Humberto de la Calle, el jefe negociador del Gobierno colombiano en los diálogos de paz con las FARC, habla este miércoles en la Habana
Humberto de la Calle, el jefe negociador del Gobierno colombiano en los diálogos de paz con las FARC, habla este miércoles en la Habana - AFP

Humberto de la Calle: «Me preocupa la gran polarización de los colombianos tras el acuerdo con las FARC»

Tras haber participado durante meses en las negociaciones de paz, el exministro desgrana el antes y el después de estas

CORRESPONSAL EN BOGOTÁ Actualizado: Guardar
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Humberto de la Calle Lombana, el jefe negociador del Gobierno colombiano en los diálogos de paz con las FARC, que llegaron a feliz término esta semana, es una de las personas más respetadas en Colombia. Abogado, exministro, exvicepresidente, embajador, poeta, intelectual, se ha sentado a hablar con ABC sobre su historia como desplazado de la violencia, el por qué aceptó asumir este reto, qué le preocupa y cómo ve su país en el futuro.

Usted había intentado negociar la paz con las FARC varias veces. Hay una foto de 1991, en Caracas, en la que aparece junto con Iván Márquez, el líder guerrillero con quien se dio un efusivo apretón de manos esta semana. ¿Por qué esas negociaciones fracasaron y por qué estas prosperaron?

En ese entonces era menos difícil negociar por dos razones. Primero, no había el entramado del Derecho Penal Internacional que ha generado unos estándares y ha significado que la soberanía de cada Estado se ha visto recortada por los compromisos internacionales. La segunda diferencia, que me parece fundamental, es que el propósito de un acuerdo que permitiera el abandono de las armas de los grupos guerrilleros para vincularse a la política era indiscutible. Ahora encuentro una resistencia muy grande de los colombianos a que las FARC participen en política. Y eso es producto de la degradación del conflicto.

El pensador francés Blaise Pascal decía que «todos los males del mundo provienen de nuestra incapacidad de quedarnos quietos, sentados en nuestras sillas». ¿Qué necesidad tenía usted de meterse en semejante trabajo? Tenía su bufete de abogados, ha hecho una carrera política maravillosa, estaba tranquilo...

El día que el presidente Juan Manuel Santos me pintó este camino, no vacilé. Es más. Le cuento una anécdota. En esos casos la cortesía indica que uno siempre debe decir «gracias, lo voy a pensar». Me pareció tan mezquino eso, que de inmediato le dije que esto era undesafío tan enorme y de un contenido histórico tan grande, que yo no vacilaba en decirle que sí.

Todos los periodistas que hemos cubierto procesos de paz decimos que le vamos a dar el Premio Nobel de la paciencia. Para quienes hemos tratado con guerrilleros de las FARC, nos desespera el discurso anticuado, pasado de moda, repetitivo y beligerante. ¿Cómo logró tener tanta paciencia durante todos estos años?

Lo más sorprendente de esto, y esta va a ser una gran revelación, es que soy bastante impaciente en mi vida personal. Yo mismo no he logrado explicarme qué segunda naturaleza tuve que adoptar para soportar esas largas horas de retórica y de argumentos que se mordían la cola.

¿Quién le enseñó a negociar?

Esa es una pregunta muy interesante porque en mi vida ordinaria soy mal negociante. Por ejemplo, si voy a un almacén no pido rebaja. Lo que sí creo tener, es un ejercicio de precisión de conceptos, de actuar de manera estratégica. Siempre estoy previendo el futuro. Tercera, cuarta jugada. Eso, más un conocimiento del Estado y alguna experiencia, fue lo que me sirvió para estar en la mesa de negociaciones de La Habana. Además, forma parte de la cultura de los colombianos el regateo en esos sitios donde venden mercancías de contrabando. Uno sabe que empiezan pidiendo mil pesos y uno termina comprando en cien. En la mesa de conversaciones el Gobierno obró con gran seriedad. No acudimos a eso de andar rebajando, regateando, haciendo remiendos. Las FARC al principio no creían. Pero se fueron educando y entendieron que si fijábamos una posición, no estábamos tira y afloja. Era seria. Pero además los comandantes de las FARC están viejos. Muchos tienen más de 60 años. No iban a seguir en el monte echándose bala. Lo mejor era negociar. Un día le dije a Márquez eso. Que en La Habana estábamos unos viejitos que teníamos un compromiso con los nietos. Que no teníamos otro camino que buscar un acuerdo.

Cómo explicarles a los que van a recibir este país, a los niños, ¿qué va a pasar?

Estuve en el colegio Gimnasio Campestre de Bogotá, donde está mi nieto que siempre me había insistido que fuera, dictando dos conferencias. Me impactó ver las preguntas, lo mucho que sabían. El fin del conflicto es el producto del acuerdo que firmamos la semana pasada. Pero esa no es la paz. Siempre hemos dicho que la paz se construye en un proceso más largo, más profundo, con programas, acciones del Gobierno y también con cambios en la mentalidad del colombiano. El punto es ¿cómo uno supera esta página? ¿Cómo la dobla y encuentra espacios de reconciliación? Nosotros nos abstenemos de hablar de perdón porque nos parece que el perdón obedece a hipotéticas decisiones de tipo personal. Nosotros nos referimos a un Estado que crea condiciones para que aprendamos a vivir en la diferencia. Nosotros no estuvimos en La Habana para convencer a las FARC de las ventajas del sistema democrático liberal. Lo que buscamos es vivir sin armas respetando las ideas de los demás. Que a la gente no la maten por hacer política con su propia ideología. Lo que sigue es una etapa más larga, donde el Estado genera programas. Las FARC, sin armas, dentro de cada comunidad, se vinculan en un proceso de democracia participativa desde la base de agotar los programas que acordemos en materia rural, desminado, entre otros.

Pero un niño puede preguntar que ¿por qué quien mató a mi papá no está en la cárcel. ¿Qué le responde?

El resultado de la jurisdicción especial para la paz depende de la actitud de cada uno de los responsables. Si el responsable de los delitos más graves, de carácter internacional que no fueron amnistiados ni van a ser amnistiados, no confiesa, no dice la verdad, no asume su responsabilidad y no emprende la tarea de reparar a sus víctimas, tendrá una pena de 15 a 20 años en la cárcel. El que diga la verdad y repare, tardíamente, es decir, antes de la sentencia, tendrá penas privativas de entre 5 y 8 años. Y aquel responsable que de entrada reconozca esa responsabilidad, vaya a la Comisión de la Verdad y cuente lo que llamamos verdad plena y emprenda un proceso de reparación de sus víctimas, tendrá sanciones restrictivas de la libertad con un alto contenido reparador como por ejemplo, trasladarse a un campo minado y hacer programas de desminado. O reconstruir las escuelas que dañó. Esa es una justicia transicional con un fuerte contenido restaurativo que no implica cárcel, grilletes, barrotes. Implica restricción de la libertad bajo un monitoreo de un tribunal de altas calidades que es el que conducirá desde el punto de vista judicial.

¿Qué es lo que más le preocupa? Estos procesos fracasan mucho después de la firma de un acuerdo, está demostrado estadísticamente

En la última fase de la negociación me preocupó más Colombia que La Habana. En Cuba teníamos diferencias y eso debe quedar claro. Pero hay un proceso de polarización en la sociedad colombiana que es extremadamente preocupante. En procesos anteriores no se había visto este grado de polarización. Los colombianos tenemos que encontrar cómo logramos superar esta polarización. El plebiscito es una forma de respetar el resultado como punto de encuentro de los colombianos a través de una decisión democrática. Esto implica serios cambios en la mentalidad colombiana.

Esta vez en la mesa de negociación hubo mucha mujer. ¿Eso ayudó a suavizar, a conciliar?

Las mujeres guerrilleras fueron más radicales y duras.

Usted es hijo de una maestra que se llamaba Georgina y su padre era un empleado de estanco. Tuvieron que huir de la violencia. ¿Es por eso que usted se empeñó tanto en dejarles a sus nietos un país en paz?

Era un hogar liberal. Mi padre tenía una finquita. Cuando llegó la amenaza y les dijeron que debían irse en 24 horas, mi familia huyó. Desplazados. Había que caminar hasta la carretera. Ese tramo era peligroso. El maestro de Manzanares, Luis Carlos Giraldo Marín, era miembro del Partido Conservador. Él me puso en un canasto. Yo tenía 6 meses y acompañó a mi familia en su condición de miembro del partido conservador para evitar un ataque. Con esto quiero decir que aún en los peores momentos hay posibilidades de entendimiento entre los seres humanos.

¿Usted tiene héroes en la vida real?

Olafo el Amargado (tira cómica sobre un vikingo cuya principal ocupación es atacar los castillos Europa, en especial de Inglaterra). Es la cumbre de la sabiduría. Llega Olafo con ese bloque de madera que termina en una cabeza de chivo para tumbar la puerta de un castillo en Gran Bretaña. Sale un abogado británico y le pregunta: «Perdón, ¿usted ya pagó el impuesto para derribar puertas?». Lo desconcertó. ¡Maravilloso!

¿Cómo encontró la calma en La Habana?

Una cosa que me sirvió mucho fue la lectura. La conversación también. Fumé, esporádicamente, no como adicción, el tabaco, un puro.

«Tristes los pueblos que necesitan de héroes», decía Berthold Brecht. ¿De la Calle quiere ser un héroe?

En absoluto. Si ya he defenestrado los héroes ajenos no voy a tener yo la insolencia de pensar que lo soy. Para mí ha sido muy útil oír –la gente cada vez oye menos– y también me gusta tener clara la humildad de saber que sólo sé que nada sé, por acudir a las citas.

¿Cuál es su idea de felicidad perfecta?

No existe. El problema de la felicidad es que cuando uno se da cuenta ya pasó. Me gusta el pesimismo porque lo prepara a uno para los reveses. Creo que los optimistas son muy vulnerables porque la realidad es muy dura.

¿Va a presentarse a presidente de Colombia en 2018?

Quiero regresar a mi casa y a mis libros. No estoy pensando en eso.

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