Una familia de refugiados sirios entra en Hungría desde Serbia
Una familia de refugiados sirios entra en Hungría desde Serbia - reuters

«¿La gasolinera está lejos? Si me ve la Policía estoy perdido»

La masiva llegada de refugiados ha acelerado la construcción de la valla entre Hungría y Serbia

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

«¿Hay algún extranjero en el autobús?», dice el policía húngaro. El conductor señala al único: el corresponsal de ABC. Pero lo que busca el agente es otra cosa: alguno de los miles de refugiados que están entrando clandestinamente por alguno de los agujeros de la cercana alambrada, en la frontera entre Hungría y Serbia. «Disculpe», dice el agente mientras nos devuelve el pasaporte, «pero este es justo uno de los puntos por los que saltan la valla».

No será la única vez que nos pidan la documentación durante la jornada. La vigilancia es constante, y cada pocos minutos pasa una patrulla de frontera, o un vehículo policial regular. El agente señala la fila de árboles, tras la cual se encuentra la cerca fronteriza.

La componen tres líneas de concertinas una sobre la otra, a pesar de lo cual los migrantes consiguen atravesarla una y otra vez en diferentes puntos, cortándola o pasando por debajo.

La situación, sin embargo, apenas ha conseguido alterar la plácida rutina de Rözske, una pequeña localidad húngara relativamente próspera, situada a pocos kilómetros de Serbia. El drama migratorio que estos días sacude el sureste de Europa sucede en las lindes de la población, en la carretera que va desde el cruce fronterizo hasta Szeged, la principal ciudad del sur de Hungría.

Operativo en marcha

«¿Taxi, Budapest?», susurra un hombre con el brazo cubierto de tatuajes, discretamente situado tras un cartel de señalización a la entrada de una gasolinera. La escena se repite en la siguiente área de servicio, donde un grupo de amigos finge celebrar un picnic, pero que en realidad espera a que haga aparición algún refugiado a quien transportar a la capital a cambio de una generosa cantidad de dinero. «¿Eres sirio?», nos dice el más joven. Cuando le decimos que no, gira la cabeza decepcionado.

El lugar, sin embargo, está bien escogido: a los pocos minutos, muy cerca de allí, unas zapatillas blancas se divisan entre los arbustos. Emerge un hombre vestido en chándal y empapado en sudor, que pregunta por algún medio de transporte hacia Budapest. Es sirio, y hablamos en árabe. «¿La gasolinera queda lejos? Si me ve la Policía estoy perdido», dice. Se dirige hacia el lugar, y vemos cómo se aleja por la carretera, volviendo a internarse entre los árboles cada vez que se escucha el ruido de un motor.

A pocos kilómetros de allí, en un claro entre los árboles, la Policía húngara ha organizado un punto de reunión a donde llevan a los recién interceptados, para que puedan utilizar un lavabo químico y refugiarse del sol en una tienda. Después los transportan al centro de internamiento, un recinto donde se han levantado decenas de tiendas militares rodeadas por dos verjas, para impedir que nadie entre o salga.

En las tres últimas jornadas consecutivas, la policía húngara ha detenido a más de tres mil personas al día que habían entrado irregularmente en el país, entre ellos, anteayer, más de setecientos niños. Por ello, el Gobierno húngaro trata ahora de sellar la frontera construyendo una valla de más de 170 kilómetros de longitud y tres metros de alto, que está previsto que complete al terminar el mes, y valora desplegar al ejército para que ayude en la vigilancia de la frontera.

Una política no exenta de críticas: algunas ONGs han protestado después de que el viernes se difundieran las dramáticas imágenes de una niña siria gritando, con el pelo atrapado en las concertinas de la frontera. Otro caso, difundido por la prensa internacional es el de la mujer de 42 años que logró pasar la frontera con sus hijos pequeños, para desplomarse debido al agotamiento tras haber caminado sin parar durante doce horas.

Trámites y limbo legal

«Esto es inaceptable. Tienes gente desplomándose a las puertas de Europa sin recibir ayuda. Es una situación desesperada», protestó Babar Baloch, portavoz del Acnur «El sistema de asilo europeo es disfuncional. Esta gente necesita protección internacional. Y también tenemos que ir a por los traficantes», aseguró.

Pero aquellos refugiados que intentan seguir camino al margen de las autoridades son una minoría. Muchos de ellos, una vez en Hungría, contactan con las autoridades para solicitar asilo, o lo piden tras ser interceptados por las patrullas fronterizas. Tras los primeros trámites, son enviados a alguno de los tres campos de régimen abierto establecidos por el gobierno húngaro, en Debrecen, Bicske y Vámosszabadi.

En la estación de ferrocarril de Szeged, un grupo de voluntarios ha establecido un punto de información y ayuda para esta gente, con apoyo del ayuntamiento. Allí llegan los autobuses en los que la Policía traslada a los refugiados, para que reciban información, antes de embarcar en un tren rumbo a uno de los campos abiertos.

«Les damos agua y comida, les permitimos usar el lavabo, y usar el wifi», dice Balázs Csázsár, uno de los jóvenes voluntarios. «Para muchos, su teléfono móvil es su tesoro, y lo primero que hacen es comunicarse con sus familiares en sus países de origen, o en los campos. Realmente dependen de esa información», comenta.

«Les asesoramos sobre la forma de hacer las cosas, y les aconsejamos que vayan por la vía legal, porque si no es muy probable que acaben siendo arrestados», explica Czázsár. «Pero al final, la última decisión es suya», concluye.

Ver los comentarios