La Policía japonesa hace guardia frente al memorial de Hiroshima ante la próxima visita de Obama
La Policía japonesa hace guardia frente al memorial de Hiroshima ante la próxima visita de Obama - AFP

¿Hiroshima salvó vidas o fue una barbarie injustificada?

Obama, como todos sus antecesores, no pedirá perdón por las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki durante su visita a Japón. El credo oficial en EE.UU. sigue siendo que evitaron una masacre mayor

Corresponsal en Nueva York Actualizado: Guardar
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Al menos en los gestos, Barack Obama ha marcado un antes y un después en la política exterior de la Casa Blanca. Ha sido el primer presidente en visitar Cuba en casi 90 años. El primero en ir a Birmania, donde ha estado dos veces. Ha negociado un acuerdo nuclear con Irán y acaba de levantar el embargo a de venta de armas a Vietnam. También será el primero en visitar Hiroshima, la ciudad japonesa en la que el ejército de EE.UU. arrojó la primera bomba atómica en la recta final de la Segunda Guerra Mundial, el 6 de agosto de 1945. Pero una cosa no le distingue de sus predecesores: no pedirá perdón por la masacre que causaron esa bomba y la que cayó tres días después en Nagasaki.

Murieron cerca de 200.000 personas, la gran mayoría civiles, y una generación de supervivientes vivió contaminada por la radiación.

El gabinete de Obama se ha encargado de repetir en las últimas semanas que el mandatario no expresará disculpas y que la visita no debe ser entendida como una petición de perdón. La opinión de Obama es que Harry Truman, el presidente de EE.UU. que aprobó el ataque nuclear, hizo lo que creía correcto para salvar vidas. Es la misma línea que han seguido los nueve presidentes que han ocupado la Casa Blanca entre Truman y Obama.

La postura de Obama no ha evitado que resurja el debate en EE.UU. sobre la justificación de la tragedia de Hiroshima y Nagasaki: algunos piensan que las bombas ahorraron cientos de miles de vidas, ya que evitaron una invasión cuerpo a cuerpo de Japón; otros creen que el ejército nipón estaba ya derrotado y que el sufrimiento fue innecesario.

Ese debate no existía en la opinión pública en el verano de 1945. Tras la rendición de Alemania en mayo de ese año, las tropas de EE.UU. se centraban en acabar con la resistencia de Japón en el frente del Pacífico. «Todo el mundo entendía que la única alternativa a la bomba atómica hubiera sido la invasión de Japón», ha explicado estos días el columnista de ‘The Boston Globe’, Jeff Jacoby.

Truman estaba, según el credo oficial que han seguido desde entonces los presidentes, en la disyuntiva de dos males: una bomba destructiva que forzara a Japón a la capitulación o una invasión larga y sangrienta para ambos bandos. Jacoby, como otros muchos comentaristas e historiadores, está convencido de que la primera opción era la menos mala.

«Estaba claro, ahora y entonces, que las fuerzas militares de Japón lucharían hasta la muerte», asegura Jacob. La base de esa afirmación está en lo que ocurrió en los meses previos. Entre el 19 de febrero y el 26 de marzo, en la batalla de Iwo Jima, una pequeña isla al Sur de Japón, murieron 7.000 estadounidenses y otros 19.000 resultaron heridos. Por el lado nipón, casi todos los 18.000 militares en la isla murieron en combate. En Okinawa, pocas semanas después, fue incluso peor: murieron 12.000 estadounidenses y más de 100.000 japoneses. Los soldados nipones no se rendían.

Bombardeo masivo en Tokio

El ejército calculaba que invadir Kyushu, la mayor isla del Sur de Japón, hubiera requerido de 770.000 hombres, cinco veces más que el número de soldados aliados que desembarcaron en Normandía. La invasión de Honshu, la principal isla japonesa, hubiera requerido otro contingente de un millón y medio de soldados.

La guerra convencional, además, se había mostrado tan destructiva como la nuclear: en marzo, un bombardeo masivo de Tokio quemó una quinta parte de la ciudad con napalm y mató a 105.000 personas.

«Si piensas en las vidas que se hubieran perdido con una invasión de Japón -un gran número de estadounidenses, pero millones más de japoneses- le dan las gracias a Dios por la bomba atómica», escribió en sus memorias el historiador William Manchester, que combatió en el frente del Pacífico.

Un encuesta de Gallup realizada el mismo mes del lanzamiento de la bomba mostraba que el 85% de los estadounidenses estaba a favor del ataque nuclear.

En los años 60 y 70, un movimiento revisionista de la justificación de la bomba atómica cuestionó esos argumentos. La comunión sobre la pertinencia de su uso no era tal, defendían algunos historiadores. Por un lado, había informes contrarios a ellos, como el Frank Report, elaborado por un grupo de científicos de la Universidad de Chicago en junio de 1945, que apostaba por limitar a una demostración de una bomba, algo suficiente para conseguir la capitulación de Japón y provocar un acuerdo internacional para la no proliferación de este armamento.

En los años 60 y 70 surgió un movimiento revisionista sobre el lanzamiento de la bomba atómica

Pero también hubo pesos pesados del ejército de EE.UU. contrarios a la bomba. El almirante William Lehay, jefe de gabinete de Truman, afirmó en sus memorias, publicadas en 1950, que «el uso de esa arma salvaje en Hiroshima y Japón no significó una ayuda en la guerra contra Japón. Los japoneses ya estaban derrotados y listos para rendirse». En 1963, Dwight Einsenhower, que llegó a presidente tras comandar el ejército durante la guerra, declaró que «no era necesario atacarles con algo tan horroroso» y que la bomba atómica «ya no era necesaria para salvar vidas». Pocas semanas después del bombardeo, otro militar de alto rango, el general Curtis LeMay, aseguró que la guerra «se hubiera acabado en dos semanas sin la entrada de los rusos [la Unión Soviética declaró la guerra a Japón tras el ataque nuclear] y sin la bomba atómica».

Son testimonios que ha recogido uno de los historiadores revisionistas más activos, Gar Alperovitz, que en un reciente artículo en «The Huffington Post» vuelve a sostener que la bomba no fue necesaria y que se utilizó sobre todo para mandar una advertencia a la Unión Soviética. En definitiva, según Alperovitz, fue el primer capítulo de la Guerra Fría.

En las últimas décadas, la historiografía ha cuestionado los argumentos revisionistas y estudios como los de Richard Frank o Michael Kort han insistido en que Japón no se estaba entregando y que la invasión hubiera sido, como se temían los jóvenes soldados estadounidenses en el frente, una carnicería.

La opinión pública, sin embargo, va por otro lado. El estudio más reciente sobre el tema, publicado por Pew Research Center el año pasado, muestra que el número de estadounidenses que creen que la bomba atómica estaba justificado ha caído: solo lo apoya el 56%. En los jóvenes de entre 18 y 29 años, ya ni siquiera es una opinión mayoritaria: lo justifica el 47%.

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