El final de la ilusión de unidad política contra el terrorismo

La sobriedad de las ceremonias del 13-N revela la fragmentación cívica en Francia

CORRESPONSAL EN PARÍS Actualizado: Guardar
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Un año después, Francia no ha salido del hoyo negro y profundo donde cayó tras las matanzas del 13 de noviembre de 2015. No cicatrizan las heridas políticas, sociales ni culturales tras año y medio de aquel baño de sangre.

Las matanzas del 7 al 9 de enero de ese mismo año (Charlie Hebdo, Vincennnes, hiper judío) precipitaron una formidable ola de patriotismo nacional: las fuerzas de seguridad del Estado eran ovacionadas por las calles, y el himno nacional, "La Marsellesa", estuvo de moda un trimestre corto.

Tras la tragedia del 13-N, la unidad nacional apenas duró unas horas cortas. La guerra política sin cuartel estalló antes que fuesen identificadas todas las víctimas. La matanza de Niza, el 14 de julio de este año, día de la Fiesta Nacional, cayó en un paisaje de grave crisis de identidad nacional.

La "sobriedad" de las conmemoraciones del 13-N son hoy la consecuencia de una grave fragmentación cívica. Las asociaciones de familias de las víctimas no han querido grandes manifestaciones para evitar la manipulación política. Presidencia, gobierno y oposición han sido invitados a dar muestras de "sobriedad y pudor". Le Monde ha publicado un análisis que presenta de este modo: "El fin de una ilusión política: la unión política nacional contra el terrorismo".

Las celebraciones oficiales se están limitando a lo estricto mínimo. Anne Hidalgo, alcaldesa de París, y François Hollande, presidente, están recorriendo todos los lugares de las matanzas para depositar coronas de flores e inaugurar placas. Solo la Iglesia ha deseado dar al recuerdo una solemnidad particular: gran misa, esta tarde, en Notre Dame. Y oraciones públicas en un centenar de parroquias.

El recuerdo popular, en el lugar más emblemático, en el Bataclan, se celebró anoche con un concierto único de Sting, que no comenzó con buen pie. El célebre cantante llegó a París apoyando el uso del burkini en las playas de Francia. Sensibilidad personal que choca con la sensibilidad popular a flor de piel. Antes de una hora de concierto, en el Bataclan, Sting consagró cuatro horas a la promoción de su nuevo disco, en una emisora de radio.

Presentado como una gran celebración de la vida contra la muerte, un recuerdo vital a la memoria de las víctimas, el concierto de Sting tampoco suscitó gran entusiasmo. Muchos heridos decidieron no aceptar la invitación. Muchas de las terrazas del barrio no abrirán durante todo el fin de semana. La lluvia y un impresionante despliegue de seguridad (policía, gendarmería y anti disturbios) daban a las inmediaciones del Bataclan los tonos de un paisaje oscuro y melancólico. De la ministra de la Cultura a numerosas personalidades políticas, el espectáculo debía ser el prólogo a las ceremonias del domingo. Pero los ánimos no estaban para la "fiesta", ni entre las familias de las víctimas ni entre la opinión pública.

«Pura ilusión»

Un 85% de los franceses continúan considerándose afectados en distinta medida. Y un largo rosario de documentos y testimonios recuerdan las incertidumbres de fondo.

Una estudiante de Lyon, Marie Foviaux, escribe en Le Monde: "Crecí en la certidumbre profunda de que mi país me ofrecería la garantía de vivir en paz y seguridad. Comprendí, a los 17 años, que todo eso era pura ilusión".

Noumouké Sibidé –de origen malí, musulmán, crecido en los suburbios–, era el jefe de la seguridad del Bataclan, la noche del 13-N. No ha podido volver a trabajar. Sigue el tratamiento de un psicólogo militar. Muchos familiares y heridos siguen arrastrando un trauma trágico. Las relaciones de los cinco o seis millones de musulmanes con el resto de sus compatriotas se han convertido en un problema de inmenso calado. Jérôme Ruillier y Fred Dewilde, dibujantes, han contado la profunda melancolía que viven las familias de las víctimas y todo el barrio del Bataclan.

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