Juliana Awada junto a la Reina Letizia
Juliana Awada junto a la Reina Letizia - Ernesto Agudo

Juliana Awada, «la hechicera» de la Quinta de Olivos

La primera dama argentina, en su visita a España, da una lección de estilo y naturalidad

Corresponsal en Buenos Aires Actualizado: Guardar
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Juliana Awada (42 años), como cualquier mujer de su edad que entienda lo que es la vida, tiene un pasado con experiencias, cosas que contar y algún que otro secreto (si fuma a escondidas es uno de ellos). Eso, entre otras historias, significa que antes de Mauricio Macri (58) y de tener con él a la pequeña Antonia, fue madre de Valentina con el belga Bruno Barbier, vivió en Oxford, estudió, trabajó y viajó todo lo que pudo por el mundo.

«Juli» o «Ju», como acostumbra a dirigirse a ella Mauricio Macri, se casó por primera vez con el argentino Gustavo Capello y decidió probar suerte una segunda con el actual presidente de Argentina. Por amor a él, a la fe -o a los dos- se bautizó hace tres años. El padre Tomás, sacerdote español afincado en Argentina, ofició la ceremonia para satisfacción propia y -se supone- de Jorge Mario Bergoglio, ex arzobispo de Buenos Aires y actual Papa Francisco.

Hija de sirios libaneses (Abraham Awada y Elsa Esther Baker), «la hechicera», como se refiere a ella por su poder de seducción Macri, desde niña vio una familia donde todos eran libres de profesar el Islam o la religión que quisieran. También de muy chiquita vio trabajar a todos los que la rodeaban. La mayoría lo hacía en lo que primero fue una fábrica textil y con el transcurrir del tiempo se convertiría en una cadena de moda con diferentes firmas de diseño.

«Awada», la línea más famosa, la disfrutó con Elsa, su progenitora, conocida en la intimidad como «Pomi» y considerada como una genuina matriarca. Con ella solía compartir confidencias y algo más. Ambas se casaron con hombres mucho mayores. «Ellos -en alusión a sus padres- se llevan 14 años y nosotros, 15», respondió Awada a un periodista, según la biografía no autorizada de Franco Lindler «Juliana, secretos, amores y poder de la dueña de Mauricio Macri». La otra coincidencia tiene un tinte dramático: Abraham, su padre, conocido como «el chapulín Awada» por su afición a repetir la frase del actor Roberto Bolaños -«no confían en mi astucia»-, fue víctima de un secuestro y Mauricio Macri… también. Aquel episodio no es algo que le guste recordar al presidente de Argentina. Su mujer lo entiende sin necesidad de que le tenga que dar mayores explicaciones. La pareja, para algunos una versión sudamericana de John y Jackie Kennedy, irradia compenetración y, los que están más cerca garantizan que el influjo de ella -y su capacidad de veto- es mayor de lo que muchos creen.

De rostro y gesto amable, Juliana Awada se desenvuelva con naturalidad en cualquier ambiente. En las declaraciones al paso no suele ofrecer resistencia cuando la abordan los periodistas y detalla despreocupada cómo se encarga de hacer la cena de las niñas y de su marido. Suele ser informal con su vestuario, le gustan los vaqueros, los zapatos europeos con plataforma plana y su color favorito es el blanco, único detalle o gusto que comparte con Cristina Fernández, la última primera dama y ex presidenta.

Una dura mudanza

Cuando Juliana llegó a la Quinta de Olivos, residencia privada de los presidentes argentinos, descubrió con espanto el grado de abandono de la vivienda y los jardines. La falta de mantenimiento y de higiene de aquel complejo -y hasta de la Casa Rosada- no tenían precedente en la historia de Argentina. Una vez acondicionado todo, antes de mudarse se ocupó, junto con «la armonizadora» que frecuenta el matrimonio, de encabezar la ceremonia para quitarle la mala energía que había dejado la familia Kirchner.

Campechana y amante de la filosofía budista, no es imposible encontrarse con ella haciendo la compra en el supermercado. La prensa argentina se ha empeñado en compararla con la Reina Letizia y, quizás, algo tengan en común. Al menos, así lo ve ella al describir la conversación que mantuvieron ayer: «Fue una charla relajada entre dos mujeres de una misma generación que comparten intereses». Abordaron, según dijo, diferentes asuntos y «también (hablaron) sobre lo que vivimos como mujeres y como mamás de dos niñas. Me sentí muy a gusto y la conversación fluyó naturalmente”.

Aunque sus ciudades favoritas son París y Londres, se quedó admirada «con en el Palacio de la Zarzuela, un lugar realmente increíble por su belleza y por su arquitectura», observó. Con esta impresión, agradeció a los Reyes: «Nos hicieron sentir como en casa con su calidez y su generosidad».

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