Canibalismo y salvajismo en cárceles brasileñas

Las autoridades investigan un caso en el que un preso quedó descuartizado en 59 pedazos; el hígado fue asado en una parrilla y comido por compañeros de celda

Sao Paulo Actualizado: Guardar
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El cuerpo del preso Edson Carlos Mesquita fue encontrado descuartizado en 59 pedazos repartidos por las celdas de la cárcel de Pedrinhas, estado de Marañón, en el norte de Brasil. Los pedazos estaban cubiertos por sal para evitar que se descompongan y reducir la pestilencia en el presidio. Faltaba el hígado, que según se descubrió después, fue asado en una parrilla improvisada y comido por sus asesinos. El cuerpo de Edson fue reconocido por un tatuaje que homenajeaba a su hija, Victoria, y el motivo de su muerte fue una discusión banal que terminó a cuchilladas.

La historia macabra de canibalismo en una de las prisiones más violentas de Brasil, ocurrió a fines de 2013, pero fue revelada recientemente por el promotor Gilberto Câmara, del Ministerio Público de Marañón.

«No tengo mucho que decir. Es simplemente muy cruel. Tengo 18 años como promotor y nunca vi nada igual», declaró Câmara en entrevista al portal G1, del grupo Globo, sobre el caso de canibalismo reconstituida por un testigo clave, citado en las investigaciones como «individuo X». «Esos sujetos no pueden vivir en sociedad», afirmó el promotor de justicia, que pidió la apertura de una acción penal contra los acusados.

Mesquita fue torturado por horas y asesinado por sus compañeros de celda, Geovane Sousa Palhano, Enilson Vando Matos Pereira, Samyro Rocha de Souza, conocido como Satanás; Joelson da Silva Moreira, alias Indio, que ya está muerto y otros dos hombres no identificados, miembros de una facción criminal llamada «Ángeles de la muerte».

Todos vivían en la celda 1, bloque C, del presidio São Luis 2, uno de los ocho edificios que forman el peligroso complejo penitenciario de Pedrinhas, el más salvaje de Brasil, donde ya se registraron decapitaciones, violaciones de presos, e incluso de mujeres, que fueron arrojadas en celdas repletas de hombres, contra la ley que obliga a la separación de géneros. Otros casos de violaciones de mujeres ocurrieron en días de visita y hay incluso registros de abusos sexuales fuera de la prisión ordenadas por presos contra esposas y hermanas de enemigos.

El año 2013 fue uno de los más críticos en Pedrinhas, tras una serie de rebeliones y guerras entre facciones, que resultaron en 65 muertes en doce meses, con una serie de decapitaciones. El año pasado, se conoció también un video filmado por presos con un teléfono móvil en que los bandidos jugaban al fútbol con las cabezas de tres rivales.

Las atrocidades de Pedrinhas ya han sido denunciadas por varias e entidades internacionales de Derechos Humanos, como Amnistía Internacional, y de organismos como la ONU, que han pedido investigaciones sobre la violencia en ese presidio. Recientemente, la ONU anunció visitas sorpresa a cárceles brasileñas para acompañar si ha habido alguna mejora en el sistema considerado uno de los más bárbaros del mundo. En un informe cuestionado por el Gobierno brasileño, la ONU calificó esa violencia como «tortura sistemática y generalizada».

Las atrocidades en las cárceles brasileñas son tan infernales, que el propio ministro de Justicia, José Eduardo Cardozo, las ha llamado «mazmorras medievales» y ha admitido que prefiere morirse a ser preso en una de las prisiones bajo su comando. Cardozo es un prestigioso abogado del oficialista Partido de los Trabajadores (PT) y un reconocido defensor de derechos humanos, pero no ha conseguido avanzar casi nada en prisiones de buena parte del país, donde los presos viven hacinados.

Los problemas del sistema prisional en Marañón, uno de los estados más pobres del país, no son aislados y se repiten en otros estados, como Pará, Pernambuco y Paraíba. El año pasado, el Consejo de Derechos Humanos de Paraíba, en el norte del país, denunció una celda dentro de la Penitenciaria de Seguridad Máxima Romeu Gonçalves de Abrantes, en la que se encontraban prácticamente amontonados 80 hombres desnudos, que vivían entre baldes llenos de excrementos y de orines, sin colchones ni agua potable.

Según datos oficiales, Brasil tiene 607.000 presos en un sistema con capacidad para 310.000, el cuarto mayor aprisionador del mundo después de Rusia, China y Estados Unidos, que lidera con 2,2 millones. Del total de presos, un 59% esperan su juicio al lado de condenados, por la lentitud de las cortes, lo que es considerado una violación del derecho internacional. En Pernambuco, el estado con peor déficit, hay 32.000 presidiarios en cárceles con capacidad máxima paran 10.500 personas.

La tasa de encarcelamiento aumentó casi un 40% en los últimos cinco años y puede empeorar caso el Congreso apruebe una ley en debate que puede reducir la edad penal de 18 a 16 años de edad, violando las obligaciones de Brasil en la Convención sobre los derechos de los niños.

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