Las mujeres de la villa de Abyaneh, una de las más antiguas del país, son famosas por llevar coloridos velos
Las mujeres de la villa de Abyaneh, una de las más antiguas del país, son famosas por llevar coloridos velos - ABC

El Irán del que no nos hablan

Entre la clase política y la gente de a pie se abre un abismo. El país real es mucho más apasionante que el oficial

TEHERÁN Actualizado: Guardar
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El chófer conducía a toda velocidad su desvencijado y viejo Renault blanco, color de la mayoría de los coches en Irán. Por supuesto, ninguno de marcas estadounidenses. Dicen que se calientan menos que los oscuros, lo cual es muy útil cuando las temperaturas superan los 45 grados en verano. En teoría era un taxi, aunque aquí cualquier persona puede ejercer de taxista improvisado. Empecé a toser, quizá por la contaminación imperante en Teherán. Así que el hombre detuvo de repente el coche, se trasladó junto a mí a la parte trasera, sacó un termo con agua caliente y preparó dos tés en vasos de papel, que nos bebimos charlando en inglés en el arcén de la autopista. «Es bueno para la garganta», dijo sonriendo.

Lo que pareció en un primer momento una amable excentricidad de este personaje en particular, es la norma en un país lleno de bellezas naturales que van desde las verdes zonas del norte hasta los desiertos que recorrió Marco Polo en la famosa Ruta de la Seda, donde las centenarias y hasta milenarias obras arquitectónicas –casas, castillos, mezquitas, pueblos, ciudades bajo tierra– quitan el hipo, y donde la literatura, la historia y la poesía tienen un sitio privilegiado entre los libros, permitidos o censurados, que llenan las estanterías de los hogares. Es Irán un lugar habitado por ochenta millones de personas que no pierden la sonrisa y la calidez de su carácter pese a vivir en un estado represivo, una república islámica chií que de facto es una teocracia, donde el Líder Supremo ostenta un poder muy por encima del de los gobernantes elegidos en las urnas.

Perder prejuicios

Aquí, como me explica Hamid, un ingeniero agnóstico de 30 años, se paga con la muerte renegar de la religión con la que se nace, hay en las cárceles homosexuales y librepensadores y las mujeres, pese a tener derechos que ya desearían sus vecinas de naciones limítrofes, como conducir y tener acceso a la universidad o a puestos de trabajo de alto nivel, están obligadas a llevar el velo y no pueden realizar actividades como bailar en público o pasear en bicicleta.

Sin embargo, una visita al Irán que nadie ve de primera mano hace que quede clara la enorme distancia que hay entre quienes ostentan el poder y la gente de a pie. Y la que hay entre lo que ocurre en la calle y la vida de puertas para adentro. Los prejuicios se caen a trozos. Por ejemplo, al contrario de lo que muchos creen, no es un país peligroso, ni siquiera para una mujer viajando sola. Los índices de criminalidad son muy bajos y es tan seguro que las familias, aficionadas a los picnic y la vida al aire libre, disfrutan juntas de los hermosos jardines que llenan las ciudades hasta altas horas de la madrugada, sobre todo los fines de semana, que aquí son jueves y viernes.

Decía Mark Twain que viajar es fatal para los prejuicios y la estrechez de mente. Y es probable que Irán sea uno de los sitios donde esta idea cobre más sentido. La mejor manera de conocerlo es adentrándose en las casas de la gente, porque a la infraestructura turística le queda aún mucho trecho por andar, lo cual es normal considerando que solo de unos años para acá (sobre todo desde que en el 2013 llegara a la presidencia el moderado Hasán Rouhaní) los extranjeros están perdiendo el miedo –y los prejuicios– y se están atreviendo a visitarlo.

Dentro de las casas hay jóvenes provenientes de familias liberales, hijas e hijos de mujeres que antes de la revolución de 1979 no usaban velo y llevaban minifalda, que en su círculo privado se declaran ateos y que, pese a la prohibición de bebidas alcohólicas que rige en el país, preparan vino y vodka en sus casas o lo compran en el mercado negro. Ellas visten camisetas de tirantes y leggins entalladas bajo la ropa de trabajar fuera de casa, mientras ellos hacen la colada, limpian la casa y cuidan de los niños. Hay también fieles a la ley que no han probado jamás una gota de alcohol y que no escuchan música que no sea iraní. Vive gente que habla inglés fluido, que educa a sus hijos en este idioma, que ha ido a la universidad y que echa de menos la libertad que nunca ha tenido.

«No somos terroristas»

«Quizá en el futuro algo cambie», me dice esperanzada Samaneh, una periodista. Viven parejas que tras enamorarse en una cafetería, sitio de reunión de los adolescentes, han tenido que luchar durante años contra la oposición de sus padres, mientras otras son producto de matrimonios concertados, al estilo tradicional, y que así han aprendido a amarse. Viven familias que cenan siempre unidas y que luego ven juntas cualquier canal de televisión prohibido gracias a las antenas parabólicas ilegales mientras despotrican contra los ayatolás. Aquí, todo lo prohibido en público es posible encontrarlo en privado, donde la guardia revolucionaria no entra.

«Al llegar a casa lo primero que hago es quitarme el velo, aquí soy libre», dice Hamide, profesora. Su pareja, Ehsan, sirve tres copas del vodka que prepara con uvas pasas de su ciudad natal, y bebe la suya mientras le echa un vistazo a su Facebook, red social prohibida a la que es posible acceder mediante una trampa que todos conocen.

Independientemente de sus creencias religiosas, de su nivel socioeconómico o educativo, a los iraníes los caracteriza una hospitalidad tan extrema que a veces hasta incomoda, tan poco acostumbrados estamos a que una dependienta deje la tienda al cuidado de un cliente mientras te lleva por entre callejuelas a la dirección que andabas buscando.

«Cuéntales lo que has visto aquí», piden las familias donde estuve. «Diles que no somos terroristas», añaden, a sabiendas de que su imagen en el exterior es negativa. Nada más lejos de la realidad. El Irán gris que imaginamos es muy distinto al Irán de múltiples colores que nos llena de asombro y del que no nos hablan

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