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padres e hijos

Un castigo bien aplicado sí puede llegar a ser eficaz

Expertos apuntan que siguiendo unas pautas concretas tiene efectos positivos

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Un estudio realizado en la Universidad de Estado de Oklahoma (Estados Unidos), expuesto en la convención anual de la Asociación Americana de Psicología, apunta que los castigos a niños son efectivos siempre que se realicen de forma correcta.

La investigación se fundamenta en 102 entrevistas a madres a las que se preguntó por cinco momentos en los que habían castigado a sus hijos. A partir de las respuestas, los investigadores concluyen que «la táctica más eficaz para mejorar un comportamiento de forma inmediata, independientemente del tipo que sea, es ofrecer al menor que se comprometa a algo».

Pero... ¿son los castigos, realmente, un buen complemento en la educación de los hijos?

Autoridad no es sinónimo de imposición

La autoridad de los progenitores es un aspecto fundamental en las relaciones padres-hijos.

Pero, tal y como señalan desde la guía de la Escuela de Padres del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad dentro de su Programa del Plan Nacional Sobre Drogas, «la autoridad se ejerce con respeto por el otro, con cariño y con la comprensión de que nadie nace enseñado y con el razonamiento ajustado a la edad del niño».

En este sentido David Cortejoso, psicólogo, apunta que «el castigo es un método de modificación de la conducta si se aplica adecuadamente, aunque no debe ser la primera elección».

Los castigos se deben utilizar de forma responsable. No se deben convertir en costumbre, ni su efecto tiene que ser desproporcionado. «Se deben usar de forma aislada y como última medida. Antes deben usarse otros métodos de corrección o modificación de la conducta. Si se convierten en una norma, esta forma de educar a base de castigo enseña la "parte mala" de las cosas al menor. Hay que educar enseñando a hacer bien las cosas, no a sufrir las consecuencias», explica Cortejoso

Proporción e inmediatez, claves del éxito

El éxito del castigo, por lo tanto, depende de cómo sea el mismo. Para considerar que un castigo está bien aplicado, matiza Cortejoso, debe cumplir con estas características —como mínimo— pero nunca debe ser un castigo físico:«1. Ser conocido por quien lo va a sufrir antes de incumplir aquello cuya consecuencia es el castigo.2. Debe ser proporcionado a aquello que se quiere modificar, es decir, no podemos castigar a un menor si no recoge, por ejemplo, a no ir al cine durante tres años. Esto sería desproporcionado.3. Debe ser inmediato, no debe demorarse su aplicación una vez se incumpla aquello por lo cual se va a castigar».

Por otro lado, castigos hay muchos y cada cual más diverso. Desde el uso y refuerzo del —tal y como apuntan en el estudio— compromiso, a técnicas como la sobrecorrección (una técnica que obliga a rehacer, de forma positiva, aquello que el niño ha hecho de forma negativa), la saciación, la negociación o los sistemas de recompensas y puntos (entre otros).

La clave es: adecuar el castigo a la edad del niño. «Adecuarlo en intensidad, duración y formato. Tenemos que tener en cuenta el nivel de entendimiento que tiene el niño según su edad y madurez, así como la modificación o efecto que se quiere producir. Tan malo es quedarse corto, como pasarse. No solo no es eficaz, sino que en futuras ocasiones haremos que tampoco sirva», aclara Cortejoso. Tampoco los padres deben seguir el impulso de amenazar. Se debe advertir y educar, y siempre aplicar el castigo. No se debe castigar por impulso, «los padres deberían hablar siempre primero entre ellos y una vez acordado —el castigo— informar al menor, teniendo en cuenta su edad, lo que se quiere modificar y de qué forma se le va a castigar».

La educación, una carrera de fondo

De todos estos recursos, cualquiera puede aplicarse tanto a corto, como a largo plazo. La educación es una cuestión que nunca hay que dejar de lado, y los padres deben trabajar e incidir de forma constante en ella. Sin embargo, «el principal problema aquellos que educan a los niños hoy en día es la necesidad de inmediatez y la delegación», matiza Cortejoso.

«Los padres quieren que cualquier cambio sea inmediato y duradero y, esto, como todo, hay que trabajarlo. Por eso en muchas ocasiones recurren al castigo, que aunque es eficaz si se aplica correctamente, no debe ser el método habitual, porque no enseña actitudes adecuadas al menor. En otros términos, la se han acostumbrado a delegar responsabilidades en otros profesionales, cuando las tienen que ejercer ellos».

«Si le pasa cualquier cosa al niño le llevo al pediatra. No le enseño en casa porque para eso está el profesor. Para que voy a jugar con él o ella, si le puedo poner delante de una Nintendo y así está tranquilo y callado... Todo esto sí es un error de educación y no recurrir a los castigos cuando es necesario», concluye este experto.

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