ruta por la capital

Cádiz: un puzzle cosmopolita

De los judíos a los genoveses, Cádiz consolidó su comercio mientras que las diferentes civilizaciones dejaban una honda huella hoy visible en su patrimonio

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El manual del supuesto perfecto 'gadita' reza que en «'Cadi' hay que 'morí'» y que, por mucho que se lo proponga no encontrará nada más bonito que la señorita trimilenaria. Por eso, hay gaditas de nota que defienden que de «Cortadura 'pa' fuera, 'to' es Alemania». Sin embargo, si hubiera que buscar al gadita perfecto del siglo XVIII su opinión sería distinta. Porque seguramente, ese gaditanísimo del pasado defendería que Cádiz es sólo punto de partida y llegada de una prolífica relación marítima con el mundo entero. También consideraría que, a mayor cosmopolitismo, mayor influencia cultural y más exotismo; mejor sería su ciudad. Por eso no solo permitió, sino que fomentó la llegada de comerciantes, artistas y marinos venidos de todas partes del mundo.

Y esa riqueza y pluralidad de culturas, gentes y forasteros venidos del mar le sentó muy bien a la cuna de la libertad. Tanto como para que muchas culturas dejaran su huella. En cualquier rasgo social de Cádiz se puede encontrar ese pasado: apellidos e incluso la actitud como pueblo tienen ya esa identidad cosmopolita, hasta para el que se crea el más gadita. Pero hay más. Las culturas que pasaron dejaron rastros, como migas de pan, que bien merecen ser descubiertos en una ruta por el patrimonio histórico de la capital.

Judíos

Existen muy pocas referencias a la presencia de los judíos en la ciudad, pero se tiene constancia de que tuvieron una comunidad mínima en el siglo XV, años antes de su expulsión en 1492. Y de ese pasado quedan leves rastros. Como relata Alberto Ramos en su blog, «Serafín Pró, en su callejero publicado en 1933, al describir la calle Jabonería, indica que tiene dos callejones sin salida a la izquierda, llamados llama Judería y de los Moros, y al hablar del callejón de la Judería, dice textualmente: 'por la vecindad de judíos en época remota'».

Más evidentes al ojo de hoy son los signos que conserva la ciudad, solo aptos a los ojos más avezados. Así, en la Casa del Almirante de la plaza de San Martín, Ramos apunta la existencia de un menorá (un candelabro de siete brazos), representada en mármoles engastados en un balcón. En la calle Suárez de Salazar, en el mismo elemento arquitectónico, se representa una janucá (candelabro de nueve brazos). Incluso en la calle de San Francisco un dintel representa los Leones de Judá.

Holandeses

Quizás la señal más evidente de que Cádiz fue tan comercial como cosmopolita son los rasgos que hoy se pueden encontrar en la ciudad de los holandeses. Pese a que, en tiempos pasados, el holandés era el enemigo natural de España, la ciudad tenía una destacada colonia de comerciantes holandeses. Y de su presencia queda el recuerdo del arte holandés traído del mar. Es el caso de los característicos azulejos holandeses que se conservan en el Hospital de San Juan de Dios, el Hospital de Mujeres o en la iglesia de Santa María. En el último caso, se conservan unas 1.100 unidades que fueron donadas en el siglo XVII y que son consideradas de las «mejores del país». Procedentes de la región de Delf, representan motivos bíblicos y sociales y están realizados con polvo de Manganeso, de ahí su color malva.

Armenios

Precisamente, esos azulejos de Santa María no fueron donados por holandeses, sino por armenios. Fueron dos hermanos de la cofradía los que decidieron demostrar su carácter piadoso, cristiano, aunque ortodoxos. Aunque hoy en día no se conservan destacados ejemplos de su arte, sí de sus importantes contribuciones al arte de Cádiz. Además de los azulejos holandeses, David Jácome y Pablo de Zúcar donaron la rica benditera y la Cruz de carey del Nazareno. Además, otro compatriota, Juan Fragela Clat construyó la Casa de las Viudas para acoger a mujeres desvalidas. Hoy convertida en residencia de ancianos, en la plaza que lleva su nombre, se erige como un interesante y bello edificio. También del mejor barroco es la Casa de las Cuatro Torres, cuatro edificios en uno que levantó Fragela como palacetes de alquiler para comerciantes. Fue uno de los primeros edificios que tuvo en cuenta el ideal de la necesidad de embellecer el paisaje con construcciones bellas y armónicas que mejoraran las ciudades.

Flamencos

Difícil no encontrar la presencia de una nación o país europeo en Cádiz. De alguna u otra forma, todos estuvieron presentes en la sociedad gaditana comerciante. Y más si durante años esa zona europea fue española. El periodo español de Flandes dejó una importante huella en la nación, aún hoy en testimonios artísticos de Bélgica. Y también se dejó sentir en Cádiz. Es el caso del escultor Peter Sterling, de origen flamenco y prolífico escultor religioso. Hoy, la iglesia de San Lorenzo conserva una de sus más destacadas obras: las imágenes de los Afligidos.

Alemanes y austriacos

El Marqués de Valdeíñigo lo tenía claro: deseaba construir el más fastuoso templo que el arte neoclásico pudiera concebir. Suerte para nosotros que lo consiguió. Hoy la Santa Cueva se erige como el ejemplo más exquisito de un oratorio. En su interior, dos nacionalidades conviven en esta búsqueda del marqués por dotar al espacio de lo mejor del arte del momento. El interesante y representativo cuadro de 'La Virgen del Refugio' (donde ricos y pobres alteran sus personalidades y símbolos para demostrar la igualdad de todos ante la Virgen) es también una de las más sobresalientes manifestaciones del arte alemán en Cádiz. Fue realizado por Franz Xavier Riedmayer, un pintor de esta nacionalidad afincado en la zona.

En el mismo templo aún resuenan las notas de una de las composiciones musicales del austriaco más conocidas, Franz Joseph Haydn. Aunque pocos lo sepan, sus 'Siete Palabras' fueron compuestas expresamente para el templo gaditano y a petición de Valdeíñigo. En la visita al templo, puede escucharse la composición, ver una copia de las partituras originales, además de representarse en vivo y en directo cada viernes de Semana Santa.

Franceses

Con las bombas que tiraban los fanfarrones, se hacían las gaditanas tirabuzones. La coplilla satírica es real, aunque también es cierto que era difícil que las muchachas del XIX pudieran recoger una bomba sin explosionar de la iglesia de San Francisco. Dicen que las tropas napoleónicas tenían orden expresa de no bombardear el citado convento. Y no era por su veneración al santo, sino porque en su interior se conserva la capilla de San Luis de los Franceses. El cónsul general de Francia en Cádiz la mandó construir en el año 1673, como consecuencia de la numerosa colonia gala que habitaba Cádiz en aquella época. De hecho, hoy en día sigue siendo propiedad de la República Francesa. En su interior se conserva un rico retablo cuya donde las principales esculturas fueron talladas por Pedro Roldán, en concreto, un San Luis, rey de Francia, conocido por Luis IX. Lo cierto es que el convento debió ser punto de encuentro de los comerciantes de toda Europa residentes en Cádiz porque en el pasado también tuvo retablos de las naciones portuguesas, flamencas y alemanas.

Iberoamericanos

La intensa relación comercial de España con sus colonias en Ultramar dejó interesantes ecos artísticos que hoy pueden admirarse. Aunque muchas ciudades iberoamericanas en su urbanismo y fortificación tienen una fuerte reminiscencia gaditana, la relación fue de ida y vuelta. Los guiños entre Cádiz y las antiguas colonias españolas van y vienen en una lista de ejemplos tan sugerente como extensa. Barroca pero de aire colonial es la fachada de la iglesia del Carmen, con sus movidas espadañas mirando al mar. La relación cultural llevó a que en Cádiz se venerara imaginería de caña de maíz, una tipología de escultura que comenzó en España para exportarse a Iberoamérica y después regresar. La columna de plata del Cristo de Columna (en la iglesia de San Antonio) o mucha de la joyería y las artes suntuarias de Servitas (en San Lorenzo) tienen la misma procedencia.

Genoveses

Pero el Cádiz artístico que hoy disfrutamos sería bien distinto y menos rico si la ciudad no hubiese desarrollado una prolífica relación con Génova. La actual ciudad italiana influyó tanto a Cádiz que primero suministró a la ciudad de multitud de piezas esculpidas en mármol. Retablos, portadas y solerías genovesas salpicaron la ciudad. Tan pingüe fue el lazo que muchos genoveses se trasladaron a Cádiz para trabajar. Giscardi, Andreoli, Galleano o Maggio son algunos de los apellidos de artistas que firman obras que aún se conservan. La relación comenzó en el siglo XVII y conforme avanzaron los años se hizo fuerte hasta crear la Escuela Genovesa, un estilo artístico que trabajó en Cádiz y que asimiló las formas italianas al gusto español. De esa presencia genovesa, queda el retablo de la Nación Genovesa de la iglesia de Santa Cruz, los retablos de Santo Domingo o la imaginería religiosa, como la Virgen de los Servitas (en San Lorenzo).

Y tan rico pasado constituye un valioso presente. Un impresionante viaje que habla de esplendores pasados que conviene recordar y difundir, conocer y valorar. Una relación llena de idas y vueltas que hoy componen la mayor riqueza y el mayor valor de lo que es Cádiz.

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