Jimena con su marido y el pequeño Alonso
Jimena con su marido y el pequeño Alonso - Maya Balanya
Familia

«Nunca he sentido que mi hijo sea una carga en el colegio»

Jimena explica las razones por las que está orgullosa de haber matriculado a su hijo con autismo en un colegio ordinario

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Jimena reconoce que hasta que su hijo Alonso no cumplió el año no supieron que tenía autismo. El pequeño fue a una guardería que se encargaba de mandar informes suyos a la Consejería de Educación para que le valoraran y recomendaran si debía ir a un colegio exclusivamente de Educación Especial. «La decisión final es de los padres y nosotros decidimos llevarle a un colegio ordinario con apoyo. Entendemos a los padres que optan por otras vías, cada decisión es muy respetable por las circunstancias de cada uno», confiesa esta madre.

Apunta que están muy contentos de haberle matriculado con sus dos hermanas en el Colegio Sagrado Corazón de Chamartín porque el niño está muy atendido. «La principal ventaja es que se encuentra en un entorno normalizado y aprende de lo que ve a su alrededor, aunque sabemos que según crezca tendrá mayores dificultades y no será fácil para él.

Los profesores están muy pendientes de Alonso y también los terapeutas que dirigen en todo momento su educación.

Lo que más emociona a esta madre es que «nunca hemos sentido que Alonso sea una carga para el colegio. Él va feliz cada mañana, vemos como progresa y se relaciona con otros compañeros, sobre todo con tres niñas que son muy tranquilas y sensibles y le quieren mucho».

El caso de Alonso no es una excepción. Pilar y Álvaro están encantados de estar en la misma clase de primero de la ESO en el Colegio Sagrado Corazón de Chamartín (Madrid). Él tiene 12 años. Ella 14 y una discapacidad intelectual. Pilar confiesa que le encanta ir al colegio, saca muy buenas notas y se muestra orgullosa porque «a veces ayudo a mis compañeros y, en ocasiones, me apoyan a mí porque no se me da nada bien inglés». Álvaro, por su parte, se siente muy contento por compartir pupitre con Pilar. «Es una alumna más con la que jugamos y nos peleamos en el recreo como con cualquier otro compañero».

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Que ambos asistan a la misma clase es posible porque el Colegio Sagrado Corazón de Chamartín es un centro de enseñanza ordinaria que cuenta con un programa de atención a alumnos con necesidades educativas especiales, lo que permite que los alumnos con discapacidad y sin ella compartan aula.

Beatriz Villacé, profesora de la ESO en este centro, asegura que con la información que reciben del alumno por parte de la Consejería de Educación, y tras un periodo de observación en el propio colegio, los docentes diseñan una adaptación curricular individualizada junto a los PT (profesores de Pedagogía Terapéutica) y los tutores. «Con una gran coordinación establecemos los objetivos académicos para cada caso, elaboramos el material –porque usan libros distintos al resto de alumnos–, los trabajos en grupo que podrán realizar, los exámenes...».

Relación social

Pilar atiende las explicaciones de su profesora Beatriz Villancé
Pilar atiende las explicaciones de su profesora Beatriz Villancé - M. Balanya
Al final de primaria se descolocan, sienten rechazo hacia su persona y hacen confesiones como: «Yo no quiero ser Síndrome de Down, ¿por qué lo soy?»

olvida la agenda, no han hecho las tareas...».

Pero los contenidos no es lo único que se trabaja con ellos. «Su relación social también es muy importante –asegura Isabel Desmonts, coordinadora del programa de Atención a la Diversidad de este colegio–. En Infantil, la relación entre alumnos de Educación Especial y ordinaria es muy estrecha porque hay un interés común, el juego, que une mucho. Pero, progresivamente se produce un desfase».

En su evolución personal estos niños tienen un antes y un después al finalizar Primaria y comenzar Secundaria, puesto que van teniendo conciencia de sí mismos, de sus dificultades, de que hay que ayudarles para que logren lo mismo que hacen otros niños sin esfuerzo... Ellos mismos se descolocan, sienten rechazo hacia su persona y sueltan confesiones como: «Yo no quiero ser Síndrome de Down, ¿por qué lo soy?».

Aceptar su circunstancia vital

Hay alumnos que protegen mucho a los estudiantes de Educación Especial y otros, sin embargo, les rechazan

Isabel Desmonts asegura que en esos momentos de sufrimiento vital «hay que estar muy atentos, realizar un apoyo personal muy cercano y también trabajar con los padres. Son periodos que se acompañan de retrocesos académicos, se portan peor... Hay que saber entenderlo y ayudarles a aceptar su circunstancia vital. Esta crisis suele pasar a final de Secundaria cuando retoman la confianza en sí mismos. Vuelven a pensar: yo soy así y con estas capacidades funciono».

En relación a su convivencia con el resto de compañeros también resulta esencial una atención muy específica. Hay alumnos con diferentes sensibilidades hacia la discapacidad. «En ocasiones hay rechazo, todo hay que decirlo, –confiesa Antonio Nieva, coordinador del departamento de Orientación de este colegio–, pero en otros casos hay sobreprotección y los alumnos tienden a hacerles todo a los niños con discapacidad. En general hay un buen clima de aceptación porque estos niños han estado en clase desde los primeros años de Infantil. Al principio de curso siempre se explica a los alumnos las características especiales del compañero para que nadie se sorprenda».

Momentos antes de entrar en clase con el resto de sus compañeros
Momentos antes de entrar en clase con el resto de sus compañeros - M.Balanya

Si se produce algún caso de acoso, entran en acción los alumnos mediadores, que han recibido una formación específica para ello, y están al tanto de cómo actuar este tipo de situaciones complicadas. Si no se soluciona, intervienen entonces los profesionales adulto del colegio. «Vivimos constantemente en tensión porque estamos pendientes de este tema que nos preocupa mucho», confiesa Nieva.

Incertidumbre de los padres

Una de las ventajas añadidas a esta convivencia «es que el alumno de Educación Especial va a trabajar en el colegio asuntos que abordará a lo largo de su vida: aceptación, rechazo, superación de metas...», explica Villancé.

Pero en este centro no solo se ocupan de los alumnos. Los padres son otro pilar importante. «Al principio tienen mucha incertidumbre por si están haciendo lo correcto al matricular a su hijo en un colegio ordinario, –asegura Desmonts–. Cuando se convencen les entran expectativas enormes por el hecho de que pueda estar con otros niños sin problemas. Es un gran estímulo. Después se afanan en que aproveche el tiempo, su oportunidad, y aprenda. Mantienen con él una exigencia altísima y experimentan también la aceptación de la discapacidad de su hijo. No se acepta igual al principio, cuando son pequeños, que cuando crecen y se van comparando con los progresos del resto. También a ellos hay que ayudarles y por eso mantenemos entrevistas periódicas y tutorías. Hay comunicación continua, además, a través de la agenda».

Un equipo multidisciplinar de la Consejería de Educación evalúa a estos niños y establece la modalidad que más les conviene

Antonio Nieva explica que hace 30 años hubo un gran movimiento en Educación para que los alumnos con algún tipo de discapacidad fueran integrándose en la enseñanza ordinaria y, para ello, las escuelas se dotaron de recursos, modificaron sus estructuras y formaron al respecto a los docentes.

Asegura que no son los padres ni los profesores los que deciden la admisión del alumno en un colegio ordinario. «Hay un proceso administrativo en el que equipos multidisciplinares que dependen de la Consejería de Educación evalúan a estos niños y establecen la modalidad educativa que más les conviene».

Filosofía educativa

Para que sea posible que los colegios de enseñanza ordinaria dispongan de un programa de estas características es necesario que cuenten con medios, una determinada filosofía educativa, un proyecto, una mentalización y un gran esfuerzo del profesorado, puesto que entre sus alumnos pueden tener casos de síndrome de Down, autismo, discapacidad motora...

Nieva matiza que este programa demuestra que es posible armonizar a los alumnos según capacidades y sus metas. «Es factible si hay una estructura y recursos adecuados, aunque es cierto que desde la crisis nos han reducido mucho», concluye.

Álvaro, el compañero de aula de Pilar, añade que «este programa debería estar en todos los colegios. Sus participantes son también niños que deben aprender y es una experiencia muy bonita para todos».

Beneficios mutuos

Para niños de Educación Especial:

— Disfrutan del derecho a la educación en un ambiente normalizado.

— Aumenta su autoestima.

— Asumen retos y se enfrentan a situaciones de la vida real: rechazo, sobreprotección, incertidumbre...

— Se estimula su lenguaje, comunicación y expresión.

— Aprenden a ser exigentes consigo mismo.

— Se motivan al ver que aprenden y evolucionan.

— Se sienten estimulados para tener mayor iniciativa.

— Ganan en relaciones sociales y saber estar.

Para el resto de alumnos

— Aprenden que todas las personas son distintas.

— Crecen en valores como el respeto a los demás.

— Ganan en empatía.

— Aprenden a convivir con las dificultades.

— Se vuelven más solidarios.

— Se hacen más tolerantes.

— Se muestran más flexibles ante las diversas situaciones.

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