El submarino republicano que desapareció misteriosamente en la Guerra Civil y otros desastres navales de la historia

El «ARA San Juan» no es el único sumergible que se ha esfumado sin dejar rastro. Otros tantos como el «Kursk», el «K-129» o el castizo «B-5» se han perdido en las aguas a lo largo del último siglo

Sumarinos republicanos ABC
Manuel P. Villatoro

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Ya ha pasado casi una semana desde que se perdió contacto con el submarino argentino « ARA San Juan ». Nave en la que viajaban 44 tripulantes y que desapareció mientras regresaba a su base, ubicada en el Mar del Plata . Desde entonces, la marina y la fuerza aérea del país han iniciado una misión de rescate sin precedentes. Un operativo similar al que los soviéticos llevaron a cabo en el año 2000 cuando el sumergible « Kursk » se perdió en el mar de Barents , y parecido al protagonizado también por parte de la URSS en 1968 cuando el « K-129 » se esfumó de la faz de la tierra sin informar de ningún problema previamente.

Con todo, la URSS y los Estados Unidos no han sido los únicos que han perdido submarinos en extrañas circunstancias a lo largo de la historia. A nivel más castizo, en España tenemos también nuestro particular enigma marítimo: el del B-5 . Un sumergible republicano que, en 1936, desapareció en aguas malagueñas llevándose consigo la vida de 37 tripulantes. De esta embarcación sólo quedan en la actualidad varias conjeturas sobre las causas que pudieron llevarle al desastre. Siendo las más barajadas las que afirman que fue destruido por un hidroavión nacional o que fue hundido deliberadamente por su capitán -partidario del alzamiento militar-, para evitar que fuera utilizado por la República .

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Restos del Kurks ABC

«Kursk»: el coloso sentenciado (2000)

La historia del « K-141 "Kursk" » (en el que fallecieron 118 personas) se remonta a los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial . Días en los que no pocos científicos nazis, pérfidos para los aliados desde 1939 hasta 1945, se ganaban la sopa vendiendo los secretos tecnológicos de Adolf Hitler a los que -poco antes- habían sido sus archienemigos.

Si los Estados Unidos sumaron a sus filas a Wernher von Braun (artífice del programa de bombas volantes V2 con los germanos, y del cohete que llevó al hombre a la luna posteriormente), los soviéticos apostaron por «reclutar» a todos aquellos técnicos (entre ellos, el famoso Hellmuth Walter ) capaces de modernizar su vieja flota submarina.

Aunque al final su colaboración no fue tan determinante cómo los bolcheviques hubiesen querido, ya por entonces quedó patente que la URSS andaba más que dispuesta a competir el dominio de los mares a la poderosa Estados Unidos.

Con estos antecedentes, no es de extrañar que las dos superpotencias de la Guerra Fría cayesen como buitres sobre los nuevos submarinos movidos por energía nuclear. Una propulsión que, según afirma Víctor San Juan en su obra « Titanic y otros grandes naufragios », «no necesitaba repostaje de combustible ni suministro de aire saliendo a superficie». Estos silenciosos asesinos fueron cargados hasta los topes de misiles balísticos (SSBN) con el consiguiente riesgo para sus tripulaciones.

Cazar gigantes

Posteriormente arribó hasta la URSS un tipo de sumergible que aunó desde los conocimientos nazis, hasta la radioactividad. Todo ello, pasando por el miedo que los almirantes rusos tenían a los míticos portaaviones norteamericanos .

«Se acabó por construir un tipo de sumergible expresamente diseñado para atacar y destruir a los portaaviones. La novedad es que no pensaban hacerlo con torpedos -había que acercarse demasiado- sino con misiles balísticos especialmente adaptados a este tipo de blanco», completa el experto.

Así nació el « K-141 » (« Kursk »), el que fue llamado « La perla de la corona del zar » por la prensa de la época. Una exageración, pues lo cierto es que este sumergible de la clase « Óscar » no era tan grande como los « Typhoon » ni tan moderno como los « Akulas ».

Con todo, y según determina San Juan en su completa obra, este gigante era más que nuevo (fue construido entre 1992 y 1994), sumamente rápido (30 nudos en superficie y 32 en inmersión), duro como una piedra (su casco tenía 8,5 milímetros de espesor) y contaba con un armamento temible formado «24 lanzadores de misiles de diferentes tipos» y cuatro tubos lanzatorpedos. Era, en definitiva, un almacén de explosivos submarino.

«Estaba a la vanguardia de la defensa rusa. Funcionaba con dos reactores nucleares, medía 150 metros de eslora, tenía la altura de un edificio de seis pisos, y un tamaño superior al doble de un avión jumbo», explica la cadena National Geograpich en su reportaje « El desastre del submarino nuclear Kursk ».

El desastre

A los mandos del capitán Lyachin (uno de los más experimentados de la marina), el «Kursk» salió de puerto el 10 de agosto del 2000 para participar en unas maniobras militares en el mar de Barents junto a otros sumergibles.

Sus órdenes eran, concretamente, simular el ataque a un convoy «enemigo» formado por varios buques de la URSS. Y su objetivo en el periscopio, el « Pedro el Grande », insignia de la Flota del Norte.

El día 12 de agosto nada parecía ir mal. De hecho, antes de aquella mañana nuestro coloso ya había lanzado sin mayor problemas un misil « Granit » de prácticas.

Sin embargo, todo cambió cuando el reloj estaba a punto de marcar el mediodía. A las 11:27 de la mañana (cuando el submarino iba a lanzar el primer torpedo contra la falsa escuadra enemiga) una brutal explosión sacudió su compartimento de proa.

«Como no estaba cerrada la puerta estanca de la sala de torpedos, la onda expansiva afectó los dos primeros compartimentos, matando instantáneamente a todos los presentes », señala San Juan en su obra. El capitán ordenó subir a superficie a toda velocidad, pero nadie le respondió.

Para desgracia del coloso soviético (que podría haber resistido esta detonación) un nuevo desastre se cernió sobre él. «Aproximadamente a los dos minutos hubo otra explosión mucho más fuerte , que destruyó toda la proa del submarino y lo echó a pique en 108 metros de profundidad», añade el experto.

El sistema eléctrico falló y un tercio del casco se anegó. No había salvación. En esa situación, y para evitar que la nave se convierta en una gigantesca bomba radioactiva , desde la sala de control se apagaron los reactores nucleares.

El desastre fue inevitable. Cuando chocó contra el lecho marino, tan solo quedaban unos pocos marinos en el compartimento 9. En esa situación, uno de los oficiales ( Dmitri Kolésnikov) tomó el mando de la situación y comenzó a anotar los nombres de los supervivientes.

Posteriormente, cuando se recuperó su cadáver, fue encontrada una nota en su uniforme en la que narraba los últimos momentos de los 23 tripulantes que habían sobrevivido a las explosiones. Todo ello, acompañado de un mensaje para su mujer: «Está muy oscuro para escribir, pero lo intentaré con el tacto. Parece que no tenemos posibilidades, tal vez el 10 o el 20%. Saludos para todos No hay que desesperarse».

Esta es la teoría oficial de lo que ocurrió, Con todo, también existe otra versión esgrimida por el historiador Vitali Dotsenko. Este afirma que realmente fue un submarino americano el que hundió al «Kursk».

Rescate fallido

Las operaciones de rescate se desarrollaron por los derroteros clásicos de secretismo en la URSS. A eso de la una de la tarde, el almirante Popov (que enarbolaba su bandera en el «Pedro el Grande») ya tenía informes que corroboraban que todos los sumergibles menos uno habían llevado a cabo su misión.

Sin embargo, decidió esperar nada menos que doce horas para dar la voz de alarma. El lunes 14 de agosto la noticia se hizo general. Con todo, Rusia se negó a aceptar la ayuda internacional hasta una semana después. Así fue como, el 27 de agosto, unos buzos británicos y noruegos abrieron la escotilla inferior del coloso caído. Ya para nada, pues la nave estaba totalmente inundada.

«Para entonces, todos los supervivientes habían muerto (pudieron aguantar unas ocho horas), dejando cartas que no han sido publicadas en su totalidad: aún lo que se supo horrorizó al mundo entero», finaliza San Juan. La catástrofe se llevó 118 vidas humanas consigo.

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K-129, en inmersión ABC

«K-129»: la CIA roba un submarino hundido a la URSS (1968)

Si la historia del «Kursk» comenzó con los ingenieros nazis llevados a la URSS tras la Segunda Guerra Mundial, la del « K-129 » (un sumergible que guarda todavía más luces que sombras en la historia) no tiene unos inicios distintos. Concretamente, sus orígenes se encuentran en aquellos turbulentos años 50 en los que Rusia, ansiosa de obtener la supremacía en las aguas, se dedicó a producir submarinos a decenas sin importar su calidad.

«En poco tiempo, y de forma improvisada, se construyó una flota de naves que subacuáticas cuya calidad la cuestionó hasta el propio comandante en jefe de la Marina de Guerra de la URSS, el almirante Vladimir Nikolaievich Chernavin », explica Daniel Avendaño en « El secreto del submarino ».

Aunque las naves no fueron, ni mucho menos, las mejores, lo cierto es que esa obsesión por el arma submarina ayudó a curtir a decenas de oficiales en el combate bajo las aguas. Algo que ha llegado a reconocer el mismísimo autor y antiguo capitán de la marina de los EEUU W. Craig Reed en sus obras : «En Rusia, las tripulaciones de submarinos son veneradas y respetadas, mientras que su profesión es considerada peligrosa. Su sacrificio es digno de elogio».

Precisamente en ese contexto fue construido el «K-129». «Era un submarino de propulsión diésel eléctrica de la clase “ Golf II ” de la Unión Soviética. Fue asignado en 1960 […], tenía una eslora de 98,9 metros, una manga de 8,2 metros y un desplazamiento en inmersión de 3.553 toneladas», explica Héctor Galisteo en su amplio dossier « Proceso de salvamento de un submarino hundido y posibles mejoras de rescate ».

San Juan dedica unas líneas en su obra a este tipo de naves, las cuales define como « submarinos convencionales (diésel-eléctricos en superficie e inmersión, respectivamente)». Con todo, también señala que, para cuando se estaban armando estos buques, ya se habían dado los primeros pasos en la propulsión nuclear.

Por si fuera poco, y tal y como señala en este caso Avendaño, el «K-129» era uno de los seis sumergibles con misiles balísticos de la Base Naval de Rybachiy Kamchatka . Algo que lo convertía en un peligro marino.

Última misión

En 1968, tras varias operaciones de combate exitosas, comenzó la última misión del «K-129». «La nave zarpó con sus 98 tripulantes el 24 de febrero de 1968 en una patrulla rutinaria. Después de llevar a cabo unas pruebas de inmersión, el capitán informó de que todo funcionaba correctamente», explica Javier Ramos en « El enigma del submarino soviético “K-129” ». Después de aquella última comunicación, jamás se volvieron a recibir noticias del sumergible.

«Tras una semana sin noticias, el "K-129" había faltado a dos chequeos de radio consecutivos. En primer lugar, se dieron órdenes al "K-129" mediante transmisión normal de romper el silencio de radio y comunicarse con el cuartel de la flota, y más tarde mediante comunicaciones urgentes que también quedaron sin respuesta», destaca Galisteo.

Al final, después de nada menos que tres semanas , la URSS declaró oficialmente al sumergible como «desaparecido» e inició una inmensa búsqueda en el Pacífico Norte. Desde « Kamchatka y Vladivostok », en palabras del experto.

El robo

La búsqueda continuó bajo el secretismo característico de la URSS hasta abril de 1968 , cuando Estados Unidos detectó el movimiento masivo de buques y aviones soviéticos en la zona del Pacífico. Inmediatamente, sospecharon de la pérdida de un sumergible. Y, también de forma automática, idearon un plan para hallarlo y, así, poder estudiar y robar la tecnología de la URSS. Nada descabellado en plena Guerra Fría.

En un breve período de tiempo, los Estados Unidos lograron ubicar al «K-129» gracias a su sistema de vigilancia sónica. Algo que explica de forma pormenorizada Avendaño en su obra: «El inusitado movimiento de dicha flota obligó a registrar los datos del Sistema de Vigilancia Sónica (SOSUS), la sofisticada red de monitoreo hidrofónico norteamericana, cuyos equipos procesaban el sonido generado por los sumergibles enemigos, para luego identificar su ubicación mediante triangulación . Así sus expertos lograron aislar un registro sónico de una implosión ocurrida el 8 de marzo del mismo año. Era el dato que necesitaban ».

El buque fue hallado a 5.000 metros de profundidad en las cercanías de Hawaii. Un punto más que perfecto. A las pocas jornadas, desde Pearl Harbour partió el submarino americano « USS Halibut » para dar con el lugar exacto del pecio.

Su misión no pudo ser más exitosa, pues tres semanas después ubicó al «K-129» y realizó más de 20.000 fotografías del mismo. «Con el más estricto sigilo, el presidente Richard Nixon autorizó a la CIA idear un plan para rescatar los restos náufragos del submarino en uno de los operativos más secretos, costosos y bochornosos de la Guerra Fría », añade el latinoamericano en «El secreto del submarino».

El plan resultante fue, sin duda, uno de los más rocambolescos de la era Nixon. Y es que, el presidente ordenó a la CIA construir un submarino de 500 millones de dólares con la capacidad de rescatar los restos del «K-129». Todo ello, bajo el pretexto de idear un barco preparado para la extracción de nódulos de manganeso . El aparato tardó en ser construido nada menos que seis años.

En 1974 la nueva nave (el « Hughes Glomar Explorer ») estaba lista. «Con las nuevas fotografías, tomadas esta vez por las cámaras del “Hughes Glomar Explorer”, se pudo apreciar que el submarino soviético estaba casi entero, inclinado hacia estribor y que uno de sus tres misiles nucleares estaba intacto», determina Avendaño.

Rescate tardío

La operación de rescate se desarrolló entre julio y agosto de 1974 bajo un estricto secretismo y tuvo un resultado dispar. «Se recuperó parte del submarino, pero una gran sección cayó de nuevo al fondo del mar por un fallo técnico», explica Ramos.

A día de hoy se desconoce qué diantres encontró la CIA en aquel pecio. Sin embargo, las teorías más conspiranoicas se atreven a esgrimir que se obtuvieron desde cabezas nucleares , a libros de códigos.

«Se encontraron los cuerpos de seis marineros soviéticos, los cuales presentaban contaminación radioactiva. Debido a esto, los cadáveres fueron llevados nuevamente al mar y puestos en una cámara de acero, pero esta vez con los honores militares correspondientes», destaca el latinoamericano.

Galisteo es de la misma opinión, como bien explica en su dossier: «Hasta día de hoy los archivos , fotografías , vídeos y otras pruebas documentales permanecen archivadas como confidencial a la población. Unas cuantas fotos aparecieron en un documental de 2010 que muestra los restos del naufragio "K-129": la vela, con el compartimiento de misiles muy dañados que muestra sólo un silo de misiles unido a la estructura».

En cualquier caso, también se desconoce la causa real que llevó al «K-129» a hundirse. Aunque, entre las versiones más extendidas, se encuentra la de que pudo chocar contra un bajel aliado, o explotar.

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Submarinos Clase B ABC

«B-5»: el submarino republicano desaparecido (1936)

La del «B-5» no es la típica historia de un submarino que se hundió combatiendo contra innumerables enemigos, pero, a pesar de todo, su leyenda bien podría haber servido de inspiración para un guión de la factoría Hollywood. En octubre de 1936 -en plena Guerra Civil -, este sumergible de la Armada republicana desapareció misteriosamente mientras patrullaba las costas de Estepona (Málaga) por causas que, a día de hoy, siguen siendo un enigma.

La primera página en la historia de este sumergible se escribió hace casi cien años, época en la que España dio un paso de gigante al ordenar la creación de los primeros submarinos de la conocida como « clase B ».

«Estos buques fueron los primeros sumergibles de serie construidos en España. Su origen tiene lugar en la aprobación de la  Ley del 17 de febrero de 1915 », afirma el experto en historia Dionisio García Flórez en su libro « Buques de la Guerra Civil española. Submarinos ».

En base a esta normativa, los astilleros de Cartagena iniciaron la construcción de los seis submarinos militares de «clase B», los cuales, aunque se caracterizaban por sus escasas dimensiones (apenas 64 metros de eslora por 5,6 de manga), contaban con un fuerte armamento para la época.

«Disponían de cuatro tubos lanzatorpedos de 450 mm, dos a popa y dos a proa. (…) Como armamento de cubierta llevaban un cañón Vickers de 76,2 mm », completa el autor en su texto.

Hubo que esperar hasta 1921 para que la Marina recibiera su primer submarino de «clase B», el cual fue bautizado con el nombre de «B-1» .

Tras este, y a lo largo de 5 años, la Armada recibió 5 sumergibles más, entre los que se encontraba el «B-5» . A partir de entonces, este buque quedó asignado a la División de Instrucción de Submarinos de Cartagena , donde se limitó a participar en todo tipo de ejercicios y actos protocolarios. Y es que, por aquellos años, la paz reinaba -relativamente- en las aguas españolas.

Alzamiento en el mar

La situación dio un giro radical en el verano de 1936, época en la que varios militares (entre los que se encontraba Francisco Franco ) iniciaron los preparativos para llevar a cabo un levantamiento militar desde Marruecos. Su objetivo estaba claro: llegar hasta la Península y acabar con el Gobierno central ubicado en Madrid.

Los franquistas sabían que, una vez iniciada la revuelta, era de vital importancia transportar a sus tropas hasta la Península, algo que únicamente podían hacer a través de aviones y navíos. Por ello, contactaron con los principales capitanes y oficiales de la Marina española, a los que pidieron que se sublevaran o que, como mínimo, se mantuviesen neutrales en el conflicto y no atacaran con sus buques los transportes que trasladarían a las tropas franquistas desde África hasta España.

Un día después de iniciarse el levantamiento militar, el desconcierto cundió entre las bases navales españolas.

El paso de las horas dejó claro que muchos de los oficiales de los submarinos eran ideológicamente afines a la sublevación, pues, entre otras cosas, comenzaron a retrasar la ejecución de las órdenes gubernamentales. De hecho, llegaron incluso a simular averías para evitar torpedear navíos nacionales. Al parecer, esto fue demasiado para las dotaciones de los sumergibles, que decidieron obviar la cadena de mando y tomar por la fuerza las naves.

Mientras la flota se debatía entre el alzamiento y la lealtad a la República en mar abierto, el «B-5» se encontraba amarrado en Cartagena, pues necesitaba reparar su ya maltrecho y viejo casco.

Sin embargo, el encontrarse en puerto no libró a su tripulación de mantener un duro combate contra los partidarios de la sublevación, ansiosos por tomar la base. La revuelta fue sofocada sin mayores dificultades y, a los pocos días, la tripulación del «B-5» envió un mensaje al gobierno informando de que seguían a las órdenes de la República.

Ante la escasez de oficiales con experiencia afines a la ideología gubernamental, se entregó el mando del submarino al capitán de corbeta Carlos Barreda Terry , quien destacaba por ser un conocido partidario de la sublevación militar. Sin embargo, y debido a su tendencia política, el oficial quedó bajo la estricta supervisión de un comité político enviado por la República.

Hundido

Unos meses después, en octubre, el destino acabó con los 37 desafortunados tripulantes del viejo «B-5». El sumergible se encontraba entonces de patrulla por aguas malagueñas cuando, de improviso, dejó de retransmitir su posición. A partir de ese momento, jamás se volvería a conocer su paradero.

Casi se podría decir que se esfumó pues, a día de hoy, la historia no ha conseguido aclarar cual fue el trágico final que se llevó al fondo del mar la nave.

La primera teoría, y la más extendida, determina que un avión pudo haber enviado al fondo del mar al «B-5» después de un encontronazo fortuito sucedido el día 12 de ese mismo mes.

Al parecer, durante aquella jornada la nave navegaba en superficie cuando repentinamente avistó un hidroavión Dornier perteneciente al bando sublevado. Casi de forma automática, el submarino se sumergió para evitar ser atacado, pero ya era tarde, pues el aeroplano había detectado al enemigo y, momentos después de la inmersión, lanzó varios proyectiles sobre su objetivo.

«El 12 de octubre , el submarino se hallaba en superficie, de patrulla, a la altura de Estepona, cuando fue avistado por un hidro D-4 que pilotaba el teniente de navío Ruíz de la Puente . El "B-5" se sumergió inmediatamente y el hidro realizó varias pasadas sobre el lugar lanzando una carga de profundidad y varias bombas de 50 kg. Otro Dornier Wal se unió al ataque, pero ya no pudieron volver a ver al submarino, sólo una gran mancha de aceite», determina Flórez en su libro.

También existe la teoría de que Barreda, firme defensor de la sublevación, decidió hundir el submarino consigo dentro para evitar que fuera utilizado por los republicanos. Esta opción parece ser la más acertada para el almirante Gonzalo Rodríguez y el contralmirante José Ignacio González , los cuales afirman que el «B-5» no sólo no sufrió ningún daño el día 12, sino que pudo volver a Málaga tres jornadas después.

«La acción del día 12 no tuvo consecuencias, Carlos Barreda (…) una vez de regreso a la base de Málaga, puso a su mujer Josefina (…) un telegrama fechado el 15 de octubre con el texto siguiente: “Estoy bien abrazos = Carlos”. El mismo día le escribía (…) una carta en la que (…) le comunicaba textualmente: “Estamos pendientes de salir para ahí (Cartagena) otra vez. Yo creo que a los dos días o tres de días de recibir esta carta estaremos en Cartagena para reparar otra vez”», explican ambos marinos.

De esta forma, tanto Rodríguez como González afirman que Barreda pudo haber decidido suicidarse y hundirse con su barco , cosa que, incluso, ya había amenazado con hacer delante de algunos compañeros. Para ello, los marinos se basan también en la declaración jurada de uno de los oficiales que, posteriormente, trataron de poner luz sobre este misterio: «En la declaración del capitán de navío Enrique Manera (…) se especifica claramente la posibilidad de que la pérdida se debiera a la decisión del capitán (…) de hundirse con el buque».

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