Opinión

Fidel Castro y el juicio de la historia

Pocos hombres han sido un referente durante tanto tiempo como Fidel Castro. Nadie podrá olvidar que durante decenios ahogó las más mínimas libertades

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Desde que el 1 de enero de 1959 las fuerzas insurgentes entraron en La Habana y pusieron fin al período dictatorial de Fulgencio Batista, la figura de Fidel Castrofue omnipresente en la escena política cubana y en la internacional. Son pocos los hombres en la historia que se convierten en un referente universal y Castro ha sido una de esas raras excepciones. Esto responde, en buena parte, pero no sólo, a su dilatadísima gestión de gobierno y al poder acumulado durante la misma. Ni su vida ni su actividad han sido intrascendentes para nadie, dentro o fuera de Cuba.

En su gestión caudillista y personalista Castro acumuló cargos y poder. Fue presidente del Consejo de Ministros y del Consejo de Estado (había sido primer ministro hasta 1976), comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y primer secretario del Partido Comunista cubano, que creó en 1965.

Lo fue todo hasta 2006, cuando una diverticulitis que casi lo mata lo apartó del poder (a partir de 2008 de forma permanente). Desde su lecho de enfermo siguió controlando los destinos de Cuba y a su hermano Raúl, en quien delegó prácticamente todo el poder. Pese a haberse apartado de la primera línea del gobierno, su opinión siguió siendo decisiva y su apuesta por el inmovilismo (en sus palabras la defensa de la ortodoxia y de los logros revolucionarios) bloqueó buena parte de las reformas necesarias para sacar a su país del colapso.

El 1 de enero de 1959 comenzó la revolución cubana, la obra maestra de Castro y sus seguidores. Fue un intento original de construir el socialismo a cientos de kilómetros de EE.UU. El éxito inicial de la lucha armada contra la dictadura y los primeros pasos de la revolución se deben a un proyecto de corte nacionalista, revolucionario y democrático, muy en boga en la América Latina de entonces.

El sesgo nacionalista le otorgó el respaldo de amplios sectores sociales, incluidas capas medias y altas, algunos de los cuales evidenciaron su desencanto cuando la revolución giró a la izquierda y perdió su contenido democrático en aras de una estrecha alianza con la URSS. El antiimperialismo y la mística de nación sitiada, aumentada tras el embargo comercial de EE.UU., mantuvieron cohesionado a la mayor parte del pueblo cubano detrás del liderazgo castrista.

En los años iniciales de la revolución, teñidos por la mística guevarista de la construcción del «hombre nuevo», se movilizó a numerosas personas dentro y fuera de Cuba. La reforma agraria, los grandes logros en educación y salud y el discurso antiimperialista de defensa de la dignidad nacional fueron sólidos argumentos en la conquista de los corazones nacionales e internacionales.

Desde el comienzo se vieron las limitaciones de un proyecto asentado sobre la voluntad omnímoda de un solo hombre, Fidel Castro, cuyo poder no tenía contrapartidas. Cualquiera que criticara el rumbo revolucionario podía ser represaliado o ejecutado, como ocurrió en los años iniciales con Huber Matos, Camilo Cienfuegos o los fusilamientos de opositores en la tristemente famosa La Cabaña, a cargo del Che.

En octubre de 1953, cuando era juzgado por el asalto al cuartel de Moncada, el 26 de julio anterior, Castro pronunció su célebre frase de «la historia me absolverá». Dicen que al fin de su mandato Richard Nixon le preguntó a Henry Kissinger si la historia sería benevolente con él. La respuesta del exsecretario de Estado fue lacónica y contundente: «Depende de quién la escriba». Si bien seguirá teniendo sus exégetas, me temo que el juicio de la historia no será muy benevolente con quien prohibió durante décadas la vigencia de las más mínimas libertades.

Carlos Malamud es el investigador principal del Real Instituto Elcano para América Latina

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