Ernest Hemingway, en los toros
Ernest Hemingway, en los toros - ABC

La no tan conocida conexión vasca de Ernest Hemingway

Frecuentó Bilbao y San Sebastián, como ha recordado estos días, de visita, su nieto John

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Frente a la archiconocida imagen de Ernest Hemingway en Pamplona, para disfrutar de una de sus pasiones, los Sanfermines, la historia ha tratado peor la relación del escritor estadounidense con el País Vasco. El escritor Edorta Jiménez, autor de dos libros sobre la materia, pone las cosas en su sitio: «Durante los años 20, cuando estuvo en París, viajó por toda la península. Llegaba en tren hasta Bayona o Hendaya y a partir de ahí se diversificaba en unas direcciones u otras, como él dijo que había recorrido España en bus, tren, a lomos de mulas y andando. Viajaba a San Sebastián con la misma frecuencia que a Pamplona», asegura.

«Tenía fuertes vínculos a través de sus amigos vascos de Cuba», confirma John Hemingway, nieto del autor de «¿Por quién doblan las campanas?».

Pronuncia esas palabras en el Hotel Carlton, en Bilbao, esta misma semana. No es, aclara, ni mucho menos su primera visita. Pero ha vuelto de la mano de las oficinas de turismo del Gobierno vasco y los ayuntamientos de las tres capitales de provincia. «Tras las huellas de Ernest Hemingway» es el nombre de la iniciativa. Para añadir una nota aún más pintoresca, coincide con un grupo de periodistas chinos que siguen el rastro del ganador del Nobel por España.

La elección del Carlton no es casual: aquí se alojaba Hemingway durante sus visitas a la capital vizcaína. De ahí que el pasado jueves fuera punto de arranque para un «tour» que siguió por la plaza de toros de Vista Alegre -a la que acudió en más de una ocasión el escritor, para disfrutar de una de sus grandes pasiones, la tauromaquia-, el Museo de Bellas Artes para contemplar un cuadro en el que aparece retratado, obra del pintor vasco Ucelay, locales del Casco Viejo que gustaba de frecuentar el autor y, por último, una exhibición de cesta punta en el frontón Artxanda. La pelota vasca era otra de las pasiones de Hemingway.

«Todo esto se ha tapado por la imagen de Hemingway bebiendo y estando con sus amigotes en Sanfermines y en los toros. Solamente se le fotografiaba prácticamente en el ruedo, y como en Pamplona era un personaje popular, le fotografiaban también en la calle en estas francachelas que se traía», comenta Jiménez. «Estuvo en Bilbao en el 31, porque para poder escribir Muerte en la tarde se tuvo que documentar, y Bilbao aparece bien documentado», amplía. «Dijo que Bilbao era una ciudad metida en un botxo, industrial, muy rica, y que cuando hacía calor era tan tremendo como en Sant Louis, Missouri».

En el citado libro, añade, Hemingway «recomienda a los americanos que si quieren ver los toros grandes, los toros bravos, tienen que venir a Bilbao, que es lo que está recogido en un pequeño letrero a la entrada de la plaza de Vista Alegre. Habla del público de Bilbao como un público muy exigente, pero que también se burla de ellos si nota que son cobardes». La de 1931 fue una de tantas visitas. Volvió, por ejemplo, en el 59, por la Semana Grande, como dejó constancia en una larga carta de seis páginas. «Pasó unos cuantos días tomando como centro Bilbao. Era una costrumbre que tenía para moverse a las ferias de alrededor. Centrarse en un sitio concreto, poner una especie de campamento base».

Amor-odio

John, nieto de Ernest, que se defiende con un castellano con acento italiano, aunque en ocasiones tiene que apoyarse en el inglés, reconoce que le «llamó la atención» aquella «pasión extraordinaria» de su abuelo «por la cultura de España, en particular por el norte de España. La gente, sus fiestas, cocina, beber. También la historia. Era un hombre que se implicaba mucho en la vida social de España, del País Vasco. Es muy raro para un escritor americano. Era una especie de escritor americano europeo». Y aclara esta percepción: «Normalmente no se mezclan en la vida en el sentido en que se volcó él».

John Hemngway, segundo por la izquierda, esta semana en Bilbao
John Hemngway, segundo por la izquierda, esta semana en Bilbao

John supo de todo esto, en gran medida, a través de la obra de su abuelo y no de su padre. «Mi padre casi no hablaba de él, existía una relación de amor-odio. Fue a través de su obra que conocí al principio a mi abuelo. También he porque he pasado cuatro años con su hermano menor, que se llamaba Buster. Y él de vez en cuando me hablaba de su hermano». ¿A qué se debía ese silencio sobre la gran figura familiar? «Era difícil para ellos, para mí también es difícil hablar de mi padre, su vida fue una tragedia. Aún me duele. Era lo mismo para mi padre».

No oculta John Hemingway que había algo especial en las relaciones paterno-filiales de la familia: «Mi padre se parecía mucho a su padre. Mi abuelo era conocido como un gran cazador. Mi padre a los 12 años ganó un concurso de tiro en Cuba contra adultos. Para mí el abuelo era un señor que nos pasó su talento. Para nosotros no era importante como escritor, era importante por la caza», evoca. Recuerda una ocasión, con 17 años, en Montana, cazando con su padre, al que sorprendió con su puntería al acertar en pleno centro de un objeto lanzado al aire. Al recogerlo, rememora John, «le temblaba la mano. Estaba convencido de que me había transmitido a mí el mismo talento del abuelo. Era mucho más importante que la escritura. Es algo que nos unía a los tres».

Confiesa que, si pudiera, le gustaría hablar con su abuelo «de la Guerra Civil. La he estudiado pero no visto. El sí. Estuvo en el frente. Hablar de sus impresiones sobre la guerra». Le queda, como a todos, la obra de Ernest Hemingway, a quien retrata, sin pasión de nieto, como «un hombre que estaba enamorado de las palabras. La posibilidad de transmitir sus emociones, miedos, esperanzas a través de esas palabras. Su vida fue toda una búsqueda de llegar a este punto».

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