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El vestuario rojiblanco es un espacio reservado a los futbolistas - FOTO: JOSÉ RAMÓN LADRA / VÍDEO: DAVID DEL RÍO

Viaje por los rincones sagrados del Vicente Calderón

ABC se adentra en los lugares inaccesibles del estadio rojiblanco, protagonistas de la historia del club

Madrid Actualizado: Guardar
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El Atlético de Madrid es el Calderón y su intrahistoria. Así ha sido durante los últimos cincuenta años y así será aunque se apaguen las luces y se mude a La Peineta. Su tradición castiza se reconoce en cada rincón del viejo estadio, ajena a las infraestructuras obligadas del nuevo fútbol. ABC se adentra en el templo rojiblanco y, como invitado cómplice, da cuenta de los secretos que lo han hecho único a lo largo de medio siglo de penas y alegrías.

El 2 de octubre de 1966, el antiguo Manzanares vibró por primera vez. Cómo no, con gol de Luis Aragonés. Casualidades del destino, aquel domingo se midió al Valencia, el mismo rival al que hoy se enfrenta, pero con tres cuartos de hora de diferencia.

En uno de los pasillos que acceden al palco, junto a una recreación del nuevo estadio, descansa el cartel del partido inaugural. En apenas unos metros cuadrados, separados por centímetros, se miran el pasado y el futuro del Atleti como un viaje a través de su historia. El club repartirá 30.000 copias de este ejemplar a los asistentes a la efeméride.

Las paredes de la zona noble del Calderón resucitan otros pasajes que, extradeportivos, han marcado la crónica paralela del estadio. Fue aquí donde el 11 de enero de 1976 Sus Majestades Don Juan Carlos y Doña Sofía presenciaron el primer evento deportivo como Reyes. Fue en un derbi y, acaso talismanes, vieron cómo el Atlético derrotó al Real Madrid por un gol a cero.

Lo cierto es que eran otros tiempos, las tardes de un fútbol casi prehistórico. Tanto es así que en la parte baja de esta grada, donde actualmente se ubica una enorme sala VIP, había una zona diáfana de hormigón en la que se instalaron unas canastas. Desde el club recuerdan cómo los jugadores de la época cambiaban las porterías por el aro cuando el tiempo no permitía entrenar en el césped. La sala es hoy una zona modernísima con todas las comodidades, donde es habitual que se presenten las nuevas estrellas del equipo. También aquí se han celebrado varios sorteos de la Copa del Rey.

Las huellas del pasado, si no fuera por estos recuerdos, serían prácticamente inexistentes. Solo el vestuario, aunque también rehabilitado, resucita en parte la naturaleza de los primeros partidos en el Calderón. La estructura es la misma: un enorme hall con dos túneles que conectan con el terreno de juego. Por exigencias de la UEFA, como enemigos íntimos, en choques europeos es obligatorio que los dos equipos salgan por el mismo pasillo. Cuando no, caminan por separado. En las paredes del túnel local, los futbolistas avistan los últimos éxitos: el cabezazo de Godín ante el Barça, el propio de Miranda frente al Madrid, la celebración de Forlán en Hamburgo, las Supercopas europeas... El rival, como advertencia, se encuentra con un mural de la grada rojiblanca. Pero el vestigio mejor conservado de los banquillos es el acceso que hay desde este túnel hasta el banquillo, un angosto recoveco en el que una incómoda escalera conecta directamente con los asientos. Ningún jugador sube esos escalones, que en los últimos tiempos están reservados para el segundo del «Cholo» Simeone, el «Mono» Burgos.

Todo este espacio está envuelto en una liturgia única, una atmósfera propia y reservada. Unos garabatos en la pizarra adivinan las últimas órdenes del míster, con las taquillas alrededor, pero la verdadera leyenda del partido a partido está velada. Es una norma no escrita; el vestuario es un santuario y, aunque accesible, impermeable.

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