Diego García de Paredes, el gigante extremeño que usó el «Gran Capitán» para atemorizar a los franceses

El conocido como el «Sansón de Extremadura» era célebre por su habilidad con las armas y su extraordinaria fuerza física. En tiempos de Carlos V, gran admirador del legendario guerrero, fue nombrado Caballero de la Espuela Dorada

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Todos los imperios necesitan héroes propios, y España no fue una excepción. Cuando la unión de los reinos hispánicos dio origen al imperio militar que disputó la hegemonía de Europa en los siglos XVI y XVII, los españoles se percataron de que los personajes clásicos, sobre todo griegos y romanos, ya no servían para hablar de la heroicidad y el sacrificio. Se necesitaban urgentemente héroes nacionales. Fue así como a finales del siglo XV se impuso en el imaginario colectivo una generación de personajes heroicos a medio camino entre la historia y la leyenda. Una muestra de esta hornada de héroes modernos es Diego García de Paredes, «el Sansón extremeño», así como el hombre al que siguió con devoción en sus campañas, Gonzalo Fernández de Córdoba, el «Gran Capitán».

Diego García de Paredes nació en Trujillo en torno al año 1468. Y poco se sabe de su infancia y juventud más allá de que aprendió a escribir y leer, pese a que ya entonces se inclinaba claramente por el oficio de las armas. Los historiadores no se ponen de acuerdo en sí participó o no en la Guerra de Granada, que terminó con la rendición final de 1492. Pero de lo que no cabe duda es que en 1496, tras el fallecimiento en Trujillo de su madre, Diego García de Paredes ya se encontraba en Italia buscando fortuna como soldado. En ese momento, Gonzalo Fernández de Córdoba combatía en Nápoles contra las ambiciones francesas de anexionarse este reino, tradicionalmente bajo la esfera de Aragón. Sin embargo, la actividad militar estaba parada a la llegada de García de Paredes, quien decidió desplazarse a Roma para ofrecerse como guardia del Papa Alejandro VI, de origen español.

Según relata Antonio Rodríguez Villa en «Crónicas del Gran Capitán», el Papa accedió a contratar al extremeño tras presenciar por casualidad como Diego García de Paredes se impuso en una disputa callejera contra un grupo de más de veinte italianos. Armado solamente con una barra de hierro, el soldado español destrozó a todos sus rivales, que habían echado mano de las espadas, «matando cinco, hiriendo a diez, y dejando a los demás bien maltratados y fuera de combate». Alejandro VI, asombrado por la fuerza del extremeño, le nombró miembro de su escolta.

Nace la leyenda hercúlea en Cefalonia

Bien puede tratarse de una exageración de lo que realmente ocurrió, como la mayoría de sus hazañas, pero lo cierto es que Diego García de Paredes adquirió rápidamente gran fama como espadachín en Italia. Tras matar durante un duelo a un capitán italiano de la confianza de los Borgia, el extremeño pasó a los servicios del Duque de Urbino, una de las familias rivales del Pontífice. No en vano, su tiempo como soldado a sueldo quedó aparcado cuando el «Gran Capitán» reclamó hombres para recuperar Cefalonia, una ciudad de Grecia que había sido arrebatada por los turcos a la República de Venecia. Durante el interminable asedio a esta localidad, los turcos usaron un garfio para elevar a Diego García al interior de su muralla. Una práctica muy habitual en los asedios de la época, que era posible gracias a una máquina provista de garfios que los españoles llamaban «lobos», con los cuales aferraban a los soldados por la armadura y los lanzaban contra la muralla.

El «gigante extremeño» consiguió zafarse de las ataduras en lo alto de la fortificación y resistió el ataque de los otomanos durante tres días, donde a cada instante «parecía que le aumentaba las fuerzas con la dificultad». Una vez reducido, los turcos respetaron la vida del extremeño con la intención de usarlo para el intercambio de prisioneros. No en vano, el soldado español escapó por su propio pie y se unió al combate, poco antes de la rendición turca. Fue aquella gesta el origen de su leyenda y cuando comenzó a ser conocido como, entre otros apodos, «el Sansón de Extremadura», «el gigante de fuerzas bíblicas» y «El Hércules de España».

Ya convertido en un mito andante, Diego García se reincorporó a los ejércitos del Papa a principios de 1501. César Borgia tenía puestos los ojos en la Romaña y permitió que las ofensas pasadas quedaran olvidadas. El hijo de Alejandro VI le nombró coronel en el ejército que participó en las tomas de Rímini, Fosara y Faenza. Pero tampoco duró mucho esta nueva asociación con los Borgia, puesto que ese mismo año acudió a la llamada del « Gran Capitán» para luchar en Nápoles.

Se presumía, por las tropas y recursos invertidos, que quien venciera en esta ocasión se haría definitivamente con el reino italiano. El «Gran Capitán» se valió de la fama ganada por «el Sansón de Extremadura» para combatir a los franceses, quienes le «temían por hazañas y grandes cosas que hacía y acometía». Y de nuevo, es difícil estimar cuánto hay de realidad y cuánto de ficción en los episodios bélicos que supuestamente protagonizó García de Paredes. Así, aunque está confirmada su participación en las batallas de Ceriñola y de Garellano en 1503, más cuestionable es el relato sobre una escaramuza previa a esta segunda batalla donde el extremeño, contrariado con una decisión táctica del Fernández González de Córdoba, se dirigió en solitario hacia las tropas francesas y causó cerca de 500 muertos. «Túvose por género de milagro, que siendo tantos los golpes que dieron en Diego García de Paredes los enemigos... saliese sin lesión», explica una de las crónicas.

De pirata a Caballero de la Espuela Dorada

Tras el final de la guerra en Italia en 1504, Nápoles pasó a la Corona de España y el «Gran Capitán» gobernó el reino napolitano como virrey con amplios poderes. Como agradecimiento a sus servicios, Gonzalo Fernández de Córdoba nombró a Diego García de Paredes marqués de Colonnetta (Italia). Sin embargo, cuando el «Gran Capitán» cayó en desgracia, la defensa que hizo «el Sansón de Extremadura» de su antiguo general le costó la pérdida del marquesado de Colonnetta y forzó un exilio voluntario de la corte. Durante años, el soldado extremeño se dedicó a la piratería en el Mediterráneo, teniendo como presas favoritas a los barcos berberiscos y franceses.

En 1509, Diego García de Paredes recuperó el favor real y se unió a la campaña española para conquistar el norte de África. Durante estos años Paredes participó en el asedio de Orán, fue maestre de campo de la infantería española que el emperador de Alemania usó para atacar a la República de Venecia, y sirvió como coronel de la Liga Santa al servicio del Papa Julio II en la batalla de Rávena, entre un sinfín de gestas militares.

Con la irrupción de Carlos V en España, gran admirador de su leyenda, el extremeño acompañó al emperador por Europa, quien le nombró Caballero de la Espuela Dorada, sirviendo a este en Alemania, Flandes, Austria y en todos los conflictos acontecidos en España, desde la Guerra de los Comuneros a la conquista de Navarra. En 1533, tras regresar con Carlos V de hacer frente a los turcos en el Danubio, Diego García de Paredes falleció por las heridas sufridas durante un accidente cuando jugaba con unos niños a tirar con la lanza unos palos en la pared. Lo que no habían conseguido quince batallas campales y diecisiete asedios, lo alcanzó un juego infantil: matar al gigante.

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