El editor crítico Gui Minhai hasta reconoció un accidente mortal mientras conducía ebrio
El editor crítico Gui Minhai hasta reconoció un accidente mortal mientras conducía ebrio - ABC

«Condéname Deluxe» en China

Los perseguidos son obligados a confesar sus delitos en TV para escarnio público

PEKÍN Actualizado: Guardar
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En los oscuros años de la Revolución Cultural china, entre 1966 y 1976, los enemigos de Mao eran paseados por calles y plazas para escarnio público y escarmiento de las masas proletarias. Con capirotes de burro y carteles colgados del cuello donde rezaban sus delitos, los purgados por el Partido Comunista eran humillados públicamente en multitudinarios autos de fe donde confesaban sus «pecados de clase». Cuarenta años después, el autoritario régimen de Pekín sigue utilizando los mismos métodos, pero ha sustituido las calles por el nuevo ágora de las sociedades de la información: la televisión.

Desde 2013, la cadena estatal CCTV ha hecho desfilar a más de una docena de «criminales» que han reconocido sus «fechorías» en pantalla ante cientos de millones de espectadores.

Mostrados en Phoenix TV, un canal privado de Hong Kong próximo a las autoridades de Pekín, los últimos han sido los cinco responsables de una editorial de la antigua colonia británica que publicaba libros contra el régimen chino. Todos ellos desaparecieron misteriosamente hace varios meses y acaban de reaparecer en televisión reconociendo sus delitos, lo que ha generado un encendida controversia en Hong Kong, porque la Policía china no tiene potestad para actuar en este territorio semiautónomo.

Incluso sonriendo ante la cámara, uno de ellos, el fundador de la editorial «Causeway Bay Bookshop», Lee Bo, negó haber sido secuestrado por la Policía china y se mostró dispuesto a colaborar en la investigación tras admitir su culpa. Como su pasaporte fue encontrado en Hong Kong días después de su desaparición y en la aduana no había constancia de que hubiera cruzado a China, contó que había pasado la frontera «ilegalmente» para entregarse a las autoridades. «Me preocupaba que, al llegar a China para participar en la investigación y testificar contra otras personas, estas se iban a enfadar y mi familia y yo podíamos vernos afectados, por lo que crucé de forma clandestina para garantizar nuestra seguridad», relató en la entrevista. Una explicación que no se creen sus seguidores ni los defensores de los derechos humanos en Hong Kong. Para su sorpresa, Lee Bo, que tiene pasaporte británico, incluso ha renunciado a su ciudadanía. «Como se ha usado mi derecho de residencia en el Reino Unido para especular y complicar las cosas, he decidido renunciar a él», señaló en un claro mensaje a las autoridades de Londres, que habían expresado su preocupación por su suerte.

Unos días antes que Lee Bo, en Phoenix TV también aparecieron otros cuatro editores de su compañía, cuyo rastro se había perdido en circunstancias extrañas. Todos reconocieron haber introducido de contrabando 4.000 libros «prohibidos» en China y, debido a su «buena actitud», dos regresaron ayer a Hong Kong. Otro de los que sigue detenido, Gui Minhai, que desapareció en Tailandia en octubre, incluso confesó en una entrevista emitida en enero que se había refugiado en Hong Kong para escapar de una condena a dos años de cárcel en China por haber matado una persona mientras conducía borracho hace más de una década. Aunque Gui Minhai tiene pasaporte sueco, extrañamente pidió a las autoridades de ese país que no interfieran en su caso.

También sueco, Peter Dahlin, miembro de una ONG que formaba a abogados de derechos humanos, salió en la CCTV en enero disculpándose por «dañar al Gobierno chino y herir los sentimientos del pueblo», ya que había sido acusado de «atentar contra la seguridad nacional». De momento, es el único occidental sometido a estas confesiones televisadas, que han protagonizado por igual disidentes, abogados críticos, periodistas incómodos, empresarios corruptos y actores famosos.

En agosto de  2014, en pleno desplome de la Bolsa china por el estallido de su burbuja, un reportero de la prestigiosa revista Caijing, Wang Xiaolu, admitió que un artículo suyo había «desestabilizado el mercado». Un mes antes, Huang Liqun, abogado del bufete Fengrui, especializado en derechos humanos, acusó a su jefe y viejo amigo, Zhou Shifeng, de dirigir «una trama criminal para alterar el orden público y enriquecerse defendiendo a los disidentes».

Ni el hijo de un ídolo nacional como Jackie Chan, astro del cine de acción, se ha librado del escarnio catódico. En agosto de 2014, Jaycee Chan confesó junto a su amigo Ko Chen-tung, actor de Taiwán, que fumaban marihuana en su apartamento de Pekín.

Amenazas para China

Condenada a siete años de cárcel por revelar secretos de Estado, la veterana periodista Gao Yu admitió en mayo de 2014 que había enviado a un portal de internet extranjero «información confidencial» del Partido Comunista. En concreto, se trataba del «Documento Número 9», una circular interna que alertaba de los «peligros políticos» que amenazaban a China, como una democracia constitucional al estilo occidental, el respeto a los derechos humanos y la independencia de los medios. Con más de 70 años, Gao Yu ya había cumplido varias penas de prisión en el pasado, pero su abogado aclaró que en esta ocasión había confesado en la televisión estatal por las amenazas a su hijo.

En el mundo empresarial, un directivo de la farmacéutica GlaxoSmithKline, Liang Hong, admitió también en julio de 2013 que había sobornado a funcionarios del Gobierno y médicos para que recetaran sus productos. Habituales en los regímenes totalitarios, estas confesiones públicas son tan sospechosas que hasta el vicepresidente de la Asociación de Abogados de China, Zhu Zhengfu, ha alertado de que «pueden llevar a los detenidos a declararse culpables en contra de su voluntad».

Estas historias parecen sacadas de la película «La confesión», donde el cineasta francés de origen griego, Costa-Gavras, narra una purga en el Partido Comunista checo a finales de los 60. Como sus protagonistas, detenidos en secreto, aislados de su familia y abogados, forzados y posiblemente torturados (al menos psicológicamente), todos acaban confesando en el «Condéname Deluxe» chino.

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