Barack Obama
Barack Obama - ABC

Las solitarias noches de Obama en la Casa Blanca

El presidente se encierra sus últimas cuatro o cinco horas antes de dormir para repasar discursos y leer libros

CORRESPONSAL EN WASHINGTON Actualizado: Guardar
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El largo día pasa al testigo a la noche. Los focos de la atención mediática han dejado de iluminar. La Casa Blanca blinda con el cierre de sus puertas las horas más íntimas de su primer inquilino, aquellas que comparte con su familia y sus más estrechos colaboradores. La proyección pública del presidente de los Estados Unidos nunca declina. Son las seis y media. De la tarde, si fuera España. De la noche, en la vida estadounidense. Como cada día, los Obama se han sentado a cenar en torno a la mesa, en el único momento que pueden compartir intimidad. Lejos de acercarse el final de la jornada, el «ave nocturna», como se autodefine Obama, se apresta a apurar aún no menos de seis horas antes de dormir.

Su tiempo más preciado. El del trabajo, el ocio y la lectura en soledad. El de las cavilaciones de un hombre reflexivo.

Tres presidentes, tres estilos y tres formas de ser. La mayor afición de Bill Clinton era el cruce de llamadas con amigos, asesores y altos cargos, hasta horas tardías, principal guía para hacer camino al día siguiente. Así hacía política el más político de los últimos comandantes en jefe. Las costumbres de George W. Bush eran más básicas. Pasaba más tiempo con su mujer, Barbara, con quien coincidía a la hora de ir a la cama, no más tarde de las diez. También era el más madrugador de los últimos presidentes, acostumbrado a abrazar los amaneceres en su rancho texano. Barack Obama no se levanta antes de las siete, una hora no tan tempranera en Washington. Precisamente por su querencia a la soledad nocturna, que le mantiene despierto hasta la una, a veces las dos de la mañana. Él mismo confiesa que de un tiempo a esta parte, en el fragor de su recta final de mandato, no duerme más de cinco horas.

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En sus primeros años, cuando Malia y Sasha eran pequeñas, su padre les dedicaba un buen rato de juegos tras la cena. El billar era el entretenimiento estrella. Ahora, las reuniones familiares se concentran en el fin de semana. Imperdonablemente, cuando el sonido de los relojes de pared de la residencia indican las ocho en punto, el disciplinado Obama toma asiento en la Treaty Room. Segundo piso del ala oeste de la Casa Blanca. Se le llama así por el número de tratados firmados en su interior, entre ellos el protocolo que puso fin a la guerra entre Estados Unidos y España en 1898, nuestra Guerra de Cuba.

La tarea más ingrata llega de manos de su jefe de gabinete, puesto que hoy ocupa Denis McDonough, quien se presenta con un gran cuaderno de piel que encierra un sinfín de documentos. «Un insano montón de papeles», en expresión de Sam Kass, quien fuera primer jefe personal de la familia. Además de firmar numerosos documentos y revisar citas futuras, no hay un solo día que Obama no dedique a la lectura de diez cartas de ciudadanos.

Después, otros colaboradores de confianza aprovechan las horas de mayor tranquilidad del presidente para colarse con asuntos pendientes de relevancia. Como confiesa Rahm Emanuel, el primero de sus jefes de gabinete y hoy alcalde de Chicago, «no puedes poner en agenda media hora para despachar durante el día. Hay demasiado lío».

Hacia las diez, antes de su largo encuentro con el silencio de la noche, Obama dedica un rato a jugar con el iPad al Words With Friends, una especie de Scrabble online, y a ver la televisión, generalmente el canal de deportes ESPN.

Barack Obama en la Casa Blanca
Barack Obama en la Casa Blanca - ABC

Con el viernes llega el ocio familiar. Es la noche del cine en la Casa Blanca. En el primer piso se encuentra la sala de proyecciones, con capacidad para cuarenta personas, donde los Obama ven el estreno semanal que han elegido, proporcionado por la Asociación de Largometrajes de América. Además, a los cuatro miembros de la familia les gustan series como Breaking Bad, Juego de Tronos y BoardWalk Empire, que suelen ver el sábado y el domingo.

A su regreso a la Treaty Room, su habitación favorita, donde se encuentra cada día con el presidente Ulysses S. Grant, cuyo retrato cuelga por encima de la mesa de su despacho, Obama retoma el trabajo. Restan varias horas de repaso y lectura, en las que no se ayuda de la cafeína ni del alcohol. No toma té ni café. Tan sólo se hace acompañar de una botella de agua con gas y un puñado de almendras. Siete, para ser más exactos. Su mujer, Michelle, hace bromas con su manía numérica: «No come ni seis ni ocho. Siempre siete almendras».

A menudo, sus colaboradores suelen saber cuándo está levantado, pues son frecuentes los mensajes que reciben de su BlackBerry a altas horas, sobre todo si al día siguiente toca afrontar un discurso importante.

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