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La Curiosidad de Mauro BarreiroLa Curiosidad: alto tatuaje

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Como buenos noveleros gaditanos no tardamos ni 24 horas en visitar el nuevo restaurante que Mauro Barreiro, en el 10 de la calle Veedor. Fue hace ya tiempo, a primeros de diciembre. Luego hemos vuelto una vez más. En ambos casos, nos alegramos de ir. Mucho. Tanto como para volver, volver, volver (como la ranchera). La última experiencia en la antigua Curiosidad de Puerto Real había sido tan especial que acudimos con grandes expectativas a la nueva aventura. Y si de aquella puertorrealeña nos fuimos con ganas de regresar, no cabe decir menos de ésta en pleno Cadi-Cadi.

En realidad, no es tan nueva la historia. Conserva el nombre y la estructura del local que fuera el 10 de Veedor.

Lo primero que se encuentra el visitante es una larga barra y mesas altas dispuestas para el tapeo. Ese rollo moderno sí supone un cambio con respecto a la oferta anterior más allá de los puentes. Sin embargo, nosotros nos decantamos por la opción de restaurante, así que atravesamos el pasillo y ocupamos una mesa de la sala en la que destacan maderas y tonos oscuros.

La primera buena noticia de la noche fue comprobar que Mauro mantiene al mismo jefe de sala, un profesional atento y amable. En la primera visita, tan precoz, nos advirtió de que la reciente apertura dejaba la carta un poco capitidisminuida. Sin muchas dudas nos decantamos por el menú degustación de ocho platos que tiene un precio 40 euros por comensal, bebidas aparte. Ya que uno acude a la casa de uno de los cocineros con más talento de la zona, lo mejor es dejarse tatuar el paladar según criterio del chef. Para nosotros fue un acierto.

Menú degustación y fascinación

El menú comienza por una doble oferta de cornetos rellenos de queso de cabra, con salazones, encurtidos y tierra de olivas que se ven superados por unas regañás artesanas con manteca colorá y lascas de sal. Tras los aperitivos llega la tripleta de entrantes. El primero, un tartar de bonito marinado al estilo peruano con remolacha al que acompaña un granizado de mostaza verde, mayonesa de wasabi y huevas de pez dorado. La sensación de frescor impregna el plato aunque, por momentos, parece que el wasabi se hace demasiado fuerte en el conjunto. Eso sí, la textura del bonito es deliciosa.

El culmen del menú llega curiosamente con el segundo entrante y es que ese huevo escalfado a baja temperatura sobre guiso meloso de cerdo cocinado con oloroso, con emulsión de queso payoyo, tierra de aceite de oliva y crujiente de migas es una maravilla. El contraste de sabores al mezclar la yema del huevo que se desliza sobre el guiso de cerdo y se funde con el queso payoyo es magia. Si cabe el orgasmo oral, se produce en esta fusión a la que ayuda el contraste de texturas con la tierra y el crujiente. Imperdible. Mantener el nivel es complejo y no sería justo desmerecer al canelón de pularda con carbonara trufada de setas que lo sigue pero tras la explosión anterior este último entrante pierde la batalla.

Ahora, los platos principales. El primero es un bacalao sobre arroz meloso de anguila con guiso de chocos, alioli de cítricos y katsoubushi ¿Que no saben lo qué es lo último? Pues son finas láminas de bonito que con el calor del plato se mueven dando el efecto de estar vivos. Sería un plato efectista si no fuera porque está realmente delicioso gracias a la perfecta cocción del bacalao y a un arroz sabrosísimo que combina como si llevara toda la vida junto con el alioli de cítricos.

La parte salada la cierra una carrillera con aligot de queso San Simón y terrina de tocineta con espárragos verdes. La suave textura de la carrillera y la profundidad del queso hacen que este sea otro de los platos destacados del menú. Como dulce, llega un arroz con leche y chocolate blanco con frambuesa liofilizada y granizado, helado y compota de fresa. De nuevo el juego de contrastes entre texturas y la mezcla entre sabores dejan el listón muy alto e invitan a una nueva visita.

Presentaciones y vinos

Habrán podido comprobar que apenas hemos hablado de presentaciones pero es que resultan todas tan cuidadas y excelsas como el trabajo de un cirujano. Señalar alguna por encima de las demás resulta injusto. Tampoco hemos hablado de vino. En nuestro caso, acompañamos el menú de dos copas. En primer lugar, un suave Barbadillo Blanco de Blanco perfecto para comenzar la cena y abrir el paladar. Después llegaron, por un lado, un Tienus del Bierzo y por el otro un Cair de Ribera, más afrutado el leonés, más potente el segundo. Fueron escoltas perfectos para el tránsito por esa experiencia sensorial espectacular.

Una experiencia, un menú, que en otras ciudades y con otros cocineros doblaría su precio pero que aquí tenemos la fortuna de poder disfrutar en pleno centro de Cádiz. Una nueva oferta para paladares curiosos que al centro de la vieja ciudad le vendrá muy bien para completar el círculo en una de las áreas más débiles en cuanto oferta gastronómica.

Sin lugar a dudas, la curiosidad hay que saciarla y nada mejor que este restaurante de alta cocina en la que todos los detalles están cuidados y mimados. Fuertemente recomendable.

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