Una mujer se lamenta junto a su casa destruída en la aldea de Kumalpur, a las afueras de Katmandú, Nepal
Una mujer se lamenta junto a su casa destruída en la aldea de Kumalpur, a las afueras de Katmandú, Nepal - efe

La devastación en Nepal: «Mi hija murió en mis brazos mientras estábamos bajo los escombros»

Katmandú lucha por sobrevivir entre las ruinas y el dolor por los más de 4.000 muertos

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Desde el cielo, donde los aviones vuelan en círculo durante horas hasta que finalmente pueden aterrizar en su congestionado aeropuerto, un tablero de tiendas de campaña y lonas azules, blancas y verdes anuncia la llegada a Katmandú. Bajo ellas, repartidas por toda la ciudad, decenas de miles de personas llevan durmiendo al raso desde el terremoto de magnitud 7,9 que sacudió Nepal el sábado, cuya cifra de víctimas ya es de 4.310 muertos (cifra oficial) y 7.953 heridos y seguirá subiendo porque los equipos de rescate aún no han llegado a las remotas zonas montañosas del interior.

Mientras se sigue intentando averiguar el grado de destrucción que dejó el potente seísmo en las paupérrimas áreas rurales, la necesidad de ayuda humanitaria, medicinas y agua se vuelve acuciante en la capital.

«Tenemos que agilizar los aterrizajes y despegues para distribuir lo más rápidamente posible los suministros que lleguen del extranjero. Los aviones no pueden pasarse varias horas volando alrededor mientras esperan turno», desgrana Michael Ridzuan, un técnico con experiencia en otras catástrofes naturales enviado desde Singapur por la empresa DHL para organizar la logística en el reparto de la tan ansiada ayuda humanitaria.

Con un millón de habitantes, Katmandú se ha quedado paralizada por la falta de electricidad y el cierre de los comercios. A oscuras, entre las ruinas de los edificios que derribó el temblor, largas colas aguardan con paciencia el reparto de agua en las calles, despejadas de sus habituales atascos por la escasez de gasolina.

Hospital Bir

Siguiendo la tradición hindú, un grupo de hombres descalzos con túnicas blancas canta mientras porta sobre sus hombros un cadáver envuelto en una mortaja amarilla cerca del Hospital Bir, en el centro de Katmandú. Desbordados, como reflejan sus extenuados rostros, sus doctores han atendido durante estos días a más de 600 heridos, la mayoría por los traumatismos que sufrieron al desplomarse sobre ellos sus casas. «Estábamos comiendo cuando sentimos el terremoto. Aunque intentamos levantarnos para salir corriendo, de repente el techó cayó sobre nosotros y quedamos enterrados bajo una pila de escombros», explica a ABC Rudra Prasad Kafle, un conductor de 27 años ingresado en el Hospital Bir junto a su padre, que lleva la cabeza totalmente cubierta por un aparatoso vendaje, y su esposa, con una escayola en el brazo.

Durante dos horas, todos ellos permanecieron sepultados bajo una montaña de ladrillos, ya que vivían en la tercera planta de un edificio de seis pisos que se vino abajo como si fuera de papel. Atrapado entre los cascotes, asfixiándose por el polvo, Rudra oía los quejidos de su padre y su mujer mientras intentaba proteger entre sus brazos a su segunda hija, Rasmi, de solo seis meses. «La cogía para que pudiera respirar y no se atragantara con el polvo de los escombros, pero al cabo de una hora murió entre mis brazos», recuerda compungido mientras enseña una foto de la pequeña en su móvil. El mismo destino habrían corrido él y el resto de su familia si no hubiera sido porque, a las dos horas del derrumbe, la Policía consiguió rescatarlos de entre los cascotes. «Si llegan a tardar dos minutos más, habría muerto», asegura Rudra, quien se queja de que lo ha perdido todo, desde su hija hasta su apartamento de alquiler pasando por el pasaporte con el que pensaba emigrar a Dubái para trabajar allí como albañil, al igual que ya hizo en el pasado en Arabia Saudí.

De entre los escombros también fue rescatada Roma Shrestha, de 24 años, a quien su marido, Bikash, de 34, desenterró con sus propias manos para devolverla a la vida. «Tuve que remover los cascotes que la habían sepultado cuando se desplomó nuestro edificios de tres plantas, en cuyo último piso vivíamos», desgrana Bikash, quien ha perdido el piso que heredó de sus padres. Con una gruesa venda tapándole los ojos y heridas en las manos, su mujer se retuerce de dolor sobre la cama en una de las salas del Hospital Bir, abarrotadas de heridos con los brazos en cabestrillo y las piernas escayoladas.

Conectada a una botella de suero, Bimala Timalsina, de 32 años, respira con dificultad a través de una mascarilla de oxígeno y se duele de sus heridas en el pecho y la espalda mientras su esposo, Narayan, de 39, le toma la mano. Ambos vivían en Lalitpur, uno de los distritos a las afueras de Katmandú más devastados por el terremoto, que derribó su casa y casi se lleva por delante a Bimala.

Bajo un alud de piedras

«Ella había ido al campo a recoger hierba para nuestros animales cuando un corrimiento de tierra provocado por el seísmo la arrastró 200 metros, cubriéndola bajo un alud de piedras», indica el hombre, que acudió de inmediato con su hijo, Ramesh, de 15 años, a buscar a su esposa. Aunque Bimala se había desmayado y estaba inconsciente bajo las rocas, su marido y su hijo la localizaron gracias a su ropa y, para llevarla a un hospital, cargaron con ella durante seis horas, hasta que finalmente encontraron una ambulancia. «Nos hemos quedado sin hogar y hemos perdido nuestras ocho cabras, mientras que nuestros tres búfalos están heridos», se lamenta Narayan, quien calcula que tendrá que gastarse 300.000 rupias (unos 3.000 euros) para construir una nueva casa.

A punto de morir también estuvo Sunita Nepali, de 30 años, que tiene media cabeza rapada y cosida a puntos tras la operación a la que ha sido sometida por la caída que sufrió durante el terremoto, cuando saltó de una azotea a otra mientras su casa temblaba. A pesar de sus graves heridas, tanto ella como todos los demás vivirán para contarlo.

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