Gastronomía

Hola y adiós (bares van, bares vienen)

Lugares que visitar por primera vez, por última o por vicio reincidente

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Ahora que ha dejado de llover, que casi huele a primavera, que ansiamos volvernos caracoles para sacar nuestros cuernos al añorado sol, igual pegan algunos chismes sobre sitios de Cádiz.Para empezar al revés, una despedida. Cierra definitivamente El Brocal. Restaurante mítico del Cádiz Extramuros. Su propietario eterno, el que atiende y anota en ese pupitre misterioso, se jubila.

Es el único e incomparable responsable de esa carta de diseño jurásico (hasta cóctel de marisco tenía todavía), con esos tipos de letra que recuerdan a una Olivetti, con ese diseño que nada más verlo te transporta a la primera y última comunión.

Ese salón atrapado en el tiempo, con menaje preconstitucional, con decoración de entreguerras, esas patas de ciervo en la pared.

Todo eso cierra para siempre. No hay relevo generacional ni habrá renovación. Con la extrema sobriedad que le caracteriza, ya está comunica a los clientes que es la última visita. Miles de gaditanos se dejarán allí recuerdos de 30 años de actividad ininterrumpida, prestigio sobre todo por sus carnes, escenario de algún encuentro personal fundamental, de alguna celebración. Yo, una única y maravillosa cena con tres cómplices necesarios.De los locales que han abierto en sitios que otros ocuparon antes, uno primero a destacar. El Callejón, en el ídem que va de Cristóbal Colón a Vargas Ponce (Mendizábal). Es decir, casco antiguo de Cádiz. Tras Entreabierto y alguna otra aventura en el mismo sitio llega un proyecto de padre e hijo. Ojalá tengan la suerte que a otros les faltó. Por ahora, creo, la merecen. Sobre todo, por su reseñable cariño al vino. Pizarra preciosa llena de inquietudes, referencias poco comunes de Toro, de la provincia, de Ribera o Rioja pero fuera de la vereda trillada. La cocina (paternal) abastece a la barra (cosa del vástago) de versiones apreciables de recetas estándar pero con algún atrevimiento acertado. Unos taquitos (tamaño sello) de lomo con lágrima de manteca colorá, por ejemplo. Taberna de barrio digna, sin más pero sin menos. Con el plus del aprecio por el caldo rojo.

Tiene la ventaja añadida de estar a 20 metros de Las Nieves, entrañable casa de comidas, bar multiusos y multihorarios, como navaja suiza, con una terraza toscana preciosa y maltratada por los coches. A la vuelta de la esquina, Miña Terra resucitado. A tiro de piedra, el antiguo Joselito, en San Francisco con Cristóbal Colón, ya ha reabierto como La Marquesa de las Huevas, con otra propiedad. En la vecina Plocia también hay cambios (¿100 Croquetas?)Otra apertura reciente pero distante, también donde un local anterior, otro nombre discutible: Sangre de Drago. Está en Puertas de Tierra, calle Santa Teresa 23. Ocupa el espacio de un barcito de tapas, con salón subterráneo, que fue placentero y echaremos de menos: Ítaka. Ha cogido los trastos una joven con experiencia hostelera (Ossobuco sin ir más lejos). Ella es un torbellino de encanto, amabilidad, discreción y eficacia. La carta es una antología de clásicos gaditanos, con sus frituras y todos sus platos fríos o calientes más previsibles.

Los que recitarías a ciegas si te preguntaran. Eso sí, lo de siempre hecho como pocas veces. Al menos, las tres que probé. Tienen que esmerarse con la decoración (las emergencias económicas hacen abrir con mucha prisa) y deben ampliar la esquelética carta de bebidas pero los que gusten de los bares tolavida, classic absoluto, sin la menor sorpresa, a precio razonable, con sabor y contundencia, deberían pasarse al menos una vez. Magnífico para los meses de verano y los fines de semana si quieres escapar de la turba que se acerca a la playa en un establecimiento espléndidamente vulgar y común.

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