde los comicios. Aceptó salir del mercado único y la unión aduanera. Pero abogó por un acuerdo que ofrezca una situación lo más similar posible a las ventajas actuales de la UE y recomendó un periodo de transición una vez completado el divorcio, en marzo de 2019, para que el país «no se vea al borde de un precipicio».

El mundo de los negocios está muy preocupado con la galopada nacionalista del Brexit. Con rara unanimidad, las cinco principales asociaciones empresariales pidieron ayer al Gobierno por carta que mantenga los beneficios del mercado único y «ponga la economía por delante». No parece que vaya a ser el caso. Se pensaba que tras su varapalo electoral May adoptaría posiciones más suaves, pero en víspera de iniciar la negociación su ministro para el Brexit, David Davis, seguía con la retórica brexitera y se ufanaba que de «pronto introduciremos nuevas normas de inmigración y aprobaremos la Gran Ley de Revocación, que convertirá las leyes europeas en británicas».

El Discurso de la Reina

La inestabilidad del Ejecutivo es tal que ayer se decidió suspender el llamado Discurso de la Reina, la alocución en que la soberana lee el plan legislativo de su Gobierno para el próximo año. Primero se dijo que se iba a celebrar hoy, después se pospuso al miércoles y al final se ha suspendido. El Gobierno pretexta que lo hace para que los diputados dispongan de dos años de trabajos legislativos para abordar a fondo la compleja maraña del Brexit.

El Brexit fue desde el principio una trifulca interna del Partido Conservador, que Cameron, en un error egoísta, descargó en toda la nación. Las consecuencias empiezan a ser dolorosas: el crecimiento se ha estancado (el país era el que más crecía del G-7 y ahora está a la cola junto a Italia), la inflación se ha disparado por la devaluación de la libra (0,3 antes del referéndum al 2,9% en mayo). Los británicos ya están perdiendo poder adquisitivo. A las nubes económicas se han unido una inesperada oleada de ataques yihadistas y la tragedia de la Torre Grenfell, que ha destapado una escandalosa falta de controles y sensibilidad social en el burgo más rico del país. El Reino Unido padece lo que Isabel II, siempre en su lugar, ha definido como «un modo nacional sombrío».

Los susurros políticos sobre el futuro de May son constantes. Se ha enrocado en el Brexit duro para poder seguir durmiendo en el Número 10, pues el ala eurófoba de su partido es la más belicosa y se revolvería de inmediato si suavizase la salida. Basta con que 48 diputados envíen una carta al llamado Comité 1922, que rige la vida interna del Partido Conservador, para que se inicie una moción de confianza que podría derribar a la primera ministra.

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