Sara Montiel y el científico Severo Ochoa
Sara Montiel y el científico Severo Ochoa - ARCHIVO ABC

«La relación de Sara Montiel y Severo Ochoa fue más que una simple atracción»

Se cumple un nuevo aniversario de la muerte de la diva. Israel Rolón, un profesor universiario de EE.UU., prepara un libro sobre aquel amor entre la actriz y el Nobel

Madrid Actualizado: Guardar
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Cuando en los años 50 María Antonia Alejandra Abad Fernández llegó a México, y más tarde a Estados Unidos, coincidió con grandes personajes que siempre pensó que no estarían a su alcance. Tal vez por ello en las fiestas y sobremesas ella callaba, observaba y escuchaba. Se nutría de aquellas conversaciones y aprendía. Sara Montiel, su alias artístico, «era una persona con la que podías amanecer hablando de arte, literatura, gastronomía, poesía... Era una referencia genial de la España del siglo XX, conocía a todo el mundo», cuenta Israel Rolón, profesor de la Universidad de Cincinnati (EE.UU.), quien lleva dos años escribiendo un libro sobre la «época americana» de la protagonista de «El último cuplé» y «La violetera».

El 8 de abril de 2013, Montiel fallecía de manera inesperada en su casa de Madrid. Tenía 84 años y dejó tras de sí un enorme legado de películas, canciones, fiestas, amores y libertad. Coincidiendo con el aniversario de su muerte, ABC ha contactado con Rolón, quien conoció a la artista en abril de 2012, cuando, gracias a sus gestiones, Sara viajó por última vez a EE.UU. para asistir a una charla en Cincinnati. Después, visitaron juntos Chicago y Nueva York. Aquel periplo unió a Sara y a este profesor puertorriqueño. Ella, con la desvergüenza y sabiduría propias de una octogenaria, le contó a Rolón anécdotas e historias que ahora él recoge.

Uno de los capítulos más sonados y controvertidos de la vida de Montiel fue la historia de amor que mantuvo con un joven (y casado) científico llamado Severo Ochoa, que por aquel entonces ni siquiera intuía que sería distinguido con un premio Nobel (en 1959). Sara conoció a Ochoa en a principios de los años 50, cuando viajó a Estados Unidos y México para rodar «Furia Roja», «Necesito dinero», «Ahí viene Martín corona» y «Vuelve Martín Corona». México contaba con españoles en el exilio de primer nivel y, así, Sara se codeó con intelectuales de la talla de León Felipe, quien se enamoró de ella y se convirtió en su gran maestro. Él le enseñó a leer y escribir, porque «no podía soportar que tuviera tan poca cultura». Gracias a él conocería a Pablo Neruda, Diego Rivera o Frida Khalo.

Fue por aquel entonces, durante un evento en el consulado de México en Nueva York, «cuando comenzó una amistad y relación entre Ochoa y Sara que duró alrededor de cinco años. Hasta 1956, cuando empezó la carrera cinematográfica de Sara en Hollywood y conoció a Anthony Mann en el rodaje de “Serenade”». A pesar de que Ochoa era un hombre casado y de que los seguidores de Montiel nunca entendieron qué podían tener en común un científico y una actriz, «la relación de Sara y Ochoa fue mucho más que algo basado en la atracción». Años más tarde, cuando Ochoa ya había enviudado y Montiel estaba casada con José Tous, volvieron a verse, pero ya como amigos.

Sara Montiel contó en sus memorias que Miguel Mihura la «hizo mujer» y que Ochoa fue «el gran amor» de su vida. Después llegó Anthony Mann, con quien estuvo casada seis años. «Siempre tenía relaciones con hombres mayores, algo que está relacionado con su temprana orfandad. Su padre se murió cuando tenía 16 años», reflexiona Rolón. Más tarde apareció Pepe Tous, el padre de sus hijos, Thais y Zeus, y con quien formó un hogar. «Él le brindó un apoyo y estabilidad desde 1970 hasta 1993, cuando murió. Tous fue una excepción, pues era menor que ella», apostilla.

Amores efímeros

Siempre fue una mujer avanzada a su tiempo. En España no se comprendía que no se hubiera casado por la iglesia, tampoco que tuviera relaciones esporádicas, como con el actor francés Maurice Ronet, su compañero de reparto en «Carmen la de Ronda», o Ernest Hemingway, al que conoció en Cuba y cuya imagen fumando un habano se hizo omnipresente en la época. Tampoco se entendió su segundo matrimonio, en 1964, con Vicente Ramírez. Cuando volvieron de la luna de miel, sabían que aquello no tenía sentido. La propia Montiel reconoció que aquel compromiso había sido una equivocación.

Rolón le prometió a una ya moribunda Montiel que conservaría su legado y que su recuerdo perduraría a lo largo del tiempo. Un perfume con su nombre, la medalla de las Bellas Artes y una película donde Penélope Cruz la interpretase. Esos eran algunos de los deseos de la artista. Con este libro, el profesor americano comienza a cumplir sus promesas. Su obra podría servir de base para el nuevo largometraje de Pe.

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