El jefe de la villa de Younanen, Jack Malia (tercero), posa con la foto del Príncipe junto a otros aldeanos
El jefe de la villa de Younanen, Jack Malia (tercero), posa con la foto del Príncipe junto a otros aldeanos - REUTERS

Los adoradores de Felipe de Edimburgo

Aborígenes de una remota isla del Pacífico Sur veneran al marido de la Reina Isabel II como un dios y lamentan su jubilación

CORRESPONSAL EN LONDRES Actualizado: Guardar
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Parece un hito del frikismo, pero tiene su gracia. Los vecinos de la localidad de Younanen, en la República de Vanuatu, un archipiélago de una docena de islas en el remoto Pacífico Sur, veneran al Príncipe Felipe como una deidad. El delirante culto comenzó a finales de los años cincuenta. La retirada del marido de Isabel II los ha contrariado, porque podría suponer que no se cumplirá la profecía que habla del regreso de su encorbatado dios, «hijo del Espíritu de la Montaña».

Jack Malia, de 52 años, jefe de la villa de Younanen, ha explicado a Reuters las bondades que traería la visita del Príncipe, que el mes próximo cumplirá 96 años. «Él dijo que un día vendría.

Entonces desaparecerán la pobreza, la enfermedad y las deudas, y los jardines florecerán».

Younanen está en la isla de Tanna, de 40 kilómetros de largo y 19 de ancho. Forma parte de la República de Vanuatu, antes Nueva Hébridas, que se declaró independiente de franceses en ingleses en 1980. El archipiélago, 1.750 kilómetros al Noreste de Australia, fue descubierto en 1606 por una expedición española al mando del luso Fernández de Quirós. A finales del XVIII fue colonizado por franceses e ingleses. Pobres y volcánicas, las islas suman 286.000 habitantes, que viven de la pesca, una agricultura frágil y el turismo.

El escritor inglés Matthew Baylis, que vive en Vanuatu y es autor del libro «Aventuras con los adoradores del Príncipe Felipe», cree que el culto comenzó cuando los lugareños vieron en las oficinas coloniales fotos de Isabel II y su consorte. Una leyenda local contaba que el dios de la montaña tendría un hijo «de piel pálida», que viajaría muy lejos, a través de los océanos, para casarse con una mujer poderosa y volver. Ese tenía que ser el Príncipe Felipe.

En 1974, la secta recibió un empujón de moral con la visita a las Nuevas Hébridas de Isabel II y su marido. Durante el viaje el Duque de Edimburgo desconocía su estatus divino en Younanen, pero poco después la comisionada británica lo informó. El Príncipe respondió enviando una fotografía firmada a sus adoradores. Entusiasmados, le mandaron a Buckingham lo mejor que tenían, un «nal-nal», su estilizado garrote para matar cerdos. El Príncipe se hizo una nueva foto oficial, de corbata y empuñando el «nal-nal», y la remitió rubricada a la tribu.

Los feligreses posan estos días con las dos veneradas fotos, pero mustios con lo de la jubilación. En marzo de 2015, Vanuatu padeció un duro ciclón, el Pam, que dejó trece muertos. Los creyentes lo interpretaron como el claro símbolo de una visita inminente del Príncipe. Pero el retiro podría suponer que nunca llegará. Su esperanza se cifra ahora en Donna, un nuevo ciclón, que podría ser el segundo anuncio de Felipe. Mientras, a 10.000 millas, el hijo del dios de la montaña pasó su primer fin de semana de retiro en el Norte de Inglaterra, con unos amigos y sin la Reina.

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