La gesta del catalán Prim y sus soldados españoles frente a miles de marroquíes

En la batalla de los Castillejos, tanto el general como sus hombres, llevaron a cabo una de las hazañas bélicas más memorables de la historia hispana

El general Prim junto a un voluntario catalán durante la Guerra de África Augusto Ferrer Dalmau

RODRIGO ALONSO

«En el Valle de los Castillejos eran espantosas las huellas de la gran batalla de 1º de enero. Armas rotas, harapos, infinidad de cajones vacíos, que habían tenido municiones; caballos muertos, árboles tronchados, por el cañón, mil y mil indicios materiales, hablaban aún de aquel largo día de sangrienta lucha y funeral estrago...».

Estas son las palabras (recogidas en « Diario de un testigo de la Guerra de África ») de Pedro Antonio de Alarcón -periodista y combatiente desplegado durante la contienda- con respecto a la victoria hispana en la batalla de los Castillejos (1 de enero de 1860). Pugna en la que los hombres del el general Prim derrotaron a un importante contingente marroquí en confrontación desigual pudiendo, de este modo, proseguir su camino en dirección a la ciudad de Tetuán durante la Guerra de Marruecos (1859-1860)

Este fue uno de esos conflictos llevandos a cabo dentro de la la política exterior de prestigio, desarrollada durante el «gobierno largo» de la Unión Liberal (1858-1863), con la que se pretendía rehabilitar el papel de España a nivel internacional -como explican los insignes historiadores Ángel Bahamonde y Jesús A. Martínez en « Historia de España: Siglo XIX ». La breve empresa norteafricana fue la que provocó más réditos al gobierno del general O´Donnell (Presidente del Consejo de Ministros) y la que mayor impacto causó a nivel público. La justificación para la misma radicó en los constantes ataques perpetrados por rifeños en las posesiones españolas en la zona (Ceuta, Melilla, Vélez de la Gomera, Alhucemas y las islas Chafarinas).

Aunque -según explican Bahamonde y Martínez- se realizaron intentonas de solucionar el contencioso por la vía diplomática mediante la firma de convenios (Tánger, 1844; Larrache, 1845; Tetuán, 1859) estas no surtieron efecto alguno. Fue así como, el 22 de octubre de 1859 , España declaró definitivamente la guerra a Marruecos y el mismísimo O´Donnell tomó el mando del ejército enviado desde la Península.

Españoles contra rifeños

La razón por la que el gobierno de O´Donnell y la Unión Liberal no realizaron un ataque directo sobre la ciudad de Tánger radicaba -según las palabras recogidas en « La Burguesía Revolucionaria (1808-1874) » de Miguel Artola- en la carencia de una escuadra capaz de garantizar un desembarco directo de tropas en el enclave norteafricano. En lugar de ello, los soldados desplegados tuvieron que partir a pie desde Ceuta y marchar por la costa exponiéndose a las acometidas del enemigo . Con la intención de proteger de los posibles ataques a las tropas terrestres, estas fueron acompañadas por una pequeña flota.

La noche anterior a la batalla, el contingente español se encontraba acampada celebrando la Nochevieja. Como explica Salvador Acaso Deltell en su obra « Una Guerra Olvidada: Marruecos 1859-1860 », con la finalidad de levantar la moral de los combatientes, se procedió al reparto de alimentos típicos de estas fechas, como polvorones, castañas y aguardiente. Además, parece ser que pudieron disfrutar de unos puros cortesía de la reina Isabel II.

El día 1 de enero se tocó diana antes del amanecer con el objetivo de reemprender la marcha lo antes posible. Fue en torno a las ocho de la mañana de aquel día cuando las tropas españolas (compuestas por la División de Reserva acompañada por dos Escuadrones de Húsares y dos baterías de montaña) llegaron al lugar donde se libraría la pugna. Según afirma Antonio L. Martín Gómez en «La Batalla de Los Castillejos: Guerra de África, 1859-1860», Prim recibió órdenes de asegurar el valle . También debía tender un puente sobre la desembocadura de un barranco que daba al mar con el objetivo de que las piezas de artillería pudiesen proseguir su camino. El mismísimo Jefe de Gobierno, el general en jefe O´Donnell , acompañaba al ejército en la retaguardia.

Parece ser -según explica Carrasco González en « El Reino Olvidado: Cinco Siglos de Historia de España en África »- que Prim, que se hallaba en la vanguardia de la marcha, ya a su llegada a las cercanías del cerro de los Castillejos pudo divisar a unos 1.000 rifeños (parte de los combatientes dirigidos por el hermano del Sultán, Muley el Abbas) aguardando al contingente español. Se daba inicio de esta forma a la batalla .

Con el enemigo a la vista, la flota que secundaba a las tropas terrestres (al mando del capitán Lobo y compuesta por el vapor «Piles», la goleta «Ceres», el falucho «Veloz» y varios cañoneros) se dispuso a limpiar la zona de enemigos mediante el empleo de su artillería . Tras esto los batallones del Príncipe y Vergara consiguieron hacerse con facilidad con el primer cerro.

Ante la gran cantidad de norteafricanos que se encontraban defendiendo el valle, Prim tuvo que hacer su entrada en escena. Gracias a los cañones y la infantería, el general catalán tomó el importante enclave del Morabito -ubicado sobre una colina- y los bosques circundantes. Fue entonces cuando varios infantes de marina (con el capitán de fragata Lobo a la cabeza) desembarcaron en una playa cercana con el fin de apoyar a sus compañeros atacando al contingente rifeño por el flanco.

Mil y mil indicios materiales, hablaban aún de aquel largo día de sangrienta lucha y funeral estrago

Pedro Antonio de Alarcón

La sangre del húsar

Parece ser que los jinetes rifeños no hicieron demasiado por entrar en combate contra los dos regimientos de húsares (200 efectivos) que esperaban estoicamente la acometida. Como señala Martín Gómez, en el momento en que los caballeros comenzaron a movilizarse con el objetivo de contrarrestar la ofensiva estos partieron con sospechosa rapidez. Los españoles no se preguntaron la razón de tan extraño comportamiento y se decidieron a perseguirles .

Encontrándose en un estrecho desfiladero, los húsares y sus desbocadas monturas -ante la vista del campamento del mismísimo Muley el Abbas- cayeron en una zanja cavada a propósito por el enemigo. Estando muchos de ellos aprisionados bajo sus propios caballos, comenzaron a ser pasto de los norteafricanos , los cuales se amontonaban con el fin de acabar con todas las vidas que les fuese posible. Explica Acaso Deltell que el capitán de húsares Salvadores -a pesar de tener encima el cadáver de su caballo- sacó su revólver y se dispuso a llevarse por delante a cuantos enemigos pudo antes de que estos le diesen muerte degollándolo.

A pesar de esto, algunos de los jinetes lograron salvar la zanja y llegar al campamento. En el mar de lonas del campo rifeño el intrépido cabo Pedro Mur logró arrebatarle el estandarte a un enemigo tras atravesarle pecho con su sable. Por esta acción el caballero español sería condecorado a posteriori con la Cruz de San Fernando.

Los húsares que habían asaltado el campamento (cubiertos de « sangre y polvo » como afirma Martín Gómez), se vieron en la necesidad de partir con el fin de auxiliar a la infantería, que se batía el cobre en desigualdad numérica en el valle de los Castillejos. Explica Deltell que, a pesar de los arrestos de los soldados marroquíes , las tropas de Prim contrarrestaban todas sus acometidas con fuego y bayoneta .

El catalán y la bandera

La infantería española también podía ver el campamento moro desde el cerro en el que se encontraba frenando al enemigo . Sin embargo, la toma del mismo hubiese supuesto una pérdida de tiempo en el camino hacia Tetuán. A este respecto Alarcón escribió: «La posición de dicho campo era más fuerte de lo que a primera vista parecía, enclavado como estaba en el fondo de cuatro apiñados montes, cuya toma nos habría costado larga y sangrienta lucha y distraer nuestras fuerzas de su verdadera dirección».

El capitán Salvadores sacó su revólver y se dispuso a llevarse por delante a cuantos moros pudo

«¡Soldados! Vosotros podéis abandonar esas mochilas, que son vuestras; pero no podéis abandonar esta bandera que es de la Patria . Yo voy a meterme con ella en las filas enemigas... ¿Permitiréis que caiga en manos de los moros? ¿Dejaréis morir solo a vuestro General?».

En una crónica publicada en «La Iberia» se refirieron de esta manera a la arenga del oficial:

« ¿Cómo vive todavía el general Prim? ... eso mismo me pregunto yo, sin que sepa cómo explicarme el hecho de haber salido el conde de Reus ileso de aquel diluvio de balas, de aquel choque tremendo de sables y gumías yendo como iba a caballo y llevando desplegada una bandera, circunstancias que debían atraer sobre él la atención de los enemigos. Hay ocasiones en que debe creerse en los milagros y esta es una ».

No podéis abandonar esta bandera que es de la Patria

General Prim

Los marroquíes ya no podían soportar más el envite a pesar de que el combate prosiguió durante toda la tarde. Al anochecer el enemigo comenzaron a replegarse. El escenario posterior a la batalla debía ser desalentador según lo recogido en «Diario de un testigo de la Guerra de África». Combatientes y caballo muertos por doquier, heridos agonizantes y restos de proyectiles: un auténtico camposanto ».

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