Feria de Abril de Sevilla 2018: El lunes fue un «Orgullito»

El nombre del toro indultado por el Juli en la Maestranza es el que mejor define la jornada de ayer en el real, uno de los días de Feria más hermosos que se recuerdan

Un grupo de jóvenes, paseando ayer plácidamente por el real JUAN FLORES

ALBERTO GARCÍA REYES

Un siglo y medio pasa en un minuto: el tiempo que se tarda en cruzar la Portada. Lo dice Paco Robles, que es uno de esos poetas que le coge los versos al viento y que un día de estos va a reventar de tanto escribir bien, en la sevillana que ha compuesto para el Mercantil: «La portada de la Feria / es el cancel de la gloria / y en sus formas han pintado / un siglo y medio de historia».

Dedicar la Portada al Círculo Mercantil ha sido un acierto por muchas razones, pero la principal es la que esgrimió uno de sus socios ayer en la caseta del Ayuntamiento: «Quedar en la mía, que es inmensa, es como quedar en la Portada. Yo siempre le digo a mis amigos: nos vemos en la del Mercantil… o no». Aquello es como Nueva York en Tablada: la gran manzana de la Feria. Verse allí es una tómbola. Por eso esa caseta es la primera unidad de medida del real. Si se llena, es que hay ambiente.

Si no, ojú. Ayer, a la hora punta, estaba a medias. Porque el exlunes del Pescao, ahora lunes del montón, se ha quedado en tierra de nadie. Lejos del arranque y lejos del festivo. Pero justo en ese punto es donde está la médula de esta ciudad. Sevilla sólo existe de verdad en el término medio. Así que la tarde se puso para una charla tranquila. Soleaba. El paseo de caballos era una exhibición sosegada. Todo parecía pintado por Bacarisas.

Y, claro, la conversación sólo tenía un tema: la bronca de la caseta de Comisiones Obreras la madrugada anterior. ¡Qué sillazo le pegó el tío a su enemigo! «Guantás ha habido en la Feria de toda la vida», le comentó Rafael a su compadre Juan en la caseta de La Legión, donde mientan la palabra «guantá» y se vacía la barra. «Lo que pasa es que ahora las guantás se graban, Rafael, y digo yo que ya que vas a salir en la tele, por lo menos aprende a darlas, ¿no?». El amigo se paró un ratito a pensar y, tras un silencio bien trabajado, contestó: «Lo que hay que aprender es a no darlas, Juan, que están las cabezas perdías».

Se confirma que hay dos ferias, la de los descabezados —también llamados langostinos congelados de caseta de dos módulos— y la de los que tienen dos dedos de frente. Y ayer la tarde, que fue cogiendo compás lentamente, era para los segundos. El día era un sueño. Todo estaba en paz. Menos en la caseta de la Policía Nacional, donde coincidieron el ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, y la juez Bolaños vestida de gitana. Había poquísima gente en todo el real. Pues bingo.

Por eso la Feria es tan peligrosa. Y por eso avanza tan despacio aunque sólo dure un suspiro. Porque es como «Orgullito», el toro de Garcigrande que hizo pasar al Juli a la historia de Sevilla con su quinta Puerta del Príncipe, las mismas que el Faraón y Espartaco. Ese burel embestía tan lento que evitó su condena. «Hay que ver lo que cambia la Feria dependiendo de por qué calle entres», le dijo una mujer a su marido en la calle Bombita tras encontrarse con un «jartible» que los obligó a entrar en su caseta. Pues eso es el evangelio ferial. Todo depende de tantas cosas... Al Juli le tocó el que embestía de verdad. Y ya está en la leyenda. Pero a la pareja que entraba por Bombita le tocó el pesado. Y todavía lo están aguantando. Lo que se aprende en esta fiesta es que nunca se sabe lo que viene.

—Quillo, ¿sabes lo que me pasó ayer? Sufrí el verdadero acoso y derribo feriante.

—¿Eso cómo es, Manuel?

—Un tío que sólo veo de Feria en Feria me estaba esperando con su mujer y los niños en la acera de enfrente. Ahí estaba en situación de acoso. Pero en cuanto me vio entrar en mi caseta pasó a la operación de derribo. Se metió detrás de mí y me echó a los chiquillos por delante: niños, dadle un besito al tito, Manolo.

Roncha gorda. Como la que se encontró un señor en Joselito el Gallo nada más llegar a la barra al mediodía: «Tiene usted aquí apuntadas 22 copas». Cara de limón amargo. «Las apuntó su hijo anoche». «Discúlpeme, pero mi hijo no vino anoche». Tensión. «¿Es aquel que está allí? Por favor, vaya y pregúntele si vino o no vino». Fue. El diálogo fue breve. «Dígame usted cuánto es». La ruina. La Feria nocturna es un descontrol juvenil que apoquinan los padres al mediodía. Por eso la tarde de ayer era un páramo de hermosura. Estaban sólo los que podían.

Y las horas pasaban, con soniquete de cascabales, como «Orgullito» en la Maestranza: sin pasar. Va a ser difícil toparse con otro toro y otro día de Feria como estos. Porque ayer, desde que se entró por la Portada hasta que se salió, pasó un siglo y medio. El tiempo que tiene el Mercantil. El tiempo que dura un muletazo. El tiempo que han aguantado enteros los farolillos. El tiempo que va desde que Robles escribió la primera sevillana hasta que hizo la cuarta. La vida.

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