Los comandantes históricos que hundieron a Cuba

Algunos integran la gerontocracia en el poder, otros han muerto o sido sacados de la circulación por «incómodos»

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Cuando el Día de Año Nuevo de 1959 el dictador Fulgencio Batista huyó de Cuba y triunfó la rebelión nacional encabezada por Fidel Castro, los cubanos estallaron en una apoteosis de júbilo quizás sin precedentes en la historia de la joven república.

El joven barbudo de 32 años emprendió un recorrido triunfal desde la oriental Santiago de Cuba hasta La Habana, acompañado de cientos de combatientes. Como testigo de aquella alegría inaugural recuerdo que al pasar la caravana por Ciego de Avila (centro de la isla) vimos a los combatientes con rosarios colgados en el cuello y una mujer muy contenta me comentó: «¿Viste?, los rebeldes son muy católicos…».

Fidel había prometido celebrar elecciones y restablecer la democracia.

Pero un mes después, al asumir como primer ministro del gobierno revolucionario, sustituyó la Constitución por una «ley fundamental» redactada por él, convirtió al presidente de la República en figura ornamental, pasó las funciones del Poder Ejecutivo y del Poder Legislativo al Consejo de Ministros presidido por él, y lanzó la consigna de «¿Elecciones para qué?».

Mientras, juraba que la revolución no era roja, sino verde como las palmas. «No somos comunistas, nuestra revolución es humanista», repetía. Meses después estatalizaría la industria, el comercio, la banca, los medios de comunicación, y declararía el carácter comunista de la revolución.

Muy tempranamente instauró la actual autocracia dinástica. En febrero de 1959 nombró a su hermano Raúl como su sustituto vitalicio y jefe de la Comandancia General de las Fuerzas Armadas, por encima de los comandantes Camilo Cienfuegos y Che Guevara, los principales héroes de la lucha guerrillera –derrotaron al Ejército en el centro del país y provocaron la huida del dictador– y de otros comandantes con más méritos que Raúl, quien combatió muy poco.

Su «gente»

Para gobernar formó con su «gente» una junta militar omnipotente, al margen del Estado y del gobierno, compuesta por comandantes supervivientes del desembarco del yate «Granma»: Camilo Cienfuegos, Che Guevara, Juan Almeida, Ramiro Valdés, Efigenio Ameijeiras, Faustino Pérez y otros. También integraron esa «creme de la creme» castrista otros comandantes no expedicionarios , como Hubert Matos, Guillermo García, Manuel Piñeiro, Sergio del Valle, José Machado Ventura, Pedro Miret y figuras civiles del Movimiento 26 de Julio dirigido por Castro, como Armando Hart, Vilma Espín, y otros.

Pero Castro ignoró al Directorio Revolucionario 13 de Marzo y al Segundo Frente Nacional del Escambray, que también combatieron contra la dictadura batistiana. Ni Faure Chomón, ni Eloy Gutiérrez Menoyo (español), comandantes jefes de ambas guerrillas, integraron la cúpula político-militar del país.

Pronto algunos exponentes «incómodos» del patriciado dirigente fueron sacados de circulación. Mucho aprendió Fidel como «gatillo alegre», cuando a fines de los años 40 hacía política a punta de pistola con la pandilla Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR).

Ese pedigrí suyo podría explicar la misteriosa desaparición (octubre de 1959) de Camilo Cienfuegos, en lo que todo apunta a un crimen político que nunca podrá ser probado. Cienfuegos rivalizaba con Fidel en popularidad y en carisma, y encima tenía el grave «defecto» de su conocido anticomunismo. También fue defenestrado el comandante Hubert Matos (anticomunista amigo de Cienfuegos), encarcelado por un complot inventado por Castro. Y el comandante Humberto Sorí Marín fue fusilado por «romper» con la revolución.

El Che Guevara, más estalinista que Fidel, luego de los primeros roces con su jefe salió de escena voluntariamente para «liberar» (incendiar) Latinoamérica, tras destrozar la economía cubana, de la cual estuvo a cargo cinco años.

Para apuntalarse en el poder, Castro le dijo a sus «muchachos» que no creyeran lo que él repetía en sus discursos: «Esta es la revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes». Y se instalaron en las mansiones confiscadas a la «burguesía explotadora». Desde entonces han vivido la dolce vita a expensas del pueblo al que ellos cercenaron sus libertades básicas y han empobrecido a niveles del África Subsahariana.

Al faltar el Che Guevara, como tercer hombre de a bordo en el castrismo quedó el comandante Juan Almeida y al morir este la estafeta pasó a Ramiro Valdés, artífice del aparato de represión política más tenebroso y masivo en la historia latinoamericana. Valdés es el único superviviente del «núcleo duro» fundacional de la dictadura que sigue en la cúpula, aunque con un poder real muy disminuido. El Fouché cubano y Raúl Castro no se llevan bien y tuvieron encontronazos cuando rivalizaban por tener el control de los servicios de inteligencia y contrainteligencia del régimen.

Desaparecidos

Muchos fundadores han muerto: Faustino, Piñeiro, Del Valle, Jesús Montané, Celia Sánchez, Miret, Vilma y muchos otros. El general Arnaldo Ochoa fue fusilado y el general José Abrantes murió en la cárcel en circunstancias no muy claras. Fallecieron también los viejos marxistas del Partido Socialista Popular que fueron llamados por Castro a gobernar (Blas Roca, Carlos Rafael Rodríguez, Juan Marinello, Lázaro Peña, etc.). Hart, Colomé (muy enfermo), García y otros, están alejados del poder, y Ameijeiras vive en el olvido total.

Pero otros han ido tomando su lugar. Hoy los ocho hombres más poderosos de Cuba son el dictador Raúl Castro, el comandante Machado Ventura, los generales Leopoldo Cintra Frías, ministro de las FAR; Álvaro López Miera, jefe del Estado Mayor de las FAR; Carlos Fernández Gondín, ministro del Interior; el comandante Ramiro Valdés –todos octogenarios y septuagenarios veteranos de la Sierra Maestra–, el coronel Alejandro Castro Espín, hijo del dictador y zar de los servicios de inteligencia y contrainteligencia, y el general Luis A. Rodríguez López-Callejas, presidente del imperio económico de las Fuerzas Armadas.

Esa exclusivísima élite, sus familiares y el generalato que hoy domina la economía, constituyen la gran muralla que impide la realización de cambios políticos que pongan fin a la cuasi eterna pesadilla de los cubanos.

Ellos hundieron la otrora próspera Cuba y, mientras ostenten el poder, no habrá otro amanecer de jolgorio en la bella ínsula tropical.

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