El reto del peregrino urbano de Malasaña: dormir en las casas de 101 vecinos

Se enmarca dentro de un «proyecto para recuperar la identidad del barrio»

Lope de Aixela con su vestimenta habitual en Malasaña MAYA BALANYA

PATRICIA GARCÍA

Lope de Aixela es un tipo tímido, de figura espigada y lentos andares que deambula desde hace un par de años por las laberínticas calles de Malasaña ataviado con un chaleco de borreguillo, una boina y un zurrón. No accede a dar su nombre de pila, que no es Lope, y tampoco su procedencia. Su diálogo se asienta sobre un halo de misterio que impide discernir dónde empieza y termina el personaje del que se vale para colarse en las casas de los vecinos del barrio. Astrólogo de profesión, se define a sí mismo como una «ficción andante» y tras perder su casa en 2014 por un coletazo de la crisis emprendió el proyecto «101 noches» , a través del que pretende ser acogido en 101 casas, 101 días. Siempre dentro de Malasaña. Del barrio le «enamoraron» sus trazas aldeanas: las calles son estrechas, las casas antiguas levantan dos palmos y las iglesias tocan las campanas para llamar a los fieles al culto, dice.

¿Alguien dejaría entrar en su casa a un completo desconocido con aires de pastor en pleno siglo XXI? A sabiendas de que la tarea es ardua «en una sociedad en la que nuestros propios vecinos nos resultan extraños a pesar de cruzarnos cada día», su sorpresa ha sido mayúscula. Solo siete de sus «paisanos» –así es como se refiere a los residentes del barrio– le han abierto la puerta para ofrecerle alojamiento . Cuando pasea, los ojos de los clientes de las terrazas le escrutan como si se erigiera ante sí la figura de un loco. Los pocos que se dirigen a él, le advierten en tono de burla que ande con ojo, por favor, porque probablemente haya perdido al rebaño a la vuelta de alguna esquina.

La intención de su «performance» –si se le quiere llamar así– va en otro sentido que nada tiene que ver con el espectáculo. « Quiero recuperar el contacto entre vecinos , que Malasaña sea un poco más pueblo y que, como hace años, no dudemos en hacernos favores, en comunicarnos». Achaca a las rutinas modernas y a la obsesión por las nuevas tecnologías que cada vez seamos «más torpes a nivel social». Pero vivir aislado no es una opción para Lope: «nos da miedo el otro, y es un miedo inmensamente imaginario que debemos superar».

Además el barrio ha cambiado . Hay más poder adquisitivo, a menudo está plagado de turistas y estudiantes que están de paso. Por eso teme que se pierda el patrimonio histórico, ya que quienes más lo conocen, los mayores, viven cada vez más apartados por la nueva corriente de habitantes. «Este segmento (los que han pasado allí toda su vida) me atrae mucho, y es precisamente donde estoy encontrando menos respuesta a la iniciativa». Por miedo, supone, a que sus intenciones se hallen más próximas a la locura que a la integración. Es la masa más crítica del barrio, «gente tremendamente creativa», quienes se han mostrado dispuestos a compartir con él una noche; la mayoría jóvenes que viven solos, comprometidos con la conservación del carácter de Malasaña: diverso, acogedor y «cultureta».

A lo largo de la conversación repite en varias ocasiones, como si quisiera convencerse, que « se hace camino al andar ». Le importa su imagen, no quiere que se corra la voz de que un loco anda suelto, pero no planea abandonar la iniciativa hasta cumplir con el objetivo: que 101 vecinos accedan a acogerle en sus casas ; aunque para ello tenga que pasar por el aro de la norma no escrita que existe hoy, asegura, en torno a la hospitalidad. «Para que sea armoniosa tiene que haber por lo visto una especie de intercambio». Él ofrece la lectura de la carta astral de los anfitriones.

A largo plazo, una vez entera su vivencia, quiere recogerla en un libro . Y que sea «comunitario», es decir, escrito de su puño y letra con el añadido de las aportaciones de los vecinos de Malasaña que hayan seguido sus andanzas. Si llega a conseguirlo, el siguiente reto es pasar de «peregrino urbano» a peregrino a secas para llegar a Santiago «si puede ser, de casa en casa». «A lo mejor soy un Quijote y veo castillos que son gigantes…», concluye.

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