La tribu educa a los niños: del salvaje adiestramiento espartano a las comunas del siglo XX

El planteamiento de Anna Gabriel no es nuevo, sino que ya fue experimentado en ciertas comunidades de influencia socialista en el pasado siglo

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En otra vuelta de tuerca antisistema, Anna Gabriel (CUP) se ha manifestado a favor de un concepto de maternidad y paternidad distinto al que se emplea en la sociedad occidental. Sin concretar de qué modelos está hablando, Anna Gabriel defiende que sea «la tribu» la que eduque a los hijos. En esas tribus a las que se refiere la militante de la CUP «no existe el sentimiento de pertenencia de un hijo biológico» y sus miembros sienten como propios tanto a sus hijos biológicos como los que han concebido el resto. Una idea que evoca al proverbio africano «para criar a un hijo hace falta toda la tribu».

El planteamiento de Anna Gabriel no es nuevo, sino que ya fue estudiado por Friedrich Engels en «El origen de la familia, la propiedad privada y el estado» (1884) buscando modelos alternativos a la familia tradicional.

En uno de los ejemplos citados por este autor comunista está el caso de los iroqueses –una tribu que estuvo establecida en el territorio de Nueva York–, que practicaba un tipo de familia llamado «sindiásmica». El iroqués no solo llamaba hijos e hijas a los suyos propios, sino también a los de sus hermanos, que, a su vez, también le llamaban a él padre. Así, la familia nuclear se ampliaba a un número mayor de personas y la responsabilidad sobre la crianza de los hijos estaba repartida entre más miembros. Un modelo de familia que también ha estado presente en los aborígenes de la India, las tribus dravidianas del Decán y las tribus gauras del Indostán.

La idea de formar una familia más allá de los lazos sanguíneos está presente también en las comunas. A principios del siglo XX, se estableció en Palestina un grupo de judíos rusos que, inspirados en la ideología sionista socialista, se organizaron en una comuna agrícola llamada Kibutz. Durante muchos años fue costumbre que los niños del kibutz vivieran todos juntos, separados de sus padres, en la casa de los niños. Las madres dejaban a sus bebés a los tres días de parir y una serie de cuidadores criaban a todos los niños del kibutz por turnos durante las noches. Por las tardes eran los padres los que se ocupaban de sus hijos, lo que con el tiempo dio lugar a traumas de todo tipo. No en vano, hoy en día, los niños viven con sus padres y las viviendas familiares han aumentado su tamaño.

En esta misma línea, varias comunidades de carácter sectario emplearon educaciones colectivas como en el caso de la Comunidad Agrícola del Templo del Pueblo. Esta secta, que terminó su historia negra de maltratos y torturas con un multitudinario suicidio colectivo, entregaba a los niños al cuidado de la congregación y obligaba a los menores a referirse al líder, James Warren «Jim» Jones, como «Papá». Asimismo, solo se les permitía ver a sus padres brevemente durante la noche.

El estado de Esparta ejercía la tutela

Si se trata de educar a los menores de forma colectiva, con la tutela a cargo del Estado y la responsabilidad compartida entre los ciudadanos, uno de los modelos más notorios de la historia es el de la sociedad espartana. La educación espartana era muy diferente a la que recibían los jóvenes de otras ciudades estado, puesto que el propio gobierno de Esparta ejercía la tutela y supervisaba la educación pública de los futuros soldados, para lo cual destinaba a funcionarios especializados.

El Estado asumía la tutela hasta los veinte años. Hasta entonces, a los niños se les privaba de alimentos y se les preparaba para los rigores de la guerra con un adiestramiento militar salvaje, para ello cualquier ciudadano podía castigar a los niños si así mejoraba su disciplina. Esta educación colectiva, no en vano, eliminaba los privilegios de la antigua formación aristocrática, puesto que cualquier niño gozaba de los mismos derechos y era el consejo de gerontes es el que decidía sobre su futuro en base a su talento.

En este sentido, ya en el Antiguo Egipto las enseñanzas no se limitaba al seno familiar, sino que el maestro solía llamar a su discípulo «hijo». Este carácter colectivo de la enseñanza refleja su vocación pública, en la que los conocimientos se transmitían de generación en generación, es decir, por transmisión oral e implicaba en la tarea a diversos ciudadanos sin que influyera que hubiera o no parentesco entre ellos.

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