PEDRO RODRÍGUEZ - DE LEJOS

El francés que susurra a Trump

La adulación se convierte en la gran carta diplomática de Macron ante el narcisista de la Casa Blanca

PEDRO RODRÍGUEZ

A estas alturas de la gran saga de posverdad que es la Administración Trump, ya se sabe que en ausencia de creencias o ideología lo más importante para el ocupante de la Casa Blanca es él mismo. Y, con diferencia, el líder internacional que mejor ha sabido capitalizar esa debilidad narcisista ha sido Emmanuel Macron. Hasta el punto de que entre el mucho «je ne sais quoi» acumulado por esa extraña pareja parece gravitar el futuro del vínculo atlántico que ha vertebrado el sistema internacional desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

La mejor forma de explicar el ascenso político de Trump es que se trata de un «outsider» que desesperadamente quiere que le tomen en serio los «insiders». Y suficientes votantes en EE.UU. que se consideraban ninguneados han visto en Trump la mejor forma de hacerse notar y ajustar cuentas. Desde el minuto uno, y pese a sus abismales diferencias y curiosas coincidencias, Macron lleva tomándose en serio a Trump sin reparar en fastos, adulación y grotescos apretones de manos.

Este virtuosismo a la hora de dispensar jabón, seguido a cierta distancia por otro francoparlante como Justin Trudeau, ha logrado para Macron múltiples beneficios. Desde inmunidad ante la incontinencia tuitera de Trump de la que no se ha librado ni la primera ministra Theresa May. Hasta la posibilidad de recrear una relación bilateral en aparentes términos de igualdad. En este sentido, Macron-Trump sería una especie de revival de la simetría cosmética lograda entre De Gaulle-Kennedy, o incluso Reagan-Mitterrand.

Como gran premio, Macron protagoniza la primera visita de Estado de la Administración Trump. Cena de gala, cena romántica de parejas, discurso ante el Congreso y debates sobre comercio (sin sanciones para Francia), armas químicas en Siria, y por supuesto, el acuerdo nuclear con Irán. Además del detalle simbólico de plantar en los jardines de la Casa Blanca un roble del bosque de Belleau, donde 9.000 marines murieron en junio de 1918 para terminar con la guerra que iba a acabar con todas las guerras.

Toda esta performance también tiene su tic-tac. Los narcisistas pueden dejarse impresionar un rato por los tiralevitas, pero los resultados tienden a ser efímeros.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación