Juliana Awada y Karina Rabolini
Juliana Awada y Karina Rabolini - ABC

Juliana Awada, la primera dama argentina que se «impuso» a Karina Rabolini

Juliana Awada es la esposa del recién electo Mauricio Macri. Rabolini, la de Scioli

CORRESPONSAL EN BUENOS AIRES Actualizado: Guardar
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La cara más bella de las elecciones argentinas la representan Juliana Awada y Karina Rabolini. En ese orden. La mujer de Macri, Juliana Awada se ha convertido en la nueva primera dama con el triunfo de su marido, el liberal Mauricio Macri (venció a Scioli con un 51,40% de los votos frente al 48,60% de su rival, el oficialista Daniel Scioli).

El primero conquistó hace seis años a Awada, la joven morena de 41 años. Scioli comenzó con Rabolini, la rubia, cuando apenas tenía 17 años, y ahora ya tiene 48.

Awada (aunque Rabolini también se salva en ese sentido) no se parece a la «primera ciudadana», como se rebautizó Cristina Fernández (62 años) cuando su difunto marido, Néstor Kirchner, se convirtió, antes que ella, en presidente en mayo de 2003.

A las mujeres de Macri y Scioli las une una larga amistad. A ellos, también. Ambas pertenecen al mundo de la moda: Rabolini, como modelo y empresaria (más éxitos en lo primero que en lo segundo); y Awada, como empresaria textil, actividad que comparte con su familia. De origen sirio-libanés, a la mujer de Macri el entusiasmo por los «trapos» le viene de casta. Difícil encontrar a alguien entre los suyos que no esté vinculado de una forma u otra a «la tela», aunque su hermano Alejandro es actor. A la familia Awada le va bien con los negocios. Sin tener en cuenta algún tropiezo que más tuvo que ver con denuncias por uso clandestino de talleres (por externalizar el trabajo) que con el resultado de cuentas.

Compras, cenas, almuerzos

Las tensiones de la política y el enfrentamiento, al menos frente a las cámaras, entre Macri y Scioli, no han hecho mella entre las consortes, amigas desde hace tiempo. Juntas compartieron desfiles, almuerzos, cenas y más de un secreto antes de que Awada se casara con Macri el 16 de noviembre de 2010. «Iban de compras y hacían muchos planes. Con la boda y el nacimiento de Antonia –la hija que tiene con Macri– sus vidas cambiaron, pero los dos matrimonios salen juntos. Son amigos», cuenta una persona que los conoce.

La estrecha relación entre «las mujeres de» se remonta a antes del paréntesis de cuatro años del matrimonio de Rabolini y Scioli, que llevan treinta juntos. En ese «intermedio» la exmodelo mantuvo un romance con el italiano Matteo de Nora, íntimo amigo del conde belga Bruno Barbier, expareja de Awada y padre de su otra hija, Valentina.

Quienes las conocen bien advierten algunos rasgos que coinciden con su imagen. «A ninguna le gusta pelear y son conciliadoras». A Awada, de sonrisa fácil, le atribuyen un sentido del humor y una alegría contagiosos. Rabolini, de aspecto más frágil, es más dulce, aunque sabe sacar carácter. Lo demostró hace unos días en un programa histórico de la televisión, «Almorzando con Mirtha Legrand», al mantener un fuego cruzado –el primero que se le conoce– con la periodista catalana Pilar Rahola cuando esta le reprochó que su marido fuera copartícipe de los abusos de poder y la corrupción del kirchnerismo y ahora intentara presentarse como alguien ajeno al Gobierno. Rabolini, quizá por primera vez, le enseñó que las uñas y los dientes pueden ser algo más que la muestra de unas manos cuidadas y una sonrisa amable.

La mujer del gobernador de la provincia de Buenos Aires (hasta el 10 de diciembre) es también la presidenta de la fundación del Banco Provincia y ha sido una pieza importante en campaña y medios de comunicación «para explicar quién es Daniel», recuerda. Entre sus virtudes, reconoce, no está la de ser «romántico, pero es muy cariñoso. No es de los que se sientan a cenar con una copa de vino y velas... No, ese no es Daniel», asegura. Uno de los rasgos que repite para describirlo le define: «Es y siempre ha sido muy protector y resolutivo».

Siempre de la mano

Awada, después de un primer matrimonio y de su relación con el conde Barbier, descubrió en Macri –se conocieron en un gimnasio de Barrio Parque– al hombre de su vida. Un descubrimiento que ayudó a romper la imagen de político distante y frío. No se sueltan de la mano, y menos si una cámara los tiene en el punto de mira. El beso que ella le dio al finalizar el debate –que recordó al que Cary Grant e Ingrid Bergman se daban en «Encadenados»– hizo reventar los termómetros de audiencia y de las redes sociales. «Me salió del alma. Le amo. Llevamos mucho estrés por la campaña. Fue un momento de distensión. No fue preparado», repetía Awada, que se bautizó el pasado año, según cuenas los mentideros, por petición expresa del Papa. Preparado o espontáneo, la pasión y la fuerza de aquel beso, solo son comparables al deseo de cambio de Gobierno que se respira en Argentina, un país que el domingo también decidirá si quiere una primera dama rubia o prefiere una morena.

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