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Jeffrey Dahmer: El necrófilo descuartizador que quería revivir a los muertos

Jeffrey Dahmer, el «Carnicero de Milwaukee» conmocionó al mundo perpetrando 17 asesinatos. Al final, murió asesinado tras una pelea en la cárcel

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Caníbal, necrófilo, asesino en serie.... Los términos para definir a Jeffrey Dahmer son tristemente incontables. Con todo, no superan al número de víctimas (17) que cayeron víctimas de su barbarie. Y es que, además de hacerse famoso por comerse los cerebros de aquellas personas a las que asesinaba (todos ellos parejas homosexuales que pretendía mantener siempre consigo) y querer revivir a los muertos, este estadounidense se caracterizó por desmembrar a sus víctimas.

Empieza el desastre

«No hubo nada». Esa fue la sencilla respuesta que dio Dahmer a Robert Ressler (fundador de la unidad de ciencias del comportamiento del FBI), cuando este le preguntó sobre su infancia en una entrevista realizada en la biblioteca de la prisión. Y es que, para él fue una etapa que prefería olvidar.

Sin embargo, lo cierto es que no vivió una niñez copada de abusos ni tampoco fue despreciado por sus familiares. Por el contrario, y desde que vino al mundo el 21 de mayo de 1960 en Wisconsin (EE.UU.), fue un chico querido por su familia y amado especialmente por sus padres.

«Lo cierto es que tuvo una infancia feliz. Su padre Lionel y su madre Joyce le dieron cariño desde pequeño, algo que no sucede habitualmente con la mayoría de asesinos en serie. Habitualmente éstos no reciben cariño, lo que les marca desde la infancia. Por eso su caso es totalmente extraño, porque se convirtió en un asesino cuando, hasta bien entrada la adolescencia, no tuvo ningún problema familiar», explica -en declaraciones a ABC- Chris Campos, periodista especializado en sucesos, redactor de «El Caso» y fundador (junto a Juan Ignacio Blanco y Francisco Murcia) de la web « Criminalia» (la mayor enciclopedia de casos criminales de habla hispana que se puede encontrar en línea).

¿El nacimiento del asesino?

Como explica Gregorio Doval en «Los grandes asesinos de la historia», Dahmer empezó a coquetear con la muerte a los 10 años, cuando comenzó a torturar a los pequeños animales que cazaba en un bosque que se encontraba cerca de su casa. Al parecer, adoraba reunir y limpiar sus huesos. Todo ello hizo que, con el paso de los años, sus amigos le empezasen a considerar «raro» y extravagante. Campos, por su parte, afirma que «coleccionaba seres muertos que encontraba tirados en la carretera», algo que, según determina, sí es un rasgo que suelen tener la mayoría de asesinos en serie durante su infancia.

Este comportamiento se agudizó durante su adolescencia. «Cuando cumplió unos años más, se armaba de una bolsa de basura y recorría las carreteras de campo de Ohio en busca de cuerpos de animales muertos. Una vez que se hacía con ellos, llevaba a los animales al patio de su casa y se dedicaba a diseccionarlos», completa el fundador de «Criminalia». Como bien explicó el propio Dahmer en la entrevista ya mencionada, corroboró que adoraba estas prácticas en la escuela cuando -a los «quince o dieciséis años»- les hicieron abrir en canal a un lechón en una clase de biología. Aquella fue su particular revelación. El momento en el que descubrió que adoraba la muerte.

También fue en esta época en la que vivió uno de los episodios más famosos de su vida: aquel en el que, presuntamente, recogió el cadáver de un perro para quitarle la carne y reconstruir su esqueleto. Él mismo hablaba del suceso en la entrevista que mantuvo con Ressler: «Pues… uno fue un perro grande que encontré en la carretera. Iba a separar la carne, blanquear los huesos, reconstruirlos y venderlo. Pero no llegué a hacerlo. No sé cómo empecé a meterme en esto; es una afición un poco rara. […] Encontré al perro y lo rajé para ver cómo era por dentro. Después se me ocurrió que sería divertido clavar la cabeza en una estaca y dejarla en el bosque. Llevé a uno de mis amigos y le dije que me lo había encontrado entre los árboles. También le tomé una fotografía».

Si su primera gran revelación de la vida fue descubrir su amor por el desmembramiento de pequeños animales, la segunda fue saber que se sentía atraído sexualmente por los hombres. «Por entonces la homosexualidad era mal vista en EE.UU. Por eso intentó reprimir sus impulsos», determina Campos. Además, esta faceta de su vida terminó mezclándose extrañamente con su obsesión por matar. «Empezó a tener fantasías en las que mantenía relaciones sexuales con hombres a los que posteriormente asesinaba y descuartizaba. En el instituto, estas fantasías le tenían traumatizado y, para olvidarlas, empezó a beber. Muy de mañana se pasaba por la casa de un amigo y se tomaba un vaso de licor. Luego iba a clase», completa uno de los fundadores de « Criminalia».

Entre muerte y disecciones andaba el adolescente Dahmer cuando sucedió otro hecho que pudo marcar su vida: la separación de sus padres. Fuera por la causa que fuese, este terrible cóctel le acabó convirtiendo en un alcohólico y un gran aficionado a las drogas. Dos características que tiraron su futuro por la borda y le acabaron convirtiendo en un marginado social. Él mismo haría referencia a ello en la entrevista con el FBI: «[Un día] Había ido a visitar a un amigo y volvía de noche a casa; vi que se me acercaban tres chicos del instituto, estudiantes de último año. Uno de ellos sacó una porra y me golpeó en la nuca. Así, sin motivo. Eché a correr».

Su primer asesinato

Cuando sumaba 18 veranos de vida, nuestro protagonista cometió su primer asesinato. El terrible acto lo perpetró varias semanas después de su graduación. El día del triste suceso estaba solo en casa porque, como señala Campos a este diario, sus padres le habían abandonado. Por ello, decidió salir a beber en su coche. En el trayecto se encontró con Steven Hicks, un joven de su edad que hacia «autostop»... y decidió recogerle. Los sucesos siguientes pueden ser fácilmente imaginados: se lo llevó a su casa y acabó con su vida. Sin embargo, aquello no fue lo peor.

Así explicó lo que sucedió en la entrevista con Ressler (una charla que puede encontrarse en la página de «Criminalia»):

Ressler: Tenías unos dieciocho años cuando cometiste el primer asesinato, ¿no es cierto?

Dahmer: Antes llevaba un par de años teniendo la fantasía de encontrar a un hombre guapo haciendo dedo y (pausa dramática)… gozar sexualmente de él (…) Ocurrió por casualidad una semana que no había nadie en casa. Mi madre estaba fuera con David, en un motel a unos ocho kilómetros; yo tenía el coche, eran más de las cinco de la mañana y regresaba a casa después de haber bebido.

No buscaba a nadie, pero a un kilómetro de casa, lo vi. Hacía dedo. No llevaba camisa y era guapo. Me sentí atraído por él. Pasé por delante de él, frené y pensé: «¿Qué hago? ¿Lo hago subir o no?» Le pregunté si quería fumar un porro y él respondió: «¡Estupendo!» Fuimos a mi habitación, bebimos unas cervezas y en el rato que pasamos juntos vi que no era gay.

No sabía cómo retenerlo, más que agarrando la barra de las pesas y golpeándolo en la cabeza. Luego lo estrangulé con la misma barra (…) Estaba muy asustado por lo que había hecho. Anduve un rato de un lado para otro por la casa. Al final me masturbé (…) Más tarde bajé el cadáver al sótano. Me quedo allí, pero no puedo dormir, vuelvo a subir a la casa. Al día siguiente tengo que pensar en una manera de deshacerme de las pruebas. Compro un cuchillo de caza. Por la noche vuelvo a bajar, le abro el vientre y me masturbo otra vez.

Ressler: ¿Te excitó sólo el físico?

Dahmer: Los órganos internos.

Ressler: ¿Los órganos internos? ¿La acción de destriparlo?

Dahmer: Sí, luego le corto un brazo. Luego todo el cuerpo en pedazos. Meto cada trozo en una bolsa y después todo en tres bolsas grandes de plástico para la basura. Pongo las bolsas en la parte trasera del coche y me voy a tirar los restos a un barranco, a quince kilómetros. Son las tres de la madrugada. Voy por una carretera secundaria desierta y, a mitad de camino, me para un policía, por ir demasiado a la izquierda. El agente pide refuerzos. Son dos. Me hacen la prueba de alcoholemia. La paso. Iluminan el asiento trasero con la linterna, ven las bolsas y me preguntan qué es. Les digo que basura, porque cerca de mi casa no hay ningún vertedero. Me creen a pesar del olor.

Me ponen una multa por circular demasiado a la izquierda… y vuelvo a casa (…) (Las bolsas) las volví a dejar en el sótano. Agarré la cabeza, la lavé, la puse en el suelo del cuarto de baño, me masturbé; luego volví a meter la cabeza con el resto de las bolsas, abajo. A la mañana siguiente… metí las bolsas en una tubería de desagüe enterrada que medía unos tres metros. Aplasté la entrada de la tubería hasta cerrarla y las dejé unos dos años y medio dentro.

Los años tranquilos

Aquel día la policía pudo haber acabado con este asesino de un solo golpe, pero la confianza de los agentes condenó a más de una docena de personas. Unos años después, Dahmer daría buena cuenta de los restos abriendo la tubería, rompiendo los huesos en trocitos, y esparciéndolos por la maleza. Según dijo antes de morir, cometió aquel crimen porque quería tener un dominio absoluto sobre su víctima y buscaba desesperadamente hallar a alguien que fuese homosexual y que no se alejase de su lado. «Nunca conocí a nadie que fuera gay, por lo menos que yo supiera; sexualmente era muy frustrante», señaló.

A partir de ese momento, nuestro protagonista trató desesperadamente de reprimir sus tendencias asesinas y enderezar su vida. Una decisión que tomó aupado por su padre. Este, de hecho, logró convencerle de que fuera a la Universidad. Sin embargo, fue expulsado por su obsesión por el alcohol y las drogas. Posteriormente, también se alistó en el ejército y estuvo destinado un año en Alemania. No obstante, fue dado de baja del servicio por su alcoholismo. Al final, su progenitor -desesperado- le envió a Milwaukee para que viviera con su abuela. ¿El objetivo? Que esta le recondujera por el buen camino. Lo cierto es que la anciana casi lo consiguió.

Y es que, durante los siguientes meses dejó de beber, evitó las drogas, y reprimió sus tendencias asesinas. Además, y en vista de la mentalidad que existía en EE.UU. en relación a la homosexualidad, también desterró de su mente las ideas de mantener una relación con otro hombre en creencia de que era algo horrible. Para él, desgraciadamente, todo aquello formaba una gigantesca parte conjunta de su personalidad. «Entendía que los asesinatos estaban directamente relacionados con la homosexualidad, que una cosa tenía que dar lugar a la otra», completa el periodista especializado en sucesos a ABC.

Todo cambió de forma repentina cuando llevaba tres años viviendo en casa de su abuela. «Un día, en una biblioteca, le entregaron una nota. En ella, un joven le ofrecía favores sexuales. Aunque le rechazó, posteriormente Dahmer afirmó que aquel mensaje marcó un punto de inflexión en su vida. Hizo que sus deseos sexuales se reavivaran y, con ellos, las ansias de asesinar», determina Campos. Así fue como volvió a las andadas. «Días después, robó un maniquí de una tienda, lo guardó en el armario de su habitación y se dedicó a masturbarse encima de él. Su abuela llegó a encontrarlo y a decirle que lo tirara. Fue algo enfermizo», añade uno de los fundadores de « Criminalia».

El segundo asesinato

Además de ello, y tal y como señala Doval en su obra, volvió a beber, fue detenido por exhibicionismo público en 1986, y trató de desenterrar a un joven recién fallecido para disfrutar sexualmente de su cuerpo. Un hecho que narró posteriormente al FBI: «Leí la esquela de un joven de dieciocho años y me presenté en el tanatorio. Vi el cadáver y era un hombre muy atractivo. Cuando lo hubieron enterrado, agarré una pala y una carretilla con la intención de llevarme el cadáver a casa. Alrededor de medianoche me dirigí al cementerio, pero el suelo estaba helado y tuve que abandonar mi propósito».

Todo ello, acompañado de múltiples salidas a diferentes bares en los que buscaba por igual relaciones sexuales y víctimas. Así fue como, en septiembre de 1987, halló a Steven Tuomi. Un hombre al que asesinó, violó tras matarle y cuyo cráneo hirvió y blanqueó para quedárselo como recuerdo.

Esta fue la explicación que dio sobre este suceso:

Ressler: ¿Descubriste que en los bares era fácil conseguir que alguien se fuera contigo?

Dahmer: Exacto. Era un muchacho muy guapo. Le invité a la habitación del hotel. Estuvimos bebiendo. Yo tomaba Coca Cola con ron de alta graduación. Le hice beber a él también y se quedó dormido. Yo seguí bebiendo y debí de quedarme en blanco, porque no recuerdo nada de lo que ocurrió hasta que me desperté por la mañana. Él estaba tumbado de espaldas, con la cabeza colgando del borde de la cama; yo tenía los antebrazos llenos de contusiones y él algunas costillas rotas y otras lesiones. Al parecer, lo había golpeado hasta matarlo (…) No recuerdo haberlo hecho y no tenía ninguna intención de hacerlo (…) Estaba horrorizado. Pero tenía que hacer algo con el cadáver.

Lo encerré en el armario, me fui al centro comercial y compré una valija grande con ruedas. Lo metí dentro. Reservé la habitación para otra noche. Me quedé ahí sentado, aterrorizado. La noche siguiente, a la una de la madrugada, abandoné el hotel, pedí al taxista que me ayudara a meter la valija en el portaequipajes, y me dirigí a casa de mi abuela. Escondí la valija en el sótano y lo dejé allí aproximadamente una semana.

Ressler: ¿Y no despedía ningún olor?

Dahmer: No, porque hacía frío. Era la Fiesta de Acción de Gracias y no podía hacer nada porque iban a venir unos familiares de visita.

Ressler: ¿Por qué no dejaste el cadáver en la habitación?

Dahmer: Porque estaba a mi nombre.

Ressler: Sigamos. Tienes el cadáver escondido allí abajo una semana…

Dahmer: Mi abuela sale un par de horas para ir a la iglesia, y yo bajo a buscarlo. Agarro un cuchillo, le rajo el estómago, me masturbo, luego separo la carne y la meto en bolsas, cubro el esqueleto con una colcha y lo hago pedazos con una maza. Lo envuelvo todo y el lunes por la mañana lo echo a la basura. Excepto el cráneo. El cráneo me lo guardé (una semana). Lo metí en lejía concentrada para blanquearlo. Quedó limpio, pero demasiado frágil y lo tiré.

Comienzan las muertes

A partir de ese momento, Dahmer comprendió que era sencillo cometer un asesinato sin ser atrapado. Y comenzó su carrusel de muertes. Su siguiente víctima fue un chico de catorce años que se le insinuó varias veces. Algo que sucedió también con el cuarto joven (también homosexual) al que conoció en 1988. «Tenia un gusto muy concreto para los hombres,. Le gustaban altos, musculosos y delgados. No le importaban que fueran de cualquier raza. Entre sus 17 víctimas totales podemos encontrar indios, negros, blancos.... Si le parecían atractivos intentaba ligárselos y, posteriormente, matarles», añade Campos.

Unos meses después, más concretamente el 30 de enero de 1989, tuvo al fin su primer encontronazo serio con la justicia cuando fue acusado de abusar de un chico laosiano de poco más de 13 años. Sin embargo, los 300 días que el Estado le envió a la cárcel no fueron suficientes para detenerle. De hecho, tras salir de prisión alquiló un piso para vivir solo. La vivienda estaba cerca de su «coto de caza» favorito para hallar víctimas: los clubs nocturnos de Milwaukee. En esta época fue cuando llevó a cabo el máximo número de asesinatos.

El caníbal que derretía a sus víctimas

En palabras de Campos, aunque pudiera parecer que Dahmer mataba de forma aleatoria, realmente seleccionaba a sus víctimas de una forma concreta y atendiendo siempre a un mismo parámetro. Tenía, en definitiva, un «modus operandi» muy determinado. «Elegía a sus víctimas porque nadie las iba a echar de menos o prque llevaban un estilo de vida alocado. Las invitaba a su casa, a ver pornografía o a que se sacaran unas fotos. Una vez allí las drogaba, los estrangulaba y después tenía sexo con el cadáver. Solía masturbarse encima del cuerpo. Después tomaba fotos de las víctimas y, posteriormente, las descuartizaba», señala el periodista especializado en sucesos.

Cuando terminaba su macabro ritual se encargaba de eliminar las pruebas. Para ello había comprado un gran bidón de 215 litros en el que había introducido ácido para deshacer la sangre y los huesos de sus víctimas. Todos los del cuerpo, menos la cabeza, una parte que siempre solía quedarse (al igual que la sangre, la cual se bebía) como trofeo. Como si fuera una macabra sopa, los restos se quedaban en la cuba hasta que se disolvían y se transformaban en un repugnante lodo que Dahmer arrojaba por el retrete o la bañera.

Según avanzaron los meses, este asesino también se «animó» a empezar a comerse los restos de sus víctimas. Entre los mismos, sus cerebros. «El canibalismo lo desarrolló en la última parte de su vida en libertad. Se empezó a comer los restos de las víctimas porque decía que quería que esas personas formasen parte para siempre de sí mismo. Finalmente explicó que le asustaba estar solo y que mataba a esos hombres porque no quería que se alejasen de él. Todo ello, incluso después de que matarles», añade el periodista.

La conversación que mantuvo con Ressler sobre esta parte de su vida no tiene desperdicio:

Ressler: ¿Arrojaste [muchos cadáveres] por el inodoro? ¿No se atascaba?

Dahmer: No, jamás se me atascó.

Ressler: ¿Cómo ocurrió que empezaras a comer cadáveres?

Dahmer: Mientras desmembraba (a uno de ellos). Guardé el corazón. Y los bíceps. Los corté en pedazos pequeños, los lavé, los metí en bolsas de plástico herméticas y las guardé en el congelador; buscaba algo más, algo nuevo para satisfacerme. Después los cociné y me masturbé mirando la foto.

Ressler: ¿Y por qué barnizar los cráneos?

Dahmer:Para darles un aspecto más uniforme. Después de unas semanas, algunos no estaban tan blancos como los otros y tenían un aspecto artificial, como fabricados para un anuncio.

El amante no muerto

Deseoso de que aquellos hombres que pasaban la noche con él se quedasen siempre a su lado, Dahmer tuvo en los siguientes años la idea de crear el amante perfecto experimentando con el ocultismo. Concretamente, su objetivo era crear un novio «muerto viviente» silencioso, que jamás se quejase y que hiciera todo lo que él quisiera.

Para dar forma a este «zombi», perforaba con un taladro la cabeza de sus víctimas y, por el hueco resultante, les introducía agua hirviendo o ácido (siempre atendiendo a las fuentes). Para su desgracia, sus víctimas no solían sobrevivir más de un día después de aquella operación.

«Dahmer comenzó a realizar estas operaciones durante sus últimos crímenes. Y no solo eso, sino que también coqueteó con las ciencias ocultas. Dijo que quería construir un templo formado por una mesa acompañada de varias calaveras y esqueletos. Su objetivo era lograr el éxito en el amor y en la economía», añade Campos.

Así refirió esta etapa de su vida al FBI:

Ressler: Tuviste algo con las ciencias ocultas. ¿Era un intento de conseguir más poder?

Dahmer: Sí, pero no fue nada serio. Hice algunos dibujos. Iba a librerías especializadas en ciencias ocultas y compraba material, pero nunca hice ningún ritual con las víctimas. Probablemente lo habría hecho seis meses más tarde, si no me hubieran detenido.

Ressler: ¿Qué había detrás del hecho de que conservaras los esqueletos, los cráneos, el pelo, las partes del cuerpo?

Dahmer: Conservar los cráneos era una manera de sentir que había sido un desperdicio total matarlos. Los esqueletos iba a utilizarlos para el Templo, pero ésta no fue la motivación para matarlos; se me ocurrió después.

Ressler: Con el primer muchacho, al que intentaste convertir en zombie, no te salió bien. ¿Volviste a intentarlo?

Dahmer: Lo intenté otra vez, doblé la dosis y el resultado fue fatal. Esta vez no hubo estrangulamiento. Luego intenté inyectar agua hirviendo. Más tarde se despertó. Estaba muy aturdido. Le di más píldoras y volvió a dormirse. Esto fue la noche siguiente. De día lo dejaba allí.

Ressler: ¿Hasta dónde perforaste el cráneo con el taladro?

Dahmer: Sólo hasta el hueso. Lo inyecté. Estaba dormido y salí a tomar una cerveza rápida al bar de enfrente antes de que cerrasen. Cuando volvía, le vi sentado en la acera y alguien había llamado a la policía. Tuve que pensar deprisa: les dije que era un amigo mío que se había emborrachado y me creyeron. En mitad de un callejón oscuro, a las dos de la madrugada, con la policía a un lado y los bomberos al otro. No podía ir a ninguna parte. Me pidieron el carnet de identidad y se los enseñé. Trataron de hablar con él y les respondió en su lengua. No había rastros de sangre; le examinaron y se creyeron que estaba completamente borracho. Me dijeron que me lo llevara adentro; él no quería entrar, pero entre dos agentes lo subieron al apartamento.

Cazado y asesinado

Su carrusel de crímenes continuó hasta finales de julio de 1991. Fue entonces cuando su última víctima (Tracy Edwards) logró escapar de la casa de Dahmer y avisó a las autoridades. Al final, los agentes decidieron investigar el suceso, y registraron el apartamento del norteamericano. Allí, encotnraron los restos de multitud de personas, las fotos que este asesino se había hecho con las víctimas, y hasta una cabeza cortada en el congelador. Todo ello, acompañado de cadáveres a medio desmembrar. Al final fue detenido el día 22.

«El jurado consideró que estaba en su sano juicio y fue condenado a más de 900 años de cárcel (5 cadenas perpetuas). Los años de prisión varían atendiendo a la fuente a la que se acuda. Fue enviado al Columbia Correctional Institution, en Portage. Finalmente, falleció a causa de una paliza en la cárcel propinada por Christopher Scarver, un esquizofrénico de raza negra. Una paliza que tuvo lugar el 28 de noviembre de 1994», finaliza uno de los fundadores de «Criminalia».

Ressler acabó diciendo lo siguiente de él:

«En mi opinion, Dahmer no respondía ni al perfil clásico de criminal organizado, ni al del desorganizado, mientras que un asesino organizado sería legalmente cuerdo, y un asesino desorganizado sería para la la ley claramente demente, Dahmer era ambas cosas, y ninguna de las dos. Era una especie de criminal mixto, por lo que cabía la posibilidad de que un tribunal considerase que no estaba en su sano juicio cuando cometió uno de sus últimos asesinatos».

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