17 DE NOVIEMBRE DÍA DE LA PREMATURIDAD

101 días ingresadas

Lucía y Vega nacieron en la semana 27 de gestación, con un peso de 717 y 989 gramos

Madrid Actualizado: Guardar
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El día que Lucía y Vega vinieron al mundo, con 27 semanas y 717 y 989 gramos, respectivamente, fue una auténtica locura. «Siempre te imaginas que vas a ser padre de un niño de anuncio de agua mineral, o de los que van en la cestita de la bicicleta con su padre... Nada más lejos de la realidad. No te puedo explicar con palabras lo que es tener un hijo prematuro, nunca te imaginas que te va a tocar a ti», reflexiona su padre, Antonio. «Nacie está preparado para esto. No puedes hacerte una idea. Tienes que pasar un proceso de aceptación, de que no es el bebé ideal que soñaste. Tienes que aceptar que esa cosita a la que al principio no puedes tocar, no puedes besar, con la que no puedes mantener el contacto, es tu hijo».

Así arranca una historia con final feliz pero que comenzó con un ingreso hospitalario que duró 101 días, el tiempo que tuvieron que pasar Lucía y Vega en cuidados intensivos e intermedios de La Paz. Durante todo ese tiempo que estuvieron ingresadas, Lucía tuvo que ser intervenida para cerrarle el ductus, y recibió 4 transfusiones de sangre, y a día de hoy sigue necesitando oxigenoterapia en ocasiones. Vega nació con una hipertrofia ventricular, necesitó asistencia con CPAP durante 29 días y ambas cogieron un par de infecciones estando aún en el hospital.

Todavía Lucía necesita oxígeno y monitor sobre todo cuando duerme (ambas tienen displasia broncopulmonar), y les cuesta coger peso (sobre todo a Lucía), pero están mucho mejor de lo que sus padres podían imaginar. «Están felices, se ríen mucho, son unas niñas despiertas y activas, y de momento en las dos visitas al centro de atención temprana nos han dicho que se están desarrollando adecuadamente», asegura Antonio. «No hay más que ver las fotos para ver cómo son dos niñas felices», dice.

A este padre todavía le cuesta recordar todo el tiempo pasado en La Paz, y su voz se quiebra a ratos durante la conversación. Por eso Lara y él han decido contar su historia en un blog que tiene atrapados a todos sus lectores, en la mayoría, padres o familiares de niños prematuros. «Todo empezó el día en que recibimos la noticia de que era un embarazo gemelar. Teníamos familiares, pero la verdad es que no lo esperábamos», comenta. Era un embarazo de riesgo, que se complicó la semana 20, cuando tuvimos constancia de que padecían el síndrome de transfusión feto-fetal (compartían la sangre en el útero). Los médicos consiguieron aguantarlas hasta la semana 27 pero en ese momento, durante la segunda operación intrauterina que le realizaban a mi mujer, se rompió la bolsa», relata.

El parto duró menos de veinte minutos. «No se puede describir con palabras las sensaciones que uno tiene en el momento en el que ve por primera vez a sus hijas. En mi caso, estaban en incubadora, intubadas, con una vía umbilical, monitorizadas con el pulsioxímetro y los electrodos, con una sonda gástrica, y siendo tan pequeñas que cabían en mi mano. Pese a todo esto, yo me sentía feliz, ahí estaban mis hijas, las más preciosas del mundo y estaban vivas, estaban respirando, estaban estables. En la UCIN estable significa que algo está mal, pero no va a peor. Pasado todo este tiempo me siento afortunado de haber sido tan ignorante en ese momento. De otro modo, dudo mucho que la primera vez que vi a mis hijas hubiera podido sentirme tan positivo».

La estancia en la UCIN

«Ver a mis hijas llenas de cables, tubos, vías y ruidos no es ni de lejos lo que más me impresionó», asegura Antonio. «Esos 50 primeros días cambiaron absolutamente mi vida, mi manera de pensar, mi filosofía de vida y mis planes de futuro. Quien haya pasado por esto sabe perfectamente de lo que estoy hablando. Siempre escuchas en charlas, o te cuentan sobre un libro que han leído, incluso ves en mensajes virales de Facebook cuales son las cosas que realmente importan en la vida, que el dinero no lo es todo, hay que apoyarse en la familia, etc, y piensas que tienen razón, pero tu vida sigue igual».

La UCIN para Antonio fue una cura de humildad: «Una colleja de las que te da la vida para abrir los ojos, para escuchar más, para empatizar más, para querer más, para ser capaz de ser feliz con muy poco, para aprender a sufrir de verdad, para ser capaz de dar y recibir los abrazos más fuertes del mundo, para darte la fuerza suficiente como para hacer más de 50 kilómetros de ida y otros 50 de vuelta todos los días y estar con quien te necesita desde las 9 hasta las 21». «El hospital es además un curso intensivo de cómo ser un padre-enfermero-con-tolerancia-a-situaciones-extremas que de otro modo hubiera sido imposible aprender».

Ahora, ya en casa, Antonio y Lara disfrutan cada segundo que pasan junto a Lucía y Vega, «dos auténticas campeonas y luchadoras. Dos grandes prematuras que después de lo que han pasado el resto de la vida les va a parecer de risa y que sus padres no podríamos sentirnos más orgullosos de ellas. Su fuerza es lo que nos hizo tirar hacia delante todos los días. Si ellas luchaban, ¿cómo no lo íbamos a hacer nosotros?».

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