¿Por qué es tan importante el eventual traslado a Jerusalén de la Embajada de EE.UU.?

La decisión, adoptada por el Congreso en 1995, fue aplazada sistemáticamente por los presidentes Clinton, Bush y Obama

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La cuestión del traslado de la Embajada de EE.UU. en Israel de Tel Aviv a Jerusalén estará sin duda muy presente en el encuentro de hoy en la Casa Blanca entre el presidente Trump y el primer ministro Netanyahu. Donald Trump prometió durante su campaña electoral dar ese histórico paso, y aunque la complejidad y las consecuencias políticas parecen ralentizar las gestiones de la Casa Blanca, el Gobierno conservador israelí quiere arrancar un compromiso de fecha.

Israel adoptó en 1980 una ley, con rango constitucional, que define Jerusalén como «capital eterna e indivisible» del Estado. Los judíos consideran la Ciudad de David capital de su pueblo desde hace más de 3.000 años. La construcción del Templo -destruido en dos ocasiones, antes y después de Jesucristo- es el vínculo que entrelaza religión y política para todo judío, y convierte a Jerusalén en centro espiritual del culto a Dios.

Desde el punto de vista histórico, Jerusalén fue capital del reino de Israel con el rey David (siglo X a.C.) y con el reino de los asmoneos (siglo II a.C.), sucesores directos de los macabeos.

Para los musulmanes -religión de la gran mayoría del pueblo palestino-, Jerusalén es la tercera ciudad sagrada del islam, después de la Meca y Medina. En la Explanada de las Mezquitas, situada en la Ciudad Vieja, Mahoma protagonizó un viaje al cielo según la religión del Corán. La reivindicación del este Jerusalén por los palestinos, como capital de su eventual Estado, es una cuestión decisiva también para todo el mundo musulmán por razones religiosas.

El plan de repartición de Palestina de 1947, que puso fin a la presencia británica, preveía la división del territorio en tres entidades: el Estado judío, el Estado palestino, y Jerusalén, situada bajo control internacional. Esa fórmula original, que muchos consideran la más apropiada, es también la que defiende tradicionalmente el Vaticano para asegurar los lugares santos cristianos, situados en su mayor parte en la zona este de Jerusalén, habitada por árabes palestinos.

Las sucesivas guerras árabe-israelíes, y en particular la de 1967, concluyeron con la anexión israelí de toda la Ciudad Santa. En 1980, y pese a las sucesivas resoluciones de la ONU para volver a la fórmula original, Israel dejó zanjada su posición política respecto a Jerusalén. Como protesta, todos los Estados trasladaron sus embajadas a Tel Aviv, salvo alguna pintoresca excepción.

El Congreso de Estados Unidos, como respuesta al activismo radical de Yaser Arafat y bajo la presión bipartidista del poderoso lobby judío norteamericano, aprobó en 1995 una ley que afirmaba su respaldo a Jerusalén como «capital del Estado de Israel» y solicitaba el traslado de la Embajada de Tel Aviv a la controvertida Ciudad Santa. La medida debía aplicarse a más tardar el 31 de mayo de 1999. Desde entonces, todos los presidentes norteamericanos -Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama- han retrasado la mudanza dos veces por año, aludiendo a un pretendido conflicto de competencias entre la Casa Blanca y el Congreso.

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