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El Club Habana, próximo al malecón, es uno de los pocos clubes sociales que mantienen el esplendor de sus salones - ABC

La aristocracia castrista que vive a costa de la pobreza

La cúpula dirigente lleva un tren de vida que está a años luz del que se puede permitir el ciudadano de a pie en la isla

Enviado especial a La Habana Actualizado: Guardar
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«Yo soy Fidel, yo soy Fidel!», aclamaban este sábado miles de cubanos en Santiago de Cuba a la llegada de las cenizas de quien estos días la propaganda oficial y sus partidarios ensalzan como el defensor de los pobres y de la justicia social. Sin embargo, las condiciones de vida de la amplísima mayoría del pueblo cubano no tienen nada que ver con los lujos que los Castro y el reducido grupo en la cúspide del poder vienen gozando desde hace décadas. Mansiones, yates, buenos restaurantes y clubs privados rodean el día a día de esta clase alta surgida gracias a la revolución.

Tras la imagen de humilde anciano que ofrecía Fidel Castro en sus últimos años de vida, en chaqueta de chándal y retirado en una modesta finca, se ocultaba la privilegiada vida de la que se ha beneficiado su familia, pero se extiende también a otros de los máximos dirigentes del régimen.

En Cuba hay «un doble discurso», afirma el periodista independiente Lázaro Yuri Valle Roca, de 55 años, nieto de uno de los dirigentes históricos del Partido Comunista de Cuba, Blas Roca, aunque él cuestiona que a este régimen se le pueda llamar «comunista». Simplemente, «esto es totalitarismo y dictadura», afirma. La cúpula dirigente «siempre ha vivido muy bien, nunca les ha faltado de nada», sostiene Valle, quien vivió de cerca el ritmo de vida que han llevado los Castro y su entorno. Ellos tenían whisky de marca, caramelos y otras exquisiteces mientras «el pueblo ha pasado hambre», destaca.

Los Castro han vivido en una acomodada zona residencial junto al mar al oeste de La Habana, donde han disfrutado de lujos muy alejados de las penosas condiciones de vida en que vive la gran mayoría de los cubanos de a pie. En el caso de Fidel, se trataba de Punto Cero, una residencia con un vasto terreno alrededor en el que disponía de árboles frutales, ganado para proporcionarle su propia leche, caballos, algunos búfalos y hasta una fábrica de quesos. «Sé de lo que hablo, porque trabajé allí», afirma Juan Goberna, vicepresidente de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional.

Raúl Castro también se fue a vivir a las afueras. «La nueva clase dirigente decía que vivía con el pueblo, y Raúl vivió muchos años en la céntrica calle 26, pero con los años empezaron a aislarse», explica Goberna.

Otros integrantes de la familia Castro viven en la elegante zona occidental de La Habana, así como otros miembros de lo que se ha consolidado como una auténtica aristocracia formada por los integrantes de la cúspide del poder en la isla.

En casas de la burguesía

Tras el triunfo de la revolución en 1959, la nueva clase dirigente se apoderó de los caserones de la antigua burguesía cubana, donde siguieron viviendo durante décadas y ahora, con muchos de ellos fallecidos, sus descendientes.

Esta especie de nobleza dictatorial goza de un tren de vida a años luz del que sufren la mayoría de los cubanos, que habitan en viviendas destartaladas con apenas mantenimiento y constantes fugas de agua, y que para poder sobrevivir acuden a las bodegas con su cartilla de racionamiento a recoger los «mandados», como se conoce a la lista de productos básicos como pan y arroz que el Estado asigna al mes a cada ciudadano.

Los miembros de la clase privilegiada son asiduos a lugares como el Club Habana, un histórico complejo de ocio reservado para socios y clientes que pueden pagar sus cuotas, fuera del alcance del cubano medio.

A pocos kilómetros, la Marina Hemingway es otro punto de referencia para el estrato elevado de la supuestamente igualitaria sociedad cubana. En los canales de este amplio recinto, separados por explanadas con palmeras y un césped perfectamente cortado, se podían ver este sábado atracados decenas de yates que no tenían mucho que envidiar a los que se pueden ver al otro lado del estrecho de la Florida, en los embarcaderos de la capitalista Miami Beach.

Cotos de caza

Además, hay una serie de cayos (pequeños islotes) convertidos en terrenos militares y reservados para el uso de la alta jerarquía del régimen. También disfrutan de cotos de caza en lugares como Pinar del Río y Holguín, así como del paraíso de los aficionados a la pesca submarina que es Isla de Pinos, tristemente célebre también por la prisión adonde fueron a parar numerosos opositores.

Junto a esta clase de políticos privilegiados asentada desde hace años, está emergiendo en los últimos años una hornada de nuevos ricos, beneficiados de forma selectiva por los medidos pasos hacia una apertura económica que ha dado el régimen bajo el gobierno de Raúl Castro. Es el caso de los propietarios de paladares, los restaurantes de comida típica cubana que están proliferando en La Habana, pero que no pueden abrir cualquiera, sino únicamente personas que «tienen una buena relación con la jerarquía o que reciben dinero del exterior», explica Juan Goberna. Los que están identificados como no dignos de confianza por el Gobierno, no reciben la licencia, explica. Entre los opositores se comenta incluso que la propia Mariela Castro es dueña de uno.

Los paladares, a su vez, son lugares frecuentados no solo por los turistas, sino también por los miembros de la clase pudiente de la isla. Y cuando se trata de quemar la noche, acuden a discotecas donde la mayoría de cubanos ni se asoman. Una hija de Mariela Castro Espín y nieta de Raúl se ha ganado fama con sus fiestas en Varadero, donde «llegan y arrasan» con la bebida, asegura Lázaro Yuri Valle.

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